Teatro Tomás y Valiente. Fuenlabrada. Comunidad de Madrid.
4, 5 y 6 de abril de 2008
Texto: Manuel Moraga
Fotos: Rafael Manjavacas
Unas viejas manos llevando el compás, en posición casi vertical y con color virado a rojo componían el cartel de esta nueva edición de las tradicionales Jornadas Flamencas de Fuenlabrada. Las manos eran de Chano Lobato y simbolizan la llama que mantiene vivo el flamenco.
El veterano maestro Chano ha sido la principal figura de este año en las Jornadas. No sólo eran suyas esas manos del cartel, sino que además recibió el homenaje del colectivo El Planeta (organizador del evento) y del Ayuntamiento de Fuenlabrada. No hay que insistir mucho en el legado artístico y existencial de Chano en el mundo del flamenco, de modo que sólo queda aplaudir esa iniciativa y sumarnos así al calor a esa llama viva simbolizada por las dos manos haciendo “sordas”.
Lo de Chano fue el sábado, pero antes, el viernes, abría las Jornadas Eva Yerbabuena y su espectáculo “Santo y seña”, que tenía agotadas las entradas desde una semana antes. Después de haberlo visto en otras ocasiones podemos afirmar que no fue su mejor interpretación. Es cierto que pudimos disfrutar de los originales recursos made in Yerbabuena –como hacer presente el cante cuando éste no existe; algo así como jugar con el “fuera de campo” en cine-, pero no lo es menos que había una cierta falta de credibilidad en sus interpretaciones, especialmente en las cantiñas. Siguiendo con el símil del cine, me recordaba las películas de Buster Keaton, con ese rostro impasible aunque el mundo estuviera cayéndose a pedazos a su alrededor. Aun así, su profesionalidad provoca que cuantas más veces la vemos, más detalles apreciamos y más sabores sacamos a su baile.
El baile tuvo su segunda parte el sábado con la Compañía Flamenca Andrés Marín. Excelente bailaor, con unas cualidades excepcionales y una inquietud artística fuera de lo común, su propuesta “El alba del último día” está fabricada a base de conceptos. Marín no dibuja contornos, sino que expresa ideas. Su baile no es una sucesión de elementos tradicionales entre los que incorpora recursos propios, sino más bien todo lo contrario. Resalta la importancia de la figura, hasta el punto de bailar con su propia sombra. Una de las piezas es un solo de baile, sin música, en el que Marín habla, se comunica y hasta reflexiona sólo a base de movimientos. Además, todos los artistas que le rodean aportan una calidad insuperable: del genial Pablo Suárez queremos un hijo ya… Hijo musical, claro. José Valencia y Segundo Falcón dan clases magistrales de cante. Salvador Gutiérrez está sembrado y Antonio Coronel se sale, sobre todo haciendo percusión con el agua y creando unas texturas sonoras preciosas… Grandes mimbres… Pero… Pero también hay “peros”.
El primero es una pobrísima escenografía y puesta en escena. No es que sean minimalistas: es que quedan pobres. El segundo “pero” lo encontramos en el mismo concepto de la obra: hay un abismo entre la intención escrita en el programa de mano y lo que percibe el espectador. El problema podría ser de un servidor que no alcance a comprender determinadas propuestas, pero es que todo el mundo con el que hablé después de la actuación tenía opiniones similares. Pienso que hasta en la abstracción debe haber coherencia entre forma y fondo. Y el tercer “pero” es la duración extrema. Por muchas cosas que uno tenga que contar, ha de tener presentes los ritmos del espectáculo, que no se basan sino en el propio ritmo interno del espectador. Rebasado un punto, los estímulos deben ser poderosísimos para neutralizar el cansancio y lograr retener la atención. Superado ese punto, como digo, todo es luchar contra viento y marea. En todo caso, el que suscribe tenía muchas ganas de ver bailar a Andrés Marín y, quitado las salvedades mencionadas, he de reconocer que este artista -creativo donde los haya- superó con creces las expectativas.
Ese mismo sábado, la jornada se había abierto con Chano Lobato y, la verdad, vimos a un Chano un tanto apagado, casi sin ganas de hablar y menos aún de cantar. Lo que más transmitió esa noche fue precisamente una inquietante sensación de debilidad. Tras su actuación –excelentemente acompañado, querido y mimado por el Niño Manuela- Chano recibió una placa como reconocimiento a su carrera y a su personalidad cantaora. Todos deseamos ver nuevamente al maestro gaditano con el humor y la sabiduría cantaora que, sabemos, atesora.
La del domingo fue la jornada del cante gitano: el de mujer a cargo de Esperanza Fernández; el de hombre, representado por Duquende. La trianera presentó su último y laureado disco “Recuerdos” con una cuidada puesta en escena, distribuida en dos espacios: uno para cantes interpretados con todo el grupo, y otro para los estilos más íntimos donde sólo quedaba acompañada por la guitarra. Alguna proyección permitía las transiciones y hacía progresar el espectáculo. Algo sencillo pero efectivo y que rompe con la aburrida puesta en escena tradicional. Al fin y al cabo todo lo que se desarrolla en un escenario tiene que estar tamizado por el concepto de teatralidad. Interpretó todo su disco y en relativamente poco tiempo, lo que debe ser una paliza para la voz. Esperanza cantó realmente bien. Sería difícil destacar algo, pero aun así señalaría, por su dramatismo, las siguiriyas y el himno de los gitanos con el que cerró la actuación.
Tras el intermedio, Duquende y Diego del Morao trajeron de nuevo los sones gitanos al escenario. Calentó el ambiente desde el primer momento por tarantas y también vino a hacer, si no las mismas letras, sí prácticamente los mismos estilos que incluye en su último trabajo discográfico: tangos, fandangos, soleá, bulerías. En definitiva, su repertorio más característico. Voz flamenca, dominio del compás, velocidad en la ejecución, calidez, gitanería… Estas virtudes afloraron con naturalidad y el público supo valorarlo. Al final, una pinceladita de baile por siguiriyas a cargo de Manuel Gutiérrez. No obstante, y vista la espectacularidad de la propuesta de Esperanza Fernández, quizá hubiera sido más lógico que hubiera puesto ella el broche de oro a estas Jornadas Flamencas que desde hace 24 años exportan el nombre de Fuenlabrada hacia todo el ámbito de lo jondo.
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