1 A Mos escatadors (Verdaguer)
2 Tant se val (Valentí Gómez)
3 No et veuré més (Joan Margarit)
4 Cançó del bes sense port (María Mercè Marçal)
5 final (Joan Brossa)
6 Plany de maragdes (Joan Barceló)
7 Ara (Josep Piera)
8 Jo, l’invertir de cos i d’ànima (Sebastià Alzamora)
9 pare-Esparver (María Mercè Marçal)
10 Boca Seca (Narcís Comadira)
11 Declaraci’o (Enric Casasses)
12 Posseit (Gabriel Ferrater)
13 No volveré a ser joven (Gil de Biedma)
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La era de la información nos abruma. En el periódico dice que el deshielo del Ártico se ha acelerado hasta alcanzar su máximo histórico. No hace mucho, esas mismas páginas servían de apoyo a sátrapas y «podridos verdugos», democráticamente elegidos, que se vanagloriaban de una guerra bajo la falsedad de un pretexto como la supuesta detección de armas de destrucción masiva. Lo que hasta ahora no se ha revelado, en ningún caso, es el misterio que comparten y que se oculta tras ambos fenómenos.
En cuanto al deshielo del Polo Norte, los científicos no dudan de la incidencia del cambio climático a través del efecto invernadero. En cuanto al conflicto bélico, los politólogos han aireado sus teorías sobre el control del mercado del petróleo, la exhibición de poder y el asentamiento de un nuevo orden mundial. Pero hasta ahora, ningún especialista ha tenido en cuenta al auténtico agente desencadenante de estos cataclismos planetarios, que no es sino el cantaor de Badalona Miguel Poveda.
La luminosidad y la transparencia que definen su arte han provocado que el efecto Poveda se hiciese inevitablemente palpable. Y lo han logrado por la vía natural con que un artista, un músico, un intérprete exterioriza lo que le hierve por dentro: la grabación de un nuevo trabajo discográfico.
En este caso, además, el propio título no podía ser más explícito: Deshielo. En primera instancia parte de una calculada y nada azarosa selección de trece poemas de poetas catalanes. Sobre ellos, el quejío del cantaor aplica la brasa incandescente que le quema la garganta hasta convertirlos en trece radiantes y luminosos soles de energía y rotundidad. Soles que tan pronto emiten rayos de sensualidad y ternura (Verdaguer, Valentí Gómez, Margarit, Mercè Marçal, Barceló, Piera, Ferrater) como escupen llamaradas de pasión y rabia, bailan centellas de arrebato incandescente y hacen brotar lagos de serenidad áurica (Brossa, Alzamora, Comadira, Gil de Biedma y Casasses).
Poveda ha descubierto el frenesí de una lengua, la catalana, que ha logrado meterse en el bolsillo, como también ha sabido apropiarse de los versos ajenos hasta convertirlos en la versión más seductora de un vampiro con ángel.
A día de hoy, la poderosa bomba de calor que se activa en su interior cada vez que la pasión entra en juego ante un nuevo reto no había entrado en las variables de los estudios científicos. Pero desde un cálculo secreto se puede determinar que el paralelismo entre los tres años necesarios para la gestación de este trabajo y el período en que se ha acelerado notablemente el calentamiento del planeta va más allá de la simple coincidencia.
Tampoco se me ocurre un arma de destrucción masiva más implacable para arrasar tópicos, prejuicios, integrismos, ortodoxias -y ortodoncias-, dogmatismos, sectarismos, capillitas, cerrazones, intransigencias y excrecencias que la actitud valiente, firme, arriesgada, sincera, abierta y decidida de Poveda, un artista que se hace querer tanto por su talento como por su enorme capacidad de trabajo.
Satisface constatar una vez más que, al margen del cambio de decorado, de escenario y de reparto, el efecto Poveda perpetúa su condición y se mantiene simplemente irresistible.
Sin miedo a exagerar y con la convicción de que apreciaciones como ésta le hacen ruborizarse de vergüenza, no puedo evitar afirmar que una voz y un artista como Miguel Poveda es un orgullo y un privilegio para cualquier lengua y cultura de este planeta y de Cualquier otra galaxia.
-Pere Pons-
Créditos:
Chicuelo – Joan Albert Amargós
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