Morente no sólo cultivó las mieles del arte flamenco, también la gloria del inmenso cariño. Gabriel Núñez Hervás, editor de la revista Boronia, ha compilado un total de 60 adioses de algunos amigos del maestro. No están todos, por supuesto, porque no cabrían ni en la Enciclopedia Británica. Los que se reparten las 150 págs. de este grueso monográfico ofrecen jugosas estampas y emotivos recuerdos de quien, ante la propuesta de la UNESCO de declarar el flamenco Patrimonio de la Humanidad, sugirió hacer de la humanidad patrimonio del flamenco porque, según dicen, la música amansa al león. Del cantaor se cuentan sus debilidades, sus problemas con la censura franquista, sus dudas sobre Dios, sus deudas de honor con la tradición, su cruzada contra los flamencólicos que hicieron del género bandera y credo. Pero también se glosa su imperdible humor, su mirada tierna y su profundo respeto. Se trata de una colección de textos breves que, flanqueados por un prólogo y un epílogo, se distribuyen con toda lógica poética en tres partes: Omega, Alpha e Infinito, cerrando entre sus tres claves el círculo universal de la vida. Y es que, como reza la canción, Morente ya encontró la estrella que en el camino le alumbrara; y tras su muerte, brilla con más intensidad que nunca. Para siempre.
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