Entrevista: Silvia Cruz Lapeña
Foto: Rafael Manjavacas
A Barcelona llegó con 19 años de la mano de El Torombo pero para entonces, ya hacía cuatro que se había estrenado tocándole a una leyenda como Chocolate.
Contra el flamenco de liar
“Aquí empezó todo.”
El Perla dice esto mientras señala en dirección al mar, hacia unas Ramblas repletas de turistas medio vestidos que parecen sufrir la ciudad más que gozarla. “Aquí me estrené como artista en esta ciudad”, cuenta El Perla indicando la puerta del Teatro Capitol, ante la que se ha presentado con moño, pantalón blanco y camisa oscura. Las manos de un guitarrista son importantes, por eso cuando levanta el dedo para señalar el paseo que lo recibió cuando llegó a Barcelona destacan tanto sus uñas de porcelana. “Me las hace un chino cerca de casa. Imagina la cantidad que gasto con dos actuaciones al día.” Esas garras artificiales son la única licencia que se permite un guitarrista de corte gitano que tiene una idea muy clara de lo que es flamenco: “Cada cual le da su chispa, pero este arte acepta poca invención. Es una herencia a la que estamos faltando el respeto.”
El Perla lleva ese nombre por lo que usted ya imagina: “De chico empezó a decírmelo la familia porque era malillo. Una perla. Y se me quedó. Me gusta tanto que siempre pongo como condición que lo escriban en los carteles sin nombre ni apellido.” Él dice que no ha visto jamás el flamenco como una profesión sino como un modo de vida y quizás por eso hasta en casa le conocen por el mismo nombre que sus seguidores. “Mi niña chiquita me llama Papa Perla”, dice y le encanta.
Cuando El Perla dice “aquí empezó todo” no dice la verdad del todo. A Barcelona llegó con 19 años de la mano de El Torombo pero para entonces, ya hacía cuatro que se había estrenado tocándole a una leyenda como Chocolate. Conociendo la historia de este guitarrista de 36 años, da la sensación de que aprendió su oficio a fuerza de sudar y pasar miedo. “Cuando Chocolate me pidió que lo acompañara, no quería, yo no estaba preparado para eso.” Una frase parecida aparece cuando explica la manera en que entró en relación con los farrucos. “Un día El Moreno, padre de mi compadre Farruquito, me dijo que si me iba a América con ellos. Al final fui pero me moría de miedo de tocarle a esa familia con esa fuerza. Sudaba lo que no está escrito y hasta se me levantaba la cara de los nervios que pasaba.” Lo narra con un humor construido con frases a medias y cargadas de intención.
El tablao, segunda casa
El Perla nació y se crió en el barrio sevillano de La Macarena y allí empezó a tocar la guitarra con fatigas, sin maestros y de oído. Pero el miedo se ha desvanecido. “Yo no doy clases porque aún soy alumno, tengo mucho que aprender. Hoy en día cualquiera da una master-class.” Habla claro y disparando. No cree en los concursos, dice, pero le sienta mal que se premie a guitarristas que apenas han empezado su carrera. No es la única queja que profiere porque, aunque las dice sin amargura, las expresa en cantidad abundante. “El flamenco de hoy funciona como el Sálvame Deluxe. Alguien coge a uno, lo promociona y lo convierte en una estrella en un momento. Sin haber demostrado nada. Y el flamenco es una música que requiere un poso.”
Le parece que el flamenco de hoy está copado por modas que le perjudican. “Hoy para ser un flamenco moderno hay que fumar tabaco de liar.” Para él, ser flamenco es una postura ante la vida, una manera de ser, estar y también de lucir.
“Me acosté a las seis de la mañana”, dice durante la entrevista. A continuación hace una broma sobre los horarios de los artistas tras la que cualquiera esperaría la narración de una noche de parranda. Pero la historia es distinta: “Cuando llego a casa después de tocar no puedo bajar la adrenalina de golpe. Por eso, me meto en el estudio, nado un rato o veo un documental y así me voy relajando.” Está casado con una cantaora, Eli de Santiago, que entiende estas cosas. “A veces, yo estoy ensayando, mi hijo dando guitarrazos en el cuarto, Eli cantando y mi chiquita bailando. Una alegría.”
Ahí, cerca de las Ramblas, en ese barullo de gente con la que hay que tropezarse se quiera o no, ha querido quedar El Perla para contar su vida. Se descubre como alguien muy reservado con los asuntos más personales pero en el escenario es más abierto. Lo demostrará unas horas después en el Tablao de Carmen, donde trabaja desde hace cuatro años siempre que otros compromisos flamencos se lo permiten.
Por soléa
Los flamencos son distintos a la luz del día. En el Tablao de Carmen, ubicado en ese gran decorado que es el Poble Espanyol, aparece El Perla con un aspecto similar al de la mañana pero invertido: pantalón oscuro, camisa blanca y melena suelta. En la dirección artística de un tablao que considera su casa, le acompaña el bailaor Manuel Jiménez “Bartolo”. “Aquí me expreso a diario y me pongo a prueba. No es fácil mostrarse fresco cuando das dos shows al día.”
Es una tarde de verano y aún hay luz del día cuando arranca el primer pase. Tanta claridad no le sienta bien al flamenco. Lo saben quienes están en la tarima, saben que hay frases y poses que la noche ampara. Los artistas cumplen y amenizan la cena de los turistas pero es la energía del segundo show la que muestra por qué tanta gente quiere la guitarra de El Perla. Controla y disfruta. Dirige el escenario, sigue los pasos de Pepe de Pura, la historia que cuenta la voz de La Tana y se deja golpear por su mantón, al que le copia el ritmo sin perder el hilo. “Nunca he querido ser concertista, me gusta acompañar, me encanta el toque para acompañar una voz o un baile.” Lo corrobora en el tablao pero también en los muchos espectáculos que ha hecho este año. El más reciente, acompañando a El Yiyo en su debut madrileño para la Suma Flamenca.
A El Perla lo reclaman por su compás, por su dominio del tiempo y conocimiento del flamenco. Se ha hecho un nombre tocando por soleá: “Imagínate, con lo mal que lo pasaba yo al principio con ese palo. Y he llegado a tocar la soleá de La Farruca, que es algo que me pone los pelos de punta.”
Hasta los cantaores jerezanos lo reclaman. “Y son muy suyos”, dice El Perla riendo. “Pero me gustaría estar en algunos sitios donde siempre actúan los mismos.” No dice nada que no se sepa, que los promotores no arriesgan, que siempre dan al público lo que ya conocen. Pero quien lo dice en este caso también lo sufre. “A mi me llaman los artistas directamente, ni representantes, ni promotores. Y eso, por otro lado, me enorgullece.”
Flamenco sin concesiones
Al acabar el show, sale a despedirse. Viste de calle y sólo se trae del escenario el pelo suelto y restos de sudor. “Este es el faenón de cada día”, dice orgulloso. Este hombre ha conocido y tocado con grandes como Diego y Juan del Gastor, ha acompañado a Bernarda y Fernanda de Utrera, a Lola Flores en las juergas sevillanas que se formaban en el bar de Antonio El Cordobés y se ha criado al calor de la Peña Torres Macarena. Junto a José Maya montó “Latente”, un número en el que aparecen “bestias” como José Valencia, Rubio de Pruna y Juana la del Pipa. A gente de este calibre dirige El Perla con la música que le sale de los dedos.
Es el mismo hombre que acaba su actuación en un tablao lleno de extranjeros que salen sin saber quién es. A él no le importa, aprendió disciplina viendo ensayar sus bailes a Mario Maya y una frase de Farruco se le grabó a fuego en la sesera. “Un día le pregunté por qué se quedaba quieto al salir del escenario. Nadie lo veía ya pero él se quedaba quieto, bien colocado. Y entonces me contestó: ‘Porque me veo yo.’” Él lo aplica a rajatabla. Por eso actúa igual lo escuche quien lo escuche y donde sea. En un tablao con extranjeros, en una fiesta privada, en el último festival de Albuquerque o en el Madison Square Garden. Y exige lo mismo a sus compañeros.
El Perla no compite, ni da clases y aunque dice que todavía tiene mucho que aprender, sabe que está, por edad y por oficio, en un momento clave, en ese donde un buen empujón es necesario y puede ser decisivo. Alterna los grandes escenarios con los tablaos de Barcelona, ciudad con exceso de guiris y falta de apoyo flamenco. “Muchos en Sevilla me dicen que qué hago aquí y yo les contesto: ‘Vivir.’” Confiesa que le gustaría aparecer en más carteles de festivales españoles y extranjeros pero también que no hará concesiones. “Yo sé qué flamenco defiendo y también sé que en algunos sitios lo consideran antiguo.”
Lo dice mientras enciende un cigarro. Un pitillo ya hecho, no tabaco de liar.