Texto: Estela Zatania
Fotos: Ana Palma
Resumen: XV Festival de Jerez 2011. Ángel Muñoz / Nazaret Cala / Kiko Peña
XV FESTIVAL DE JEREZ |
NAZARET CALA, KIKO PEÑA Una nueva generación de cantaores viene llenando el enorme vacío dejado por desapariciones recientes de clásicos como el Chocolate, Paquera de Jerez, Fernanda y Bernarda de Utrera o Chano Lobato. Son nombres que retratan toda una época dinámica del cante flamenco cuando no había grabaciones ni radio apenas, y el cante que hoy en día llamamos “vivencial”, es decir, aprendido de viva voz sin medios electrónicos, fue todo lo que había. Esas mismas leyendas, y muchas otras, dejaron sus voces registradas para generaciones futuras, y ahora debemos conformarnos con el resultado. Nazaret Cala (Puerto de Sta. María, 1980), y Kiko Peña (Écija, 1995) son intérpretes extraordinarios, cada uno a su manera. Se habla mucho de la frescura de su juventud, pero lo que es fresco para unos, es la falta de dimensión para otros. La joven portuense que se presentó vestida de verde y rojo, con la sabia guitarra jerezana de Fernando Moreno, cantó por soleá a paso lento, alegrías acompañadas en La dando un sabor a antiguo, siguiriyas y bulerías con el compás de Luis y Ali de la Tota. Para la que escribe, el inconfundible marchamo de la academia donde perfeccionó sus dotes naturales le ha marcado en exceso. O a lo mejor es cierto tipo de persona, la que ama el flamenco pero no tiene acceso a las citadas vivencias, que se apunta a una academia de cante. No creo que haya que “sufrir” para cantar bien, pero sí que todo artista debe entrar en batalla con sus demonios particulares, y no limitarse a la perfección técnica. Otro tanto de lo mismo con Kiko Peña, que vino acompañado a la guitarra por Miguel Salado e interpretó tonás, cantiñas, siguiriyas y bulerías. Se dice que un cantaor está hecho a los quince años, y pasa el resto de su vida reiterando y profundizando en lo que ya sabe. Kiko Peña ha cumplido los quince, y sabe tela, pero ¿cómo lo juzgamos, como niño aventajado o adulto flojo? “¡Pero si canta como un viejo!” me dicen. Tiene dotes impresionantes, no cabe la menor duda. Una capacidad para imitar, no sólo las voces y melodías, sino los gestos de los cantaores veteranos. Pero ha llegado el momento de ir más lejos de la imitación, de buscar su propio discurso – es algo que no le puede enseñar ni su ilustre mentor, Miguel Poveda. ÁNGEL MUÑOZ “ÁNGEL. VUELO/BAILE FLAMENCO DEL BLANCO AL NEGRO” Baile: Ángel Muñoz. Cante: Miguel Ortega, José Ángel Carmona. Guitarra: Javier Patino. Flauta, armónica y saxo: Diego Villegas. Percusión: Nacho López. Difícil espectáculo en la Sala la Compañía. Una obra lenta, oscura, tristona y conceptualmente ambiciosa para el humilde escenario de la Compañía. Un molesto ruido que representa los latidos de un corazón (digo yo) es el comienzo del primer baile, una larguísima siguiriya que demuestra lo aconsejado de empezar con números cortos. Mucho rato sin voz ni guitarra, sin luz apenas, y muchísimo taconeo. Casi me pregunto si Ángel Muñoz circula más en el extranjero para depender tanto de la percusión de los pies para ganar al público. Por fin llegan los cantaores Miguel Ortega y José Ángel Carmona para poner vida y voz al empeño, pero todavía el baile sigue y sigue, y la oscuridad no da tregua. El segundo número fue fandangos naturales, es decir, libre de compás, para el baile de Muñoz. Hace medio siglo Manuela Vargas fue la primera en bailar a un cante libre, y desde entonces no lo he visto hacer eficazmente. Siempre parece un ejercicio extraño, moverse sin estructura, sin el pulso del ritmo en un género como el flamenco que tanto depende del compás. El bailaor se retira, y sólo entonces fluye el ritmo de fandangos para los dos cantaores que ofrecen sus interpretaciones del Gloria o del Toronjo. Instrumentos de viento a cargo de Diego Villegas ambientan y adornan un taranto bailado por Muñoz, haciendo la parte cantaora sin que tenga el calor de la voz humana. Este baile también se extiende demasiado, y cuando pasan a una medida ternaria, te das cuenta que Muñoz lleva como media hora sin descanso. Es un bailaor de primera, con un estilo “clásico contemporáneo” con influencias de Manolo Marín, la escuela sevillana masculina que digamos. Pero no siempre los mejores intérpretes sirven para concebir o dirigir un espectáculo. De hecho, sólo cuando el bailaor se deshace de toda pretensión intelectual y nos concede su baile tradicional por alegrías con iluminación por fin adecuada, la propuesta cobra vida y credibilidad. También había farruca, guajira y un largo instrumental, pero posiblemente lo mejor del espectáculo fue el mano a mano por bulerías de los dos cantaores a palo seco, aunque el público, principalmente aficionadas al baile, no reaccionó. |