Sábado, 24 de julio,
2004
Polideportivo Municipal,
Casabermeja (Málaga)
Cante:
El Chocolate, Fernando Terremoto, Esperanza Fernández,
Andrés Lozano Guitarra: Antonio Higuero, Antonio Carrión,
Francisco Javier Jimeno, Miguel Ángel Cortés Baile: Manuela Carrasco con Rafael del Carmen,
Torombo, Enrique Extremeño, Antonio Zúñiga,
Joaquín Amador.
A veinte minutos de la Costa del Sol, en la sierra
de Málaga, hace treinta y tres años que se celebra
anualmente el Festival de Cante Grande de Casabermeja, uno
de los festivales más veteranos si no de los más
renombrados.
En esta época de la revalorización de los
festivales de cante, viene a ser imprescindible comentar los
méritos del festival en sí y de la organización
del mismo.
Fernando Terremoto
Al estacionarse en las afueras del pueblo, un camino aromático
de mastranzo o maltranto como lo llaman los del pueblo, hierba
de olor que recuerda la hierbabuena, indica el camino hacia
el festival, como los ladrillos amarillos en el Mago de Oz.
Esta poética y sencilla costumbre que también
caracteriza el festival de La Puebla de Cazalla, predispone
al aficionado a entrar en el juego y a disfrutar del cante.
El lugar del festival, a pesar de ser el polideportivo de
la localidad, está dispuesto para tener cierto encanto.
El lujoso y poco típico programa de mano, con fotografías
y biografías de todos los artistas, hace gala de lo
que es criticado en otros festivales: “El recinto está
distribuido de forma que los aficionados y visitantes se disponen
en sus mesas y sillas sin el enclaustramiento que supone el
teatro o lugar cerrado, en el festival de Casabermeja se come
y se bebe mientras se escucha buen cante”. De hecho,
el público, compuesto por aficionados locales y de
fuera y de turistas extranjeros, no ha podido ser más
respetuoso y agradecido. Entonces, parafraseando los defensores
norteamericanos de las armas de fuego: “no es la comida
ni la bebida que arma la bulla, sino los que comen y beben”.
Discutible no obstante es la costumbre en este festival de
que cada artista realice dos intervenciones, primera y segunda
parte, innecesariamente repetitivo para el espectador y terriblemente
agotador para el artista.
Con Esperanza, la afición
tiene ganada al menos una batalla porque su gusto por lo experimental
no ha entorpecido su capacidad para entregar cante de calidad.
Un
cantaor malagueño de Manilva abrió el festival
con extrema dignidad. Prácticamente desconocido fuera
de la provincia, el veterano Andrés Lozano no sólo
posee conocimientos admirables – su cante preferido
es la siguiriya – sino una voz flamenquísima
y un sello propio, cosa que escasea hoy en día. Le
acompañó la guitarra joven y maestra de Paco
Javier Jimeno para taranta, cartagenera, un surtido de malagueñas
con abandolao, alegrías, siguiriya y tangos de la Repompa,
cante poco habitual en voz masculina.
Después de solicitar un aplauso para el recientemente
desaparecido Antonio Gades, el presentador Manuel Curado comentó
que a Antonio Núñez ‘Chocolate’
le corresponde el trato de “excelentísimo señor”
por ostentar la Medalla de Andalucía, y citó
la famosa frase del cantaor: “Para cantar bien, me tienen
que gustar las caras”. Le habremos gustado al caballero
porque su voz rota e hiriente, empapada de duende, circulaba
sin atajos ni desvíos por los caminos del taranto,
soleá, siguiriya y fandangos con su inseparable “Carri”,
Antonio Carrión, cuyo toque tradicional pero fresco
provocó aplausos.
Fernando Terremoto, cantaor especialmente querido en Casabermeja,
se encontraba a sus anchas con otro joven maestro de la guitarra,
el jerezano Antonio Higuero. El Pavarotti del flamenco interpretó
tangos, malagueña, siguiriyas, fandangos y bulerías
para terminar, con el bailecito que siempre nos recuerda al
padre, tanto o más de lo que lo hace su cante.
Dignidad faraónica, y ole
ese vestido rojo que parecía gritar “¡atención
damas y caballeros, he aquí una bailaora!”
Es el año de Esperanza Fernández, cantaora
que hereda su respeto por el cante tradicional de su padre,
cantaor Curro Fernández. Ofreció la malagueña
de la Peñaranda con el fandango de Frasquito Yerbabuena,
soleá basándose como siempre en Utrera y Lebrija,
tientos tangos aportando a los de Triana todo su sabor, alegrías
del Pinini que algunos expertos se empeñan en llamar
“cantiñas” a pesar de que son cantes no
llamados así por el mismo Pinini y su familia, menos
acertada por siguiriyas con la disculpa de la cantaora de
que “es difícil después de haber cantado
el maestro Chocolate”, y larga por bulerías.
Con esta mujer la afición tiene ganada al menos una
batalla porque su gusto por lo experimental no ha entorpecido
su capacidad para entregar cante de calidad.
La
gran diosa del baile, Manuela Carrasco, se encuentra en su
mejor momento artístico. Dignidad faraónica,
compás infalible y tajante, buen gusto, inspirada intensidad,
figura madura de buen ver, sonrisa hermosa en momentos puntuales
y una técnica bastante más depurada que en su
juventud cuando a veces su taconeo mostraba señales
de insuficiente ensayo. La “experiencia Carrasco”
va más allá del baile en sí. Se impone
más con una simple mirada o un movimiento de mano que
las acrobacias percusivas del séquito real de esta
noche, Rafael del Carmen y el Torombo, aspirantes al farruquismo
sin poseer las necesarias cualidades. Los cantaores Enrique
el Extremeño y Antonio Zúñiga arroparon
bien a la diosa para un romance alboreá, y después
del descanso y el caldo de puchero, su clásico baile
por soleá, y ole ese vestido rojo que parecía
gritar “¡atención damas y caballeros, he
aquí una bailaora!”
Manuela Carrasco
En balance, un festival con todo lo bueno de los festivales
de antes, y poco o nada de lo malo, porque eso de terminar
a las cinco de la mañana es, para muchos de nosotros,
tan parte de la experiencia como la fiesta que sigue después
o el chocolate con churros de madrugada.