Si Aurelio Sellé, Manolo Vargas, Pericón o Chano hubieran buscado a un heredero genético quizá no se habrían fijado en ese menudo comparsista que debutó con el flamenquito antes de hacerse flamencazo.
David Palomar le llaman y no sólo asume la gracia de todos ellos sino, sobre todo, su curiosidad y su largueza. Hijo de un cantón independiente dentro de ese otro cantón que es Cádiz: La Viña, a la que no guarda el miedo sino la gracia de su pueblo, el tres por cuatro que hermana al carnaval con la bulería y las hechuras de ese artista cuya garganta sabe viajar por el mundo pero sin olvidar jamás el camino de vuelta a casa.