XV BIENAL DE FLAMENCO DE SEVILLA ‘FLAMENCO UNIVERSAL’ |
ESPECIAL BIENAL DE FLAMENCO DE SEVILLA 2008 Texto: Estela Zatania Baile: Pepa Montes, Abel Jarana, Jesús Ortega. Guitarra: Ricardo Miño, Paco Vargas. Cante: Enrique Soto, Vicente Gelo, Sebastián Cruz. Percusión: Juan Ruiz, David Chupete. Violín: Bruno Axel “El Duende”. Artista invitado: Pedro Ricardo Miño (piano). La sevillana bailaora Pepa Montes y su esposo, el guitarrista Ricardo Miño, pertenecen a esa generación de artistas de flamenco que quedó a la deriva cuando la parejita Camarón/Paco de Lucía volcó la mesa de juego y se cambiaron las reglas. Demasiado formados para cambiar de rumbo, y demasiado jóvenes para tirar la toalla, no había más remedio que seguir adelante a ciegas, con la esperanza de que siguiera habiendo una demanda para el flamenco clásico que tan bien dominaban. Muchos fracasaron miserablemente en el intento de ser modernitos, otros se aferraban a su clasicismo y lograban mantener una modesta pero digna carrera. Miño fue uno de los primeros en hacer sus pinitos con la fusión a principios de los años setenta incorporando el sitar de Gualberto, pero otros fusionaron más agresivamente y aquel comienzo quedó olvidado. Pepa, por su parte ha seguido su línea clásica de baile de la escuela sevillana, con ocasionales intentos de renovar el planteamiento. A todo esto, está el hijo de la pareja, Pedro Ricardo Miño, pianista, y el deseo de unir a la familia en un mismo espectáculo. Pepa Montes ganó un premio en Córdoba en 1975, año que prácticamente marca el ocaso de la época neoclásica, cuando el llamado “nuevo flamenco” emprende su ascenso, hasta ahora imparable. Entonces ¿qué hace una bailaora que queda artísticamente hecha en el preciso momento del declive del género que domina? Ese es el dilema que Pepa Montes intenta resolver en “Flamenco universal” con un resultado desigual, y tantos momentos buenos como flojos. Si hace algunos años lucía un baile caducado de tablao, ahora su misma veteranía hace que quede poco apropiada la sobrecarga teatral de esta obra. Lo que Pepa Montes debe hacer es bailar y punto. Porque es lo que desean sus admiradores, porque es lo suyo y porque allí hay una artista. El primer número de “Flamenco universal” es una especie de antología en la que vemos a la bailaora por tonás, serranas, abandolao o soleá, un popurrí cuya excesiva duración, alrededor de media hora, logra cansar. Dicen que en el teatro el primer número ha de ser cortita y livianita – sabio consejo. Una farruca a piano con el baile de los dos varones, Abel Jarana y Jesús Ortega, figura en el programa como “Gades…¡Maestro!”. La escala menor y la natural contundencia del compás casan bien con el piano, que incluye hasta la “escalera”, la endemoniada ráfaga de notas que en tiempos pasados fue la peor pesadilla de los guitarristas. A continuación, la caña, primero a piano, luego con cante, guitarra y baile, ”En recuerdo a Pilar López”, siguiendo el modelo más clásico con falsetas de Sabicas incluidas. Ricardo Miño juguetea con pizzicato, una técnica que el guitarrista Rafael Rodríguez ha puesto de mini moda, y una extraña interpretación del garrotín con poco cante. Esta forma casi en desuso, normalmente caracterizada por su espíritu desenfadado, aquí tiene el peso específico de una siguiriya, supuestamente con la intención de los artistas. Un violinista con chistera no encaja ni con calzador, pero luego, bulerías que aportan los primeros momentos de energía, y el baile de Pepa por cantiñas con bata de cola. Cómo se nota que es de la generación de la bata, la emplea como el complemento que es, con absoluto dominio y naturalidad, y no como herramienta circense. Por fin vemos a la bailaora, canta Enrique Soto por bulerías a palo seco y te preguntas qué necesidad había de todo lo anterior. |