Texto: Estela Zatania
Fotos: Ana Palma
Resumen: XV Festival de Jerez 2011 Javier Latorre 'El duende y el reloj' María Mezcle, David Carpio Lola Pérez, Ana Ma. Blanco
XV FESTIVAL DE JEREZ |
A las cinco de la tarde en el Centro Andaluz de Flamenco, el programa de actividades paralelas del Festival de Jerez ofreció el primer taller “Distinguir los Palos” de la mano del musicólogo Faustino Núñez. Por la tarde/noche, una variada oferta de actuaciones completó el séptimo día del festival. En el Palacio Villavicencio, un recital acústico compartido por la sanluqueña María Mezcle y el jerezano David Carpio tuvo aforo completo debido a la extraordinaria participación del guitarrista Manuel Moreno Junquera, “Moraíto Chico”, o simplemente “Morao” como ahora llaman a uno de los intérpretes del flamenco más queridos y admirados de nuestros tiempos, tanto por su excelencia guitarrística, como su personalidad abierta y cariñosa. Últimamente Morao ha tenido algunos problemas de salud, así que la reducida sala se llenó de amigos, artistas y admiradores que le brindaron una emotiva ovación al comienzo y al final. Con Manuel Valencia a la guitarra, y las palmas de Luis y Ali de la Tota, María Mezcle cantó una versión sumamente lírica de la farruca. Por caracoles, esta luminosa cantiña ganó en sustancia con el acompañamiento de Valencia que también puso el empaque jerezano a la siguiriya, antes del final por bulerías. En la segunda parte David Carpio abrió por tonás con la garantía del barrio de San Miguel que lo vio nacer. Después de destacar que cantar en el Festival de Jerez con el acompañamiento de Moraíto es ver cumplido un sueño, interpretó excelentes cantes por romance, siguiriyas, fandangos y bulerías con las palmas y jaleo de Chícharo y Bo. COMPAÑÍA JAVIER LATORRE “EL DUENDE Y EL RELOJ” Dalí: Javier Latorre. Duende: Karen Lugo. Leonardo da Vinci: Ricardo Luna. Niño de Archidona: David Pino. Descartes: Cristián Lozano (artista invitado). Cuerpo de baile: Añida Gil, Hugo López, Irene Lozano, Encarna López, Alejandro Rodríguez, Berta Temiño. Cante: Antonio Campos, Delia Membrive (colaboración especial). Guitarra: Gabriel Expósito, Luis Medina. Mandola y cante: José Ángel Carmona (colaboración especial). Percusión: Juanfra González, Paquito González (colaboración especial). Guión original: Philippe Donnier. Coreografía: Javier Latorre. Textos: Philippe Donnier, Javier Latorre. Siempre he defendido la idea de que debemos tener en cuenta que los artistas o espectáculos que fracasen o simplemente gusten poco, han requerido una preparación igualmente complicada, sacrificada o costosa que las propuestas de éxito. La obra “El duende y el reloj” es un ejemplo claro. En pocas ocasiones tantos recursos se han empleado con tan nobles intenciones por tan buenos intérpretes para conseguir tan decepcionante resultado. Con estética de manga japonesa, un espectáculo que en el mejor de los casos se puede describir como infantil, se basa en la premisa de que el compás del flamenco consiste en esquemas numéricos. Es una idea simplista que sólo pudo salir de la mente de un músico o un bailaor, y de hecho, el argumento es original del musicólogo Philippe Donnier y el bailaor y coreógrafo Javier Latorre. No se tiene en cuenta el elemento no percusivo del cante, fuerza motriz del flamenco, ni el hecho de que los cantaores vivenciales no relacionen el compás con ningún sistema numérico. Pero el entendimiento está supeditado al entretenimiento, y debemos contentarnos con las espléndidas interpretaciones de Ricardo Luna y Cristián Lozano como Leonardo da Vinci y Descartes respectivamente, o un magnífico Javier Latorre que hace de Salvador Dalí. La mexicana Karen Lugo es sorprendentemente eficaz en el papel de una especie de Tinker Bell, la diminuta hada de los cuentos de Disney, hablándonos con monólogos reiterados que nos convierten a todos en párvulos por un día. No queda clara la explicación de las medidas de dos o de tres, o el compás de amalgama que tanto se habla hoy en día, y ni las cifras que aparecen en la pizarra proyectada aclaran el tema. Se insiste en el desfasado concepto de que la siguiriya se acompaña “por medio” (alguien se olvidó de decírselo a Juan Talega). El empeño comunica más cuando se ofrecen ejemplos de cada esquema, como los tangos o la farruca para el compás binario, pero inexplicablemente, en lugar de abandolao para expresar el ternario, bailan por sevillanas, curiosa elección (también suenan jaleos, más acertados). Una demostración práctica de cómo la soleá y la siguiriya se solapan funciona algo mejor, aunque dudo que muchos no iniciados la hayan comprendido. Un tanguillo aporta variedad, y la novedad de rematar una guajira con cabal funciona francamente bien debido a la escala musical que comparten ambas formas. También se mira brevemente la naturaleza de los cantes libres comparada con la de los de compás, pero nuevamente, es una demostración excesivamente superficial para aportar conocimientos reales, y demasiado limitada para funcionar como arte. Un intermedio brevísimo cuyo motivo de ser no queda claro y deja a la gente preguntándose si ha acabado ya el espectáculo, termina de marear la desafortunada sopa para dejarla tan espesa como el salmorejo de Córdoba de donde sale la semilla de este valiente intento de acercar el funcionamiento del flamenco al gran público.
LOLA PÉREZ, ANA MA. BLANCO A la medianoche, dos bailaoras compartieron el escenario de la Sala la Compañía con discretas propuestas basadas en el flamenco más tradicional. En el 2004, Lola Pérez fue ganadora del premio “Matilde Coral” en el venerable Concurso de Córdoba. Vino a Jerez con su martinete y siguiriyas con palillos, y alegrías con bata de cola y mantón (luce las maneras de Blanca del Rey de quién es discípula) con el cante de El Güeñi, la guitarra del Niño Seve, las palmas de El Mori y un excesivamente dominante cajón tocado por José A (sic). Es una bailaora tan competente como corriente, y su baile es un catálogo de lugares comunes. El guitarrista invitado de Ana María Blanco, Juan Parrilla, no pudo estar presente por motivos de salud, dejando a Jesús Álvarez la tarea del acompañamiento. La bailaora luce algo más de personalidad, y nos brinda tres voces interesantes, las de Luis Vargas “El Mono”, Agustín Mancheño y el impresionante gaditano Miguel Rosendo. Por siguiriyas, tangos y soleá no logra romper, ni parece tener intención de hacerlo, y en esta larga jornada que empezó a las cinco de la tarde, el momento más emotivo queda en la intervención de Moraíto horas antes en el Villavicencio.
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