- Lleno de esperanza (Tientos)
- Guevara (Taranto y Fandango)
- Romance a la libertad (Romance)
- Hasta tu orilla (Seguiriyas)
- En mis adentros (Soleares)
- No resiste mi cuerpo (Malagueña)
- Los ojitos de mi cara (Tangos)
- Marinero (Petenera)
- Entorna la puerta (Mariana)
- Nazareno y andaluz (Saeta)
En estas tierras de la baja Andalucía nos sabemos dichosos al suceder, por los caprichos del tiempo y de la historia, que fuese aquí donde nació el flamenco. Ese fuego donado por los dioses, que con tanto cuidado procuramos mantener encendido, exige sin embargo una alta responsabilidad, más aún tierra adentro, en los austeros pagos del cante jondo. Es la responsabilidad que sobre sus espaldas vigorosas portaron Antonio Mairena, José Menese, Fernanda de Utrera o Juan Peña El Lebrijano. Y es la responsabilidad que ha hecho suya la cantaora de La Puebla de Cazalla, Ana Ramírez La Yiya, cuyos referentes flamencos arraigan precisamente en los artistas mencionados. Faltaría en esa nómina Pastora Pavón, Niña de los Peines, quizás la más presente en el cante de La Yiya, especialmente en este disco, A fuerza de corazón. Todas esas figuras, decía, han sentido su pertenencia a la estirpe de lo jondo como una responsabilidad, debido acaso a la fragilidad del cante jondo (como toda cultura popular) y a sus no pocas dificultades para sobrevivir en la “sociedad del espectáculo”. Así lo ha sentido La Yiya y desde ahí ha puesto en pie esta grabación.
A fuerza de corazón es por ello un disco necesario, una inesperada laguna donde poder paliar la sed de jondura que acecha a los aficionados y al flamenco mismo, entre tanto ruido, entre tanta experimentación. Soleá, seguirilla, petenera, saeta, el romance. Malagueñas, tangos, el taranto, la mariana. Son las cartas de La Yiya, valiente, dispuesta a jugar una partida a contracorriente con su tiempo. Por eso este disco es necesario. Por eso y porque andando los años será un referente para aficionados e investigadores. Su compromiso con lo jondo tiene además como firme aliado a Francisco Moreno Galván, aquel “andaluz Osiris”, como lo bautizó Quiñones, que revivificó como nadie el repertorio lírico del flamenco. De ahí se ha nutrido La Yiya, y desde ahí se ha construido esta grabación monumental, con la sabia mano de Pepe El Cachas como arquitecto. La selección de letras es impecable. El Francisco más poético, el Francisco más combativo. También las guitarras han jugado un papel central en el disco. Un Manolo Franco imperial, con esa sonanta que transpira el conocimiento profundo del toque ante los cantes primigenios. Y un Antonio García rebosante de compás, que evoca el toque ilustre de Melchor de Marchena, el sabor a otro tiempo de cuartitos para el cante.
La Yiya ha puesto todo en este disco, donde se refleja a las claras su proceso de maduración como cantaora. Ya no es aquella niña cuyo talento natural le llevó a cantar para Cristina Hoyos en el Ballet Flamenco de Andalucía, ni es tampoco La Yiya del disco Morisca, su primera grabación. Permanece ese eco tan flamenco de su voz, pero es una voz más curtida por el tiempo, una voz más doliente, más envuelta por los entresijos de lo jondo. Por eso nos hiere con tanta vehemencia desde ese caudal de expresividad que brota de su garganta y de sus mismas entrañas. Porque “esa música viene de la tierra”, decía Paca Aguirre, “viene de la contienda, del asalto.” Porque el cante el lucha, es pelea, es conflicto entre expresión y forma. Las formas están ya hechas por el rodar de las carretas en el trasiego de los caminos. La expresión es la vía por donde penetra, desde imperceptibles grietas, la personalidad de la cantaora en las viejas formas del cante. Así lo hacía Pastora. Así lo hace La Yiya.
Decía Francisco Moreno Galván que el cante “nace del grito, de la queja y del llanto, a veces de la rabia”, y que por eso no debía “complacer” sino “herir y doler”. Ese es el testigo de José Menese que ha heredado libremente La Yiya, con un cante que jiere hacia adentro, que nos remueve hasta las más primitivas arterias, que duele con ese dolor con el que los vencidos y los perseguidos fueron tejiendo el relato de su propia historia.
Miguel Ángel Rivero Gómez