José Luis Navarro presenta un amplio trabajo de rigurosa y ardua investigación que ha venido acompañado, además, por la reedición revisada de los volúmenes anteriores y su venta conjunta en un indispensable pack para los amantes del arte jondo.
El baile flamenco es el hijo mestizo de un maridaje multicultural. El fruto enriquecido de tres pueblos especialmente dotados para la música y la danza: andaluces, gitanos y negros. Pueblos y culturas que se han encontrado en un solar común: Andalucía. Los andaluces pusieron la sal, la frescura, la gracia, la elegancia y la picardía; los gitanos el temperamento y la garra interpretativa; los negros, con las danzas que, desde el siglo XV, sucesivamente nos han ido llegando del Caribe, la sensualidad de sus contoneos, el descaro de sus quiebros y sus ritmos binarios. Todos aportaron lo mejor de sus habilidades bailaoras y todos contribuyeron decisivamente al nacimiento de la criatura. Sin el concurso hermanado de andaluces y gitanos, hoy existirían, sin duda, bailes que llamaríamos andaluces y bailes que denominaríamos gitanos, pero ninguno tendría la belleza ni la riqueza de nuestro flamenco.
Fue un diálogo que duró siglos. Un encuentro ininterrumpido entre bailes populares y bailes de teatro, entre gentes del pueblo y profesionales de la danza. Un diálogo abierto y libre de prejuicios entre andaluces y calés, en el que también tomaron parte muchos de aquellos negros que llegaban como esclavos a nuestras costas. Fue un diálogo que benefició a todos sus interlocutores, pero sobre todo al baile mismo. Gracias a él, se fusionaron estilos y se fueron acumulando pasos y mudanzas. Se fue enriqueciendo así, día a día, el patrimonio dancístico que cada generación legaba a la que le sucedía.
Luego, hacia mediados del XIX, toda esa riqueza acumulada comenzó a cristalizar. Y nació algo nuevo y distinto: el flamenco. Desde entonces, este baile nuestro no ha dejado de crecer y de enriquecerse, hasta alcanzar renombre y prestigio universales.
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