Silvia Cruz Lapeña
Fotos: Ana Palma
David Coria dirigió el nuevo espectáculo de los bailaores gaditanos, que dieron un recital de baile clásico, preciso y estiloso que fue muy aplaudido por el público de Jerez.
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Ya puede decirse que el metaflamenco es tendencia en el mundo jondo. Reflexionar sobre lo que se hace además de hacerlo y mostrarle al público la tramoya es una constante que se observa en muchos espectáculos recientes. La tournée, de Pilar Ogalla y Andrés Peña, arrancó en el Festival de Jerez con esa premisa: la de explicar cómo es el ensayo de una gira y cómo conviven los artistas en esas sesiones y esos viajes en los que pasan más rato con sus compañeros que en sus casas.
Otra tendencia es que todos los artistas hagan de todo, como se vio la noche anterior en el show ¿Qué pasaría si pasara? y se repitió en La tournée, donde Ogalla, Peña y el percusionista Roberto Jaén cantaron un poquito y los cantaores Inma Rivero, Emilio Florido y Miguel Rosendo se dieron más de una pataíta.
El grupo, dirigidos en lo musical por la guitarra del impecable Rafael Rodríguez, arrancó con tangos de Triana y con la pareja de baile a pleno rendimiento. Ogalla es elegante hasta sudando y la facilidad con la que se desplaza por el escenario parece fácil porque lo hace ella. Bailó sola por taranto y a pesar de que la pieza resultó algo larga, le quedó limpísima y perfectamente ejecutada. La furia la aporta Ogalla con la cabeza: no teme aumentar la velocidad de pies y piernas tanto como haga falta, pero reserva sus movimientos de testa y es una medida inteligente porque su golpe de cabeza es bello y efectivo y si con él causa expectación es porque no abusa.
Un baile sensual
En la tournée que representan, la pareja de baile se enamora y el paso a dos con mantón que comparten es una de las piezas más bonitas de la obra. Lo es también por su carga sensual, pues no es habitual ver un acercamiento tan sutil y a la vez tan carnal que el que hacen ambos bailaores. No lo es porque parece que en el flamenco de hoy todo tenga que ser rápido y no hay tiempo ni de mirarse, ni de rozarse y por eso es raro ver a una pareja darse tiempo para acecharse como hicieron Pilar y Andrés, tan de verdad y con tanto sentido. La gente lo captó, casi lo sintió, y vitoreó con ganas sus roces y sus miradas.
El último show que Ogalla y Peña presentaron en Jerez y giraron por España, De sepia y oro, fue un éxito que visto lo visto anoche van a repetir con La tournée. Ambos se conocen bien y lo demostraron en la perfecta coordinación que mostraron en los abandolaos. Por su parte, Peña destacó por soleá, con la que demostró que se puede bailar con garra sin parecer karateca. Lo hizo mostrando un profuso repertorio de movimientos que supo dosificar y lo mejor fue ver cómo le aumentaba la energía a medida que avanzaba el número.
Identidad Coria
La dirección corrió a cargo del bailaor David Coria y se apreció en varios aspectos importantes. Uno fue esa idea de mostrar las tripas de la obra y de a compañía y que ejemplificó, entre otras cosas, empezando la función antes de hora. Así, los espectadores que iban entrando en la sala veían a los actores sobre las tablas, viviendo más que actuando.
También se notó en la división del show por escenas y en la importancia de lo coral, que ya se apreció en su primera obra en solitario, El encuentro, presentada en este mismo festival el año pasado. La elección no es menor, pues condiciona la puesta en escena y por eso los protagonistas nunca están solos, siempre hay gente con ellos dándole calor, música y voz. Lo mejor es que, contando la historia que cuenta, esa opción tiene sentido pues hay un tipo de divertimento que sólo brota en grupo y si me apuran, lejos de casa. Es esa necesidad del otro, de la risa y del contacto que se da en un campamento de verano, en un viaje con amigos o como en este caso, en una tournée de artistas.
La iluminación ayudó a crear sombras que rellenaron un escenario muy largo y muy profundo, pues al quitar los telones el espacio parecía el doble de grande. También se aprovechó bien la altura. Por ejemplo, cuando Ogalla y Peña bailaron sobre unas sillas y al elevarse, consiguieron crear una composición perfecta a ojos del espectador, un cuadro con volumen y armonía. Las alegrías finales fueron una delicia con la que ambos homenajearon a su provincia, dejaron claro que el rigor y la elegancia son su marca y ponían punto final a una obra muy aplaudida por el público del Teatro Villamarta.
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