Resumen: XVIII Festival Flamenco Caja Madrid. Arcángel / Dorantes
XVIII FESTIVAL FLAMENCO CAJAMADRID 2010 Teatro Circo Price
ARCÁNGEL DORTANTES “Piano abierto con Grilo”. Especial Festival Caja Madrid 2010. Programación, reseñas, fotos… AL FONDO HAY SITIO Texto: Manuel Moraga Una cierta monotonía en Arcángel y el largo viaje de Dorantes hacia el jazz se tradujeron en la ausencia de la emoción flamenca esperada de antemano. Disfrutamos del conjunto, pero el duende no se dejó ver por el Teatro Circo Price. Noche interesante, pero no intensa. El cartel prometía “Notable”, pero se quedó en un “Bien”. Por martinetes abrió Arcángel la noche. Y lo hizo ciertamente con garra, con entrega y con drama. Buen comienzo que hacía presagiar una velada intensa, pero lamentablemente no hubo demasiados momentos que incrementaran esa emoción de arranque. Siguió con la caña –con un buen remate de soleá apolá-, tangos paraos, siguiriya –también con momentos de emoción-, bulerías, cantiñas, fandangos de Huelva y fandangos naturales. Su cante, aunque actual, tiene un cierto sonido antiguo que puede acercarnos a aquellos momentos creativos del cambio del siglo XIX al XX. Y de hecho, Arcángel es un artista que se compromete con la opción creativa del flamenco. No se limita a hacer suyos los cantes sin más, sino que le gusta embarcarse en la nave de la exploración. Y justamente ahí es donde, a mi entender, surgen algunos “peros”. Para empezar, su línea de búsqueda tiene demasiadas reminiscencias morentianas, al menos en su actuación de anoche, y eso puede ser una virtud o una rémora, según se quiera interpretar. Para mí, es más bien lo segundo, no por Morente, sino por pegarse demasiado a un camino ya transitado. En segundo lugar, observo que su proceso se basa excesivamente en la forma, con el consiguiente peligro de distanciarla de la emoción esencial. Arcángel se sabe su oficio perfectamente y no estaría de más que buscara un acercamiento entre el conocimiento formal de los estilos y la trascendencia que debería resultar de su interpretación. Y es que el artista flamenco debe lograr que el alma del espectador se mantenga alerta en todo momento ante la expectativa del pellizco, de que en el escenario pueda ocurrir algo. Al menos, ese es mi concepto del flamenco, concepto que no pude captar ayer con el de Huelva. Y cuando eso no ocurre, empieza a acechar el fantasma de la monotonía. Al final de la noche, conversando con una miembro (últimamente “miembra”) de la Asociación Flamenca Rafael Jiménez Falo, comentábamos que si importante es saber cantar, más lo es el saber lo que se canta. Maestros como Morente o el mismo Rafael Jiménez “Falo” –y de ninguna manera es mi intención establecer comparaciones: solo intento explicar mejor mi opinión- pueden fijarse en un cante, trabajarlo, variarlo e incluso darle la vuelta por completo, pero finalmente sabemos que la esencia fundamental de ese cante permanece. Con las apuestas demasiado formalistas se corre, insisto, el riesgo de perder de vista la emoción y el drama básicos que deben primar sobre todos los demás elementos. Es importante llegar al fondo de las cosas para poder trabajar después su forma buscando la emoción, el pellizco, el duende. Y eso, ciertamente, no es fácil. Arcángel puede conseguirlo y, de hecho, lo logra sin dificultad en los fandangos de su tierra, por ejemplo. Es cuestión de tener claros los conceptos: de saber lo que se canta, además de saberlo cantar… Y también en esto interviene la madurez, por su puesto. El tiempo necesita tiempo Dorantes presentó una propuesta muy jazzística. Demasiado jazzística, me atrevería a decir, teniendo en cuenta que su actuación se enmarcaba dentro de un Festival Flamenco. Todos conocemos el trabajo de este músico y sabemos de su inquietud por utilizar lenguajes diferentes para expresarse, pero insisto en que también el artista debe ser consecuente con el marco en el que se presenta. Además, pecó de extenso. Con una o dos piezas menos habría quedado más comedido y resultón. Aún así, la sesión quedó digna, en general. Dorantes -lo hemos dicho en muchas ocasiones- es un músico con una sensibilidad especial y, además, suele rodearse de excelentes artistas, como Yelsy Heredia –que también estuvo con El Cigala el miércoles, aunque con peor fortuna a causa de problemas con su instrumento y con el sonido-, Rafael de Utrera –magnífico cantaor-, Tete Peña –sobresaliente en la percusión- y Joaquín Grilo. Pero seguimos con los peros. En este caso aplicados al Grilo, que si bien es artista que no tiene que demostrar nada en el baile –y de hecho hay que admitir que es un fenómeno, lo ha sido y lo seguirá siendo-, no es menos cierto que en este espectáculo nos resulta forzado. En lugar de bailar con su naturalidad jerezana se crea un personaje a pesar de que en el escenario no hay ficción alguna. Y lo peor es que el personaje tiene más de pantomima que de drama. No entiendo qué es lo que quiere transmitir Joaquín Grilo en esta propuesta, más allá de los momentos en los que, metido en una atmósfera jazzística, su baile funciona como un instrumento más que interacciona con el resto de los que hay en el escenario. En esos episodios, y en algunos otros pasajes, Grilo nos brindó detalles de calidad. Pero si con Arcángel se advertía una cierta distancia entre forma y fondo, con el Grilo da la sensación de una cierta incoherencia, que no deja ser otro modo de distancia. En este sentido –y enlazándolo con los anteriores comentarios sobre Arcángel- creo que el artista tiene que buscar su verdad viajando hacia adentro, y no hacia fuera. Y eso es, probablemente, lo más difícil del arte. De hecho, no es casual que haya muchos artistas apostados en la entrada del proceso creativo y pocos que realmente profundicen en él. Pero todo tiene solución porque al fondo, siempre hay sitio. Es cuestión de conciencia y de ciencia. En ese orden. |
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