Silvia Cruz Lapeña
El autor de Don Antonio Chacón, un libro-disco con el que inaugura una colección que dedicará su segundo volumen a Manuel Torre, se lamenta de que el mundo jondo rehúya del conocimiento.
Carlos Martín Ballester, foto: Rufo
“El conocimiento la pasión no quita”, dice Carlos Martín Ballester citando una letra que cantaba Antonio Chacón, a quien dedica el primer volumen de una colección con la que quiere arrojar luz sobre la música previa al microsurco. Luz, no leña, porque si algo tiene claro el coleccionista es que a lo jondo le sigue faltando rigor y le ha sobrado frentismo. “El tono sosegado de este libro surge porque lleva gestándose 20 años. También de la voluntad de que así fuera, pues la figura de Chacón sigue rodeada de polémica y hay frentes que es mejor rebatir con datos que con sentimientos”.
Martín Ballester defiende “un flamenco sin trincheras” en el que los aficionados dejen de decir cosas que han creído de tanto como se las han repetido. Una de ellas es que Chacón fue un cantaor tangencial. “Es cierto que grabó más malagueñas, caracoles o granaínas que otros palos, pero hay que tener en cuenta las circunstancias. Si hoy hay artistas que graban discos sin tener presente que ese será su legado, ¿cómo le vamos a exigir que lo tuviera tan claro uno que empezó en el siglo XIX?”
El artífice de la colección cree que cada cantaor busca su espacio y que lo hace en función de sus capacidades. “Camarón grabó mucho por bulerías y tangos, pues su carrera coincidió con un momento de gran desarrollo de esos palos. Pero eso no quiere decir que no supiera cantar bien otros”. También hace otra comparación, esta vez con Antonio Mairena: “Su obra es un compendio, no sólo de sabiduría, también de saber venderla. Por eso creó una historia del cante a su medida que fue toda una estrategia profesional. No fue el caso de Chacón”. Otra de las mentiras sobre el de Jerez que anula este libro-disco es que fuera poco más que un cantaor “atenorado o lírico”. Explica Martín a Deflamenco.com: “Se le dice como insulto y es obvio que era más que eso. Por eso, me parece peor la condescendencia con la que se le ha tratado que el ánimo revanchista que hay en esos juicios”.
Coleccionista autodidacta
Carlos Martín Ballester se dedica al coleccionismo desde hace más de 20 años. Ha conformado su oído y su gusto en peñas y auditorios, y más recientemente, en el Círculo Flamenco de Madrid, entidad que preside. También tienen algo que ver los 100.000 discos que hay en sus almacenes y no es casualidad que su colección particular sea flamenca, género del que atesora 200 cilindros de fonógrafo y unos 5.000 discos de 78 rpm.
Es autodidacta porque iba para abogado pero le aburrió la carrera y porque para ejercer su profesión no existe mas titulación que mirar, escuchar, aprender y buscar como un poseso. Cuando uno se forma sin manuales, es imprescindible ser preciso, algo que obsesiona al autor de un volumen al que se niega a llamar “obras completas”. “Sería una temeridad pues es probable que haya por ahí material que aún no hemos localizado”.
El objetivo de esta colección no es elaborar biografías definitivas. “La intención es ofrecerle al público un material que, generalmente, sólo disfrutan los coleccionistas”. Así es como el lector-oyente accede a artículos de hemeroteca no citados hasta ahora y a cantes inéditos, como es el caso de una soleá grabada en1899 que Chacón dedicó a un aficionado y que no se publicó en su día porque contenía “mucho ruido”. Por eso, los tres discos que se venden con el libro son mucho más que un complemento. Al darle al play, Chacón cobra vida sin resultar adulterado, pues el sonido no pretende pasar por nuevo ni fingir una antigüedad impostada. La técnica para tratar voz y música ha sido minuciosa. “Se ha hecho con discos en un estado de conservación óptimo que he transcrito en mi estudio con los mejores medios técnicos.”
Puesta al día
En cuanto a la documentación, además de la hemeroteca y los archivos manejados por Ballester, el libro cuenta con textos escritos para la ocasión por Ramón Soler Díaz, que analiza los cantes o Guillermo Castro Buendía, que se centra en el papel de los tocaores que acompañaron a Chacón en los registros: Perico el del Lunar, Juan Gandulla “Habichuela”, Miguel Borrull o Ramón Montoya, cuya superioridad confirma el autor del artículo. José Manuel Gamboa cierra el volumen con un análisis de la influencia de Chacón en los cantaores de todos los tiempos: algunos a sabiendas, otros sin saberlo siquiera, lo que da cuenta de lo larga (y desconocida) que es aún su sombra.
Produce especial placer escuchar los discos siguiendo los comentarios que Soler y Castro hacen de cada corte. Es como seguirle el rastro a un corredor de fondo, uno que estuvo 15 años sin grabar, lo que confirma algo que indicaba Martín Ballester: que la faceta discográfica no era premeditada ni imprescindible en tiempos de Chacón, a quien considera un “genio flamenco digno heredero de la tradición cantaora formada por gente como Curro Dulce, Silverio, La Serneta o Enrique El Mellizo, así como por su capacidad creativa, con la que desarrolló toda una gama de cantes”.
La cara B
El coleccionista madrileño asegura que esta serie tendrá tantos volúmenes como le permitan sus fuerzas, pero el próximo ya tiene nombre: estará dedicado a Manuel Torre. Es una buena noticia que artistas de esa talla tengan libros de esta guisa: papel cuché con diseño de María Artigas y un contenido propio, trabajado y riguroso, ingredientes que no siempre concurren en los libros jondos. Precisamente de eso se queja Martín Ballester, que no entiende el poco interés que suscitan entre los aficionados la Historia y los datos. Cuando se le pregunta a qué viene esa alergia, dice no conocer las causas pero sí las consecuencias: “El flamenco sigue siendo una música cateta precisamente por eso, porque no se da cuenta de que el conocimiento no quita pellizco, ni sentimiento”. Él, además, cree que disolver las imprecisiones dotaría al sector de fortaleza: “Saber nos haría más autónomos y no estaríamos, por ejemplo, a expensas del programador que vende motos”.
Este hombre acostumbrado a trabajar con material que tiene cara B, no obvia que todos los aficionados, incluido él, son responsables de que se sigan fraguando leyendas. “El flamenco es un mundo lleno de contradicciones: queremos artistas cultos pero nos encantan los que se crían en familias cuyos cantes están en peligro de extinción y deseamos que eso sea lo único que conozcan”. Es una idea, la de la mitificación, que confirma sin pretenderlo el propio Chacón en las entrevistas que recoge el libro. Si se leen cronológicamente, se ve cómo él mismo contribuye a labrar su propio mito. Ocurre en un detalle nimio, quizás sólo una licencia, pero sucede: es cuando le preguntan cuándo comenzó a cantar. Primero cuenta que con 13 años y en las últimas entrevistas dice que “desde la cuna”.
En esa parte del libro hay también una sorpresa. La da el cantaor cuando un periodista le habla de “cante flamenco” y él le corrige para que diga “cante gitano”. ¿Mairenista avant la lettre?, preguntamos a Martín. “No”, responde el coleccionista, que con socarronería remata: “Igual es que Chacón no cantaba tan gachó como insisten en decir sus detractores”.