1. Manolo Reyes (bulería)
2. Lo mismo que los metales (Fandangos de Huelva, de cuatro guitarras y una voz)
3. Mi David y mi Miguel (Soleá)
3. Al Titi (Tangos de Triana)
4. Pastora (Farruca)
5. Yo sentí (Seguiriya)
6. Antonio Vargas Heredia
7. Mi cabellito (cantiñas de Pinini)
8. Celos hasta del aire (fandangos de Lucena y verdial)
9. Gelem-Gelem
No nos vamos a resistir a la tentación de hacer el enésimo juego de palabras con el nombre de esta trianera procedente de una familia a la que el duende ha regalado con anterioridad ilustres cantaores, bailaores y tocaores: Esperanza es ya una de las más firmes realidades del flamenco nacional. Desde los días en que su garganta era todavía una presencia tímida en el Potro de Rabia y Miel del inmortal Camarón o los tiempos en que empezaba a deslumbrar acompañando al mismísimo Enrique Morente, Esperanza Fernández no ha dejado de añadir hitos y méritos a una carrera a la que es casi imposible achacar falta o traspiés alguno. Lleva mucho, muchísimo hecho, y todo lo ha hecho bien. Hasta ahora, la sevillana tan pronto ha puesto su voz de cobre y terciopelo y su profundo sentido del compás a palos festeros como lo ha hecho con las catedrales dolientes del cante, llámense seguiriyas o soleás; ha puesto en pie la exigente y entendida platea del Lope de Vega sevillano y hecho retumbar con los aplausos las paredes de los teatros de Nueva York, París o Lisboa que ha tenido ocasión de pisar; se ha vestido con los colores del rajo auténticamente rancio y se ha atrevido con los vientos frescos de la fusión; se ha dejado acompañar por el toque solitario de las seis cuerdas tan a menudo como ha cantado arropada por formaciones jazzísticas y grandes orquestas. Su voz sedujo a Paco de Lucía y al célebre violinista y director de orquesta Yehudi Menuhin; su presencia es tan magnética cuando flota la desnudez dolorosa y flamenquísima de un martinete como cuando lo hace envuelta en la exuberancia dramática de ese Amor Brujo de Falla que tanta fama le ha reportado. Lo dicho, de todo y todo bien. Quizás lo único que se le podía reprochar a esta gran dama de nuestro cante es que no hubiera publicado todavía un disco que hiciera verdadera justicia a su cante emocionantísimo y al metal precioso de su voz. Su homónimo debut como solista, ?Esperanza Fernández? ( publicado por la multinacional BMG en 2001,) sirvió para que algunos se pusieran tras la pista de una figura a la que el futuro se le intuía inmenso. Inabarcable. Y como acaba siempre sucediendo si se tiene la paciencia suficiente, ese futuro al que no se le adivinaba el final ha acabado por llegar. Aunque no haya quedado más remedio que esperar lo que tarda en cocerse en el fuego lento de una buena fragua flamenca una obra de la enjundia, la solidez y el brillo de este Recuerdos, uno de esos discos que, como el Tierra de Calma de Poveda, acuden al rescate de un arte flamenco necesitado de figuras capaces de mirarse sin palidecer ni sonrojarse en el espejo de los grandes maestros del ayer.