Un homenaje al tango y a una de sus figuras clave, Carlos Gardel. Pepe ha escogido sus tangos favoritos y los ha arreglado para jazz y flamenco.
El tango de siempre en la voz auténtica y honda de Pepe de Lucia. En ?Tomo y obligo? ha ido un paso más allá, ha conseguido la conjunción perfecta entre tango, jazz y flamenco. La obra maestra de Pepe.
1. Por una cabeza
2 .Caminito
3. Nostalgias
4. El día que me quieras
5. Tomo y obligo
6. Volver
7. Uno
8. Sus ojos se cerraron
9. Yira, yira
10. A media luz
Pepe de Lucía, entre el Bar Pizarro y el Café Tortoni
Probablemente fue el último café cantante de Algeciras: el bar Pizarro reinó allí en la calle Ancha, hasta el umbral de los años 70, sin el empaque ya de los antiguos tabancos de comienzos del XX, pero con la dignidad de aquellos establecimientos en donde lejos de prohibirse el cante se promocionaba. Aquel fue uno de los primeros locales en donde actuó Florencio Ruíz Lara, el artista de la doble personalidad como se hacía llamar: cantaba sobradamente flamenco, como demostraría en el Trío de los Gaditanos o en una larga carrera en solitario, pero se transfiguraba, cambiaba la camisa con chorreras por el smoking y cantaba tangos con el cabello domesticado por un fijador invencible.
Quizá lo escuchara el niño Pepe Sánchez Gómez (Algeciras, 1945), a quien ya su madre, aquella Lucía portuguesa que le dio nombre artístico a él y a su hermano Paco, le había entonado el «Tomo y obligo», casi como una nana, quizá porque como sabía Carlos Cano la única diferencia notable entre un tango y un fado es el tempo de ambas músicas.
Así que si ahora Pepe de Lucía entrara en el Café Tortoni de Buenos Aires y se sentara entre sus mamparas modernistas en la misma mesa en la que quizá tomaron café Borges, Bioy o Le Pera, no le resultaría extraño si el cantor llegase al anochecer para acordarse de Anibal Troilo y de Homero Manzi para describir el barrio Sur de la capital del Plata: «San Juan y Boedo antigua, y todo el cielo, Pompeya y más allá la inundación?»
Pepe de Lucía también ha ido describiendo su propio sur a lo largo de una cumplida discografía que lleva desde su voz adolescente a bordo del dúo «Los chiquitos de Algeciras» hasta «El orgullo de mi padre», uno de sus albumes más hermosos y controvertidos. Su última obra, «El corazón mi gente», le hizo acreedor al premio al Mejor Album de Flamenco en los Grammy Latino de 2003. Así que no era fácil el reto de entrar de nuevo a un estudio de grabación y ponerse manos a la obra. Como en tantas otras ocasiones a lo largo de su vida, el cantaor algecireño ha echado mano a su mejor brújula, la memoria. Ella es la que le ha conducido hasta Carlos Gardel fundamentalmente y hasta el tango de entreguerras, desde «Uno», con la escalofriante letra de Santos Discépolo y la compleja entonación musical de Mariano Mores, hasta clásicos como «Volver», «Yira, yira» y esa maravillosa cursilería de «El Día que me Quieras». La atmósfera del tango tiene que ver con la seducción y con la magia. Así que no importa que en Corrientes 348 –la dirección que se da en el primer verso de «A media luz»–, nunca hubiera un segundo piso, ascensor, sino siempre un garaje. Y no pasa nada si, dentro y fuera del tango, todo es mentira como avisa «Sus ojos se cerraron». Lo cabal es que esta música no sólo nos invita a un baile sensual y sensible, apasionado y apasionante, sino a esa cierta melancolía de la que nace la rabia suficiente para cambiar el mundo.
El flamenco se asomó antes al tango, desde Chano Lobato -con su inimitable «Volver» por bulerías–, hasta El Cabrero o Carmen de la Jara. Pero nunca se concilió, como ahora hace Pepe, el tango y el flamenco hasta complementarlos con el jazz, una fusión a tres ritmos que es la que encierra este disco poderoso que ahora se edita: el piano y los arreglos imprescindibles de Jacob Sureda cuentan con una banda de músicos sobrados, donde mandan los vientos con el saxo de Bob Sands o ese vertiginoso y sublime armonicista que es Antonio Serrano. Pero déjense mecer con el contrabajo de José Vera, con el violín de Diego Galaz o con la guitarra de Dan Rochlis, despabílense con la percusión de «El Pana» , con la batería precisa de Pedro Barcelo y con las trompetas del juicio final de Chris Case. Y, sobre todo, con la voz del cantaor, del tanguista, del cantor de jazz, un dios uno y trino que se llama Pepe de Lucía, en estado de gracia.
Aquí se oye el tango como no se ha oído nunca, como si tres ritmos amigos se hubieran sentado a beber bajo la misma atmósfera cargada de humo que todavía manda en el barrio francés de Nueva Orleáns, en el Café Tortoni y, si siguiera abierto que no lo está, en el antiguo bar Pizarro, hasta donde sus correrías infantiles quizá llevaran al niño José Sánchez Gómez entonando por lo bajini aquello que le había cantado su madre, «Tomo y obligo», una de esas historias melodramáticas y terribles en las que un tipo prefiere echarse un trago que matar a la mujer que supuestamente le habría traicionado. Como dice su letra, es preferible matar a los recuerdos. O, como ha hecho Pepe de Lucía, revivirlos bajo la mágica luz de su talento.
Juan José Téllez
Créditos:
Pepe de Lucía: cante
Jacob Sureda: piano y arreglos
José Vera: bajo
Dan Rochlis: guitarra
Bob Sands: saxo tenor
Chris Kase: trompeta
Diego Galaz: violín
Antonio Serrano: armónica
El Pana: percusión
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