‘EL CIELO DE TU BOCA’ |
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ESPECIAL BIENAL DE FLAMENCO DE SEVILLA 2008 Texto: Estela Zatania Baile: Andrés Marín. Campanas y polifonía: Llorenç Barber (artista invitado). Cante: Segundo Falcón, José Valencia, Enrique Soto. Guitarra: Salvador Gutiérrez. Percusión: Antonio Coronel. Dirección artística y dramaturgia: Andrés Marín, Salud López, Santiago Barber, Juan Vergillos. Coreografía: Andrés Marín. Siempre es gratificante hacer el descubrimiento personal de un genio, independientemente de si eres la última en reconocer a ese genio, o si realmente pocas personas han tomado nota de la persona en cuestión. El bailaor Andrés Marín, al que vi por primera vez hace algunos años, es un genio que goza (¿padece?) de ambas condiciones. Si en Holanda o Francia es máxima figura del baile flamenco, en otros lugares no trasciende y en su propio país no se prodiga demasiado, comparado con las figuras más populares que todos conocemos. Incluso si no te gusta su particular estilo, hay que admirar la serena precisión con la que ejecuta su baile, sin que ésta sea un alarde técnico en ningún momento; hasta el peinado esculpido que no tolera un solo pelo fuera de lugar (a las madres nos molesta el desmelenamiento que cultivan muchos, que por otra parte es una barata afectación), forma parte del look que parece representar a la especie homo latinus domesticus, variedad 2008. Se nota un público mayoritariamente extranjero europeo cuando la voz de Enrique Soto rompe el silencio pre espectáculo desde el patio de butacas todavía iluminado. A partir de entonces es un viaje por la mente de Andrés Marín que se empeña en este tipo de espectáculo conceptual, cargado de simbolismo y afirmaciones que a veces producen más confusión que inquietud. Hasta el hermoso título de la obra no parece guardar relación con el motivo de las campanas que inunda la vista y el oído, y acaban por enterrar a lo que tenía que haber sido el elemento principal: el baile de Marín. El texto del programa de mano anima al espectador a “no hacer preguntas en torno a lo que ve […] y simplemente sienta su cuerpo, su piel, el cielo de su boca”. Una servidora se entregó en cuerpo y alma, pero no logró el prometido estado de gracia, a pesar de sus mejores esfuerzos. Si la obra entera no acaba de cuajarse, algunos momentos resultan geniales. El cante de Marín de un perfectamente respetable fandango, el surrealista audiovisual que incluye radiografías de un hombre que canta o las manos del bailaor, toques de humor como los dos cónicos objetos metálicos que el bailaor lleva atados a la espalda, cuales enormes senos mal colocados que Andrés hace sonar pegando pequeños saltitos, o el gordo de la lotería cantado por los cantaores con ánimo de tonás. Lo más sorprendente de la obra es el extraño e hipnótico canto polifónico realizado por Llorenç Barber, “domador” de las diversas campanas. Es una técnica vocal de cierta zona de Mongolia que produce un misterioso sonido gutural y agudo simultáneamente. Si las campanas restan coherencia y aportan poco, se hubiera podido aprovechar mucho más este inquietante sobrenatural sonido que resulta tan ajeno para nuestros oídos, y que insinúa un regreso a los comienzos – del flamenco, de la vida, del universo… El magnífico trío de cantaores – Segundo Falcón, José Valencia, Enrique Soto – se aprovecha demasiado poco. Sólo las cantiñas del comienzo, y las siguiriyas hacia el final impactan como bailes completos con su comienzo, desarrollo y resolución, y es cuando se aprecia el extraordinario talento de Andrés Marín, los cantaores y la subvalorada guitarra de Salvador Gutiérrez. También hay una farruca con casi reminiscencias de Antonio Gades. Querer huir de los tópicos lleva implícita la responsabilidad de inventar un código propio. A lo mejor ningún ser humano es capaz de crear un sistema que compita eficazmente con un género tan desarrollado a lo largo de tanto tiempo como es el flamenco. Pero prefiero contemplar los fallidos intentos de Andrés Marín y su profundo arte sin concesiones, a los éxitos de muchos otros.
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