La afillaora
Sara Arguijo
@saraarguijo
Periodista cultural.
Amante del flamenco sin «k», ni diminutivos.
En ocasiones afilo cuchillos.
Puede hacer cactus de ganchillo. Haberse apuntado a cursos express de cupcakes, sushi o cocina emocional. Practicar crossfit, flyyoga o acrogym. Acudir a ciclos de cine japonés. Ir a convenciones internacionales de Barbies, como la que me contaba la catedrática de antropología Cristina Cruces que se encontró en un hotel de Madrid. Tener un reborn en casa. Reunirse para bailar salsa cada miércoles por la tarde, ser el rey del Do It Yourself o dedicarse en sus ratos libres a leer cientos de manuales de coaching. Con cualquiera de estos hobbies usted quedará muy cool y despertará el interés de su interlocutor que con toda seguridad querrá saber de inmediato los detalles de su práctica, si es que no los conoce ya.
Pero, qué pasa si le preguntan y dice que lo que le gusta es el flamenco. Pues les respondo. Entonces quien le oye pondrá una cara de absoluta extrañeza. Una mueca rara como de no haber oído bien o de sentirse de repente fuera de juego. A las malas, querrá continuar la charla con un “¿y eso?” que no hace más que desvelar los estúpidos prejuicios que siguen existiendo en torno a este arte. A lo peor, le empezarán a citar una retahíla de artistas que nada tienen que ver con lo jondo y se verá obligado a matizar: “no, verás, a mí me gusta el flamenco, flamenco”, la molesta repetición, ya saben.
Y no nos vamos a poner egocéntricos. Es cierto que en según qué circuitos la reacción de sorpresa puede darse también si declaras simpatía por cualquier manifestación artística. Pero es que con el flamenco el asombro es aún mayor.
Primero porque el absoluto desconocimiento provoca que aún se piense que existe un único flamenco y esto sí que asombra a la que escribe. De verdad que entiendo que haya quien no profese ningún tipo de sensibilidad artística pero si te conmueve el arte no es posible que el flamenco no te interese, así, en general. No me creo que no emocione en alguna de sus facetas, de sus corrientes o de sus infinitos matices. Y, por supuesto, me cuesta aceptar que se repudie tan alegremente.
Luego, porque tras ese “¿y eso?”, que tanto me duele, se esconde un “¿a ti?” que arrastra un recelo estúpido que sitúa todavía a la afición flamenca en un determinado perfil que les aseguro que para nada retrata a la globalidad.
Seguramente de esta circunstancia tenga mucha culpa la postura que nosotros mismos mantenemos muchas veces y que tan bien explica Carlos Martín Ballester cuando dice que «el flamenco sigue siendo una música cateta» en la entrevista que le realiza Silvia Cruz en deflamenco.com
De alguna forma, de un modo más o menos inconsciente nos aferramos al misticismo y sostenemos tópicos absurdos que desde luego en nada contribuye a que quien está fuera de este círculo nos comprenda. Pero, ¿no es esta endogamia un mecanismo de defensa ante el rechazo? ¿Realmente somos los flamencos más frikis de lo que lo pueda ser cualquiera con aquello que le apasiona?
Me consta que son muchos los que desde distintas áreas seguirán trabajando duro y evangelizando en reuniones dispares para que la idea de lo que el flamenco es y lo que los flamencos -si es que se nos puede englobar en un todo- somos cambie. Por mi parte, les contaré algún día qué nos ofrece a quienes lo amamos. Eso sí, de momento, recomiendo que si quieren ligar digan mejor que su afición es el running. Acaban antes.