Fotos Ana Palma
Resumen: XV Festival de Jerez 2011. Isabel Bayón 'En la horma de sus zapatos' / Andrés Peña 'Callejón de Asta'
XV FESTIVAL DE JEREZ |
“EN LA HORMA DE SUS ZAPATOS” Texto: Manuel Moraga PARA NO PRESUMIR DE ELLA Baile: Isabel Bayón; Cante: David Lagos, Miguel Ángel Soto “Londro”; Guitarra: Jesús Torres, Juan Antonio Suárez “Cano”; Percusión: José Carrasco. Una buena idea, una estructura eficaz y una brillantísima ejecución fueron las claves del éxito de Isabel Bayón en el Teatro Villamarta. La sevillana demostró que no hace falta ni grandes inversiones ni argumentos pomposos para plantear un espectáculo de baile absolutamente redondo y coherente. Lo único necesario es creatividad… y baile, claro está. En la primera parte, Isabel Bayón se emplea en abordar de diferentes formas la poesía. Su reto aquí era lograr la implicación del poema, la música y la danza. Ciertamente lo logró y, como decimos, a través de estructuras musicales diferentes, contando para ello con la profesionalidad y el talento de dos grandísimos músicos, como son Jesús Torres y Juan Antonio Suárez “Cano”. Isabel Bayón –que se raspó prácticamente todo el espectáculo en la escena- dio una lección de cómo utilizar el cuerpo como soporte de expresión: solo con brazos, sin brazos, hombros, cintura, manos, cabeza, mirada… todo. Y cuando esta primera parte empezaba a hacerse un pelín larga –es el riesgo de estar tanto tiempo en el escenario exponiendo recursos-, llegó la segunda parte. Isabel Bayón planteo un homenaje a sus maestros, y concretamente, a Mario Maya, Matilde Coral y Chano Lobato. Si hasta este punto del espectáculo Isabel Bayón había abordado músicas y estilos de una forma más o menos libre respecto a las estructuras clásicas flamencas, a partir de los tangos, todo se ciñe a los cánones flamencos, eso sí, con el toque creativo y diferenciador que imprimieron bailaora y músicos. Los tangos fueron de antología. Hacía mucho que no veíamos bailar así por este estilo. Y a ese mismo nivel estuvo su original serrana, interpretada con el sabor de lo antiguo: liviana, serrana y –tras una magnífica transición musical- el abandolao. Que yo recuerde, nunca había visto este baile, y la Bayón lo bordó. Y del garrotín puede decirse otro tanto. Emocionante fue el homenaje al maestro Mario Maya, de quien tantos han bebido, incluida por supuesto la propia Isabel Bayón. No creo que en la historia de la danza flamenca haya habido nunca un maestro que diera tantos buenos frutos como dio Mario Maya. La lista sería interminable, y entre esos buenos frutos está, sin duda, la Isabel Bayón que vimos ayer, que dedicó a su maestro unas cantiñas, al igual que hizo con Chano y Matilde. Es un gesto que, desde luego, honra a la bailaora. Además, las voces en off de estos maestros hicieron presente sus ausencias. Ausencias, lamentablemente irreparables ya en dos de ellos. Todos estos contenidos los fue gestionando Isabel Bayón con criterio y sensibilidad, organizándolos en una estructura que progresó adecuadamente en lo artístico y en lo emocional y que no decayó en ningún momento. Todo lo contrario. Y otra virtud más: la justeza. Que el espectador quede satisfecho, pero con ganas de más es una de las claves de la redondez de la propuesta. En definitiva, todo el teatro disfrutó de lo lindo con Isabel Bayón y toda su compañía, porque también es justo destacar el trabajo de los cantaores, vestuario, iluminación, sonido, composición y coreografía. Todos han contribuido para lograr este resultado. Mario Maya siempre decía que el toreo de Curro Romero o Rafael de Paula parecía fácil… “¡Pero baje usted a hacerlo!”, añadía… El arte está en hacer fácil lo difícil. En este sentido, una de las frases en off que Isabel Bayón rescató de Mario Maya puede servir para resumir lo visto anoche: “la técnica está para no presumir de ella.” ANDRÉS PEÑA “CALLEJÓN DE ASTA” Texto: Estela Zatania La trayectoria del bailaor Andrés Peña no ha sido meteórica como la de otras figuras actuales. Tampoco su nombre tiene ese brillo que hace que a la gente de a pie les suene, ni haga colas para respirar el mismo aire que él. Andrés peña no sale en la prensa rosa ni tomate ni de ningún otro sabor. No obstante es uno de los valores más importantes del baile flamenco que ha salido de Jerez, una tierra prácticamente yerma para el baile.
Este año Peña ha presentado su “Callejón de Asta” – el título se refiere al lugar donde nació y se orientó en el flamenco – en la Sala la Compañía con dos funciones, anoche con aforo completo. Lo cual hace que uno se pregunta porqué esta obra no tuvo acceso al Teatro Villamarta donde hace dos años el espectáculo de Peña, junto a Pilar Ogalla, “Cádiz de la Frontera”, fue de lo mejor del Festival de Jerez. No importa. Andrés Peña sigue su camino con firmeza y decisión, cualidades que también expresa mediante el baile. Es un paquete de compacta elegancia, la belleza de la fuerza controlada. Una inteligente sutileza de movimiento hace de contraste con los momentos más dinámicos cuando sientes todo el empaque del flamenco, una cualidad que no siempre está presente en el baile más actual que se viste de contemporaneidad y pierde peso específico en el proceso. La escena es una tabernita, y el sonido de gaviotas nos ubica al lado del mar (en Jerez, a pocos kilómetros de la costa, también escuchamos las gaviotas). Andrés arranca en solitario por tangos, sin guitarra, con el cante excelente de Manuel Tañé, Luis Moneo y David Palomar, tres voces diferentes con sendas personalidades. La ausencia del sonido de la guitarra siempre aporta gravedad, en este caso, bien complementada por el denso baile de Andrés para hacer gala de la contundencia del compás binario. A continuación, un paso a dos de farruca con Pilar Ogalla, su pareja habitual. De hecho, Andrés Peña y Pilar Ogalla es el dúo que más y mejor defiende el poco empleado formato de la pareja de baile flamenco que fue tan popular hace unas décadas (Antonio y Rosario, Gades y Hoyos y tantísimos otros). Una farruca en la que los dos visten pantalón vaquero y chaleco, es un retrato de precisión y compenetración, y el sonido del acordeón de Ale Romero aporta cierto feeling de tango argentino, aunque la coreografía es rigurosamente flamenca. La cálida voz del veterano Luis Moneo nos ubica por soleá, y llega Andrés con intensidad felina, más lento que el tiempo mismo, y más “peligroso”. Agarrando su chaqueta con el puño fuertemente cerrado, su centro de gravedad firmemente anclado, va soltando pellizcos originales e impactantes. Pilar, con abanico y vestida de bata de cola color rosa y gorra al juego, es una delicia al compás del 4×4 con acordeón. Para el último baile, Ricardo Rivera a la guitarra lanza una ráfaga de alegrías cantiñas, y de pronto el aire huele a salitre. “Hay un carril…” canta Palomar, y Andrés llega en él despachando ‘ange’, sabor y la fuerza contenida que tan bien domina y aprovecha.
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