Texto: Silvia Cruz Lapeña
Fotos: Ana Palma
Del 18 al 22 de Mayo – Mercat de les Flors – Barcelona
El festival de Galván
El público barcelonés celebra Fla.co.men en una edición del Ciutat Flamenco en la que han abundado las propuestas deslavazadas.
El Ciutat Flamenco de este año ha sido el festival de Israel Galván. Y no sólo porque el bailaron sevillano era uno de los tres comisarios, junto a Pedro G. Romero y Patricia Caballero, que programaban. Lo ha sido porque ha brillado y porque su Fla.co.men ha sido el único show bueno, bello y verdad desde el inicio hasta el final.
Ni Niño de Elche, que vive un buen momento creativo, tuvo su noche con “Máquinas y flamencas.” El cantaor puso en juego su capacidad para la acrobacia vocal, sus dotes interpretativas y se acompañó de dos talentos: Alejandro Rojas-Marcos a las teclas y Raúl Cantizano a la guitarra. Apenas cantó, algo que ya hizo en la edición de 2015 con Juan Carlos Lérida pero con mejor resultado. Esta vez, el ruido que produjo con su garganta y sus máquinas se quedó en la expresión y falló en la comunicación. Se marchó gente del público, algo excepcional en un festival experimental al que la gente va siempre con ánimo de probar.
Tampoco funcionaron las extrañas parejas. No por insólitas sino por desarticuladas. Juntaron a Inés Bacán y a Mónica Valenciano, cantora de estirpe y bailarina reputada, pero cada una hizo lo suyo y ni se miraron. Bacán tuvo diez minutos para ejecutar dos cantes y las danzadora casi 50 en los que actuó y habló pero ni se vio, ni se olió el flamenco.
Algo parecido pasó con la propuesta de Patricia Caballero con Uchi. Caballero se dedicó a hablar implicando al público, no bailó, y a la de Triana le bastó danzar un poquito para arrancar el aplauso. Los treinta minutos de show, a doce euros, provocaron quejas de algunos espectadores por lo corto y algunos, también por lo incomprensible.
El trío formado por Roberto Jaén, El Junco y David Palomar montó un sketch de 20 minutos en la sala El Carmen. Los tres tiraron de guasa y experiencia y el resultado fue divertido y supo mejor porque se había visto poco flamenco en el festival. Lo mismo le pasó a Paloma Fantova, que se metió en un ring para bailar al son de la frenética percusión de Sabú Porrina. Deberían llevar esa idea algo más lejos porque la gente disfrutó y la bailaora demostró que tiene un camino muy interesante por recorrer.
El flamenco de Galván
Galván presentó su Fla.co.men en dos sesiones que se quedaron cortas, pues hasta el último momento había gente intentando conseguir una entrada. Hizo Galván de niño listo: bailó hasta la extenuación, flamenco, jota, pasodoble o música sefardí e interpretó con todo su cuerpo como le vino en gana. Quería demostrar que todo en él, en su carne y en su alma, es música y lo consiguió. Lo hizo con ese brío suyo, mitad infantil, mitad fauno. Divino. Demostró que se puede parodiar, romper y hasta maldecir cuando uno conoce de lo que habla. Eso hizo él con el flamenco. Y lo hizo para morirse de gusto.
Al contrario que en muchos de los demás espectáculos, propuestas peladas de luz, de vestuario, de detalles, Galván no escatimó ninguno. Instrumentos, atrezzo, luces, músicos, cantaores… Todo y de lo mejor puso en el escenario. Antonio Moreno con su percusión genial; Tomás de Perrate y David Lagos, cómo cantó David Lagos, poniendo la voz; Eloísa Cantón con el violín; Juan Jiménez Alba al saxo y Emilio Caracafé a la guitarra.
El primer día El Güito hizo un epílogo a Fla.co.men con la soleá que lleva su nombre y el sábado fue el bailarín Cesc Gelabert el encargado de hacer su interpretación de la misma pieza. Bellísima, elegante y consecuente fue la interpretación que el catalán hizo del palo. Enorme. Porque se tomó la molestia de no ir a romperlo, sino a leerlo. Y qué lectura tan hermosa hizo.
Galván apagó las luces, taconeó por todo el recinto, sudó, interpeló al público, se quedó solo. Se apoyó en su elenco pero bailó solo. Porque Israel sólo puede bailar solo. Y en su caso, no es problema pues su diálogo lo mantiene él consigo mismo pero le concierne al mundo entero: eso es una obra de arte.
En la presentación del festival se hizo hincapié en el carácter colectivo que habían querido darle los comisarios, incluido Galván, a todo el programa. Fue hermoso el final de Minako Seki invitando al público a su ceremonia cuando bailó en el hall del Mercat de les Flors y muy conveniente la incomodidad del público interpelado en propuestas como la de Caballero.
Muchas de esas cosas olían a Galván y a su modo de ver el flamenco. Pero la diferencia entre aquellos shows y el suyo es enorme: porque Galván rompe mientras propone, conoce al detalle las coyunturas por las que va a desmembrar su arte y mientras ejecuta el tajo, va tejiendo otro traje con el que se viste.
Galván precisa del público y no lo deja al margen. Si eso es colectivo, Galván es colectivo. Pero no le deja al espectador el peso de la creación. Eso es cosa suya. Y él lo hace para arrancarse el sombrero.