A principios de los ochenta, los jóvenes cachorros de dos grandes familias gitanas y flamencas tuvieron un sueño. Sabían que los tiempos estaban cambiado y que, aún amando sobre todas las cosas al flamenco que había mamado desde chicos, les gustaba también el rock, la música moderna, el pop, los sonidos caribeños, africanos, jazzeros o brasileños. Los jóvenes cachorros de los Habichuela -de Granada- y los Sordera -de Jerez- tenían las orejas bien abiertas y su sueño se cristalizó en Ketama.
A pesar de sus orígenes respectivos, Madrid fue la cuna de esos Ketama trasgresores que no dudaron en coger lo mejor del flamenco para mezclarlo con lo que sus años en la capital, y por generación, les había aportado.
No hace falta ahora repasar su historia, aunque sí recordar que en estos años ya hay diez discos de estudio, un montón de actuaciones por todo el mundo y un prestigio conseguido a golpe de pasión y de inventar cada día un nuevo camino a la música. Y aquí no hace falta poner géneros, estilos o etiquetas.
Juan Carmona, El Camborio, el mayor de los Habichuela joven, es el único que queda de aquel germen que formaron los primeros Ketama, pero con su hermano Antonio y su primo José Miguel han conformado, ya desde hace años, un trío perfectamente reconocible que en un paso más hacía la normalización de las culturas aparece en este 2002 con Dame la mano, un manojo de canciones -que no cantes- ejemplo de fusión y de que los tiempos, realmente, ya han cambiado.
Hace tiempo, afortunadamente, que no se polemiza sobre si lo suyo es o no flamenco. Los puristas -flamencólicos, les llaman en los ambiente fusioneros- ya se han cansado de entrar al trapo. Una vieja batalla que nadie ha ganado ni perdido, simplemente se han creado géneros y estilos nuevos que la gente ha aceptado de buen grado. ¿Qué más da la etiqueta de una música, o cómo se llame, si llega al corazón de la personas y cala en lo popular?
Dame la mano ahonda en esa filosofía ketamera que no distingue de fronteras musicales. Si en una de sus primeras obras, el visionario e interesante Songhai, experimentaban con la música africana, ahora se meten con tímidos toques hip hop y house y hasta Antonio, que canta mejor que nunca aunque esto suela decirse en todas las hojas promocionales, se atreve a rapear en unos pasajes del disco (Muévete o Cae la noche).
Con Juan y Josemi a las guitarras, y Antonio cantando y dándole al cajón, Dame la mano recoge piezas compuestas mayoritariamente por el trío. Un tango a modo de villancico da título al disco. Recuérdese que los villancicos se llaman así porque se cantaban en las villas, pero no porque fuera Navidad, como el devenir de la historia popular ha hecho creer. Que dame la mano, que dame la otra, dicen los coros para que Antonio, todo candor, suelte: … donde se remolinea tu corazón con el mío. ¿Hay manera mejor de expresar el estallido del amor?
Hay emoción en baladas como Parar el tiempo o Como las mareas -con letra del genio uruguayo de Jorge Drexler-, misterio en Parece mentira -la aportación musical más atrevida con bases que se aproximan al house-, desenfreno en piezas tan movidas como Muévete -¡que metales!- o Cae la noche -compuesta por el cubano Pável Urquiza, del dúo Gema y Pável- y flamenquito del bueno con los tanguitos de Kamino el monte, que cantaban los Habichuela desde muy pequeñitos en las juergas familiares antes de abandonar Granada.
Dame la mano es un disco pasional y apasionado donde los tres Ketama vuelven a demostrar que hacer un arte de lo popular es algo reservado a unos pocos. Hay que celebrar que ellos estén entre esos elegidos.
Fernando Íñiguez (Primavera 2002)