Resumen: XLIV Caracolá Lebrijana Miguel Poveda, Diego Carrasco en familia
XLIV Caracolá Lebrijana |
DOS PERSPECTIVAS, UN LENGUAJE COMÚN Catalán joven, jerezano veterano. Sería harto difícil citar dos historiales dentro del flamenco más dispares que los de Miguel Poveda y Diego Carrasco. Andando por la vida, cada uno su sendero particular, toparon con compases y formas que les sirvieron para expresar sus inquietudes, y sin miramientos, desarrollaron sus respectivas visiones hasta las últimas consecuencias. Visto así, fue casi inevitable que se cruzaran y se comprendieran tan exquisitamente como hicieron en la plaza del Hospitalillo de Lebrija, y en tantas otras ocasiones. Por partes…. El grueso de la cuadragésimo cuarta Caracolá Lebrijana se ha repartido en dos días, con un merecido homenaje a Juan Peña “Lebrijano”, la figura más relevante de uno de los pueblos más relevantes para el arte jondo. Una exposición fotográfica al respecto en la Casa de la Cultura, con regalo de “Pasaporte Lebrijano” incluido, fue complementada la noche de sábado, 25 de julio, por el reconocimiento oficial del cantaor como Hijo Predilecto de Lebrija. Este acto ha correspondido al segundo día del festival, con la destacada actuación del homenajeado, además de Enrique Morente, un acontecimiento histórico en una zona del territorio flamenco poco pisado por el granadino. Diego Carrasco: el repertorio de siempre y de nunca… un chorro fino de flamencura venenciada como el mejor vino de su tierra La noche de viernes fue a cargo de los susodichos fenómenos de la naturaleza flamenca. Diego Carrasco empieza cantando con esa rancia media voz, acompañándose por bulerías insinuadas, con una sutil percusión. Más que cantar, dice, ironiza y filosofea a través de su bulería jonda. “Debajito de la hoja del perejil”, Lorca versionado y soñado a lo Carrasco, el repertorio de siempre y de nunca, el arte se autoalimenta. Habla de María la Perrata y del Tío Lagaña, y les canta con el misterio flamenco que empapa todo lo que hace. “Ea lajea”, un chorro fino de flamencura venenciada como el mejor vino de su tierra sale del escenario y viaja por la noche lebrijana para perderse en la campiña. El mensaje queda plasmado sin interferencias. “Futuro puro puro”, “el árbol de la sabiduría”, “Fernanda es el futuro y el pasado” – letras medio habladas que sentencian. Diego Carrasco de pie comunica más que Diego Carrasco sentado. Ese baile minimalizado y elegante, letras improvisadas, andares, cantecitos… Le respaldan familiares: Ané y Juan Carrasco a la percusión, Currito de Navajita a la guitarra y Carmen Amaya con palmas y coros. Miguel Poveda. A sus treinta y tantos ya está consagrado, y su nombre está inscrito en la historia del cante. Tuvo que ser un talento de proporciones inusitadas para romper definitivamente las barreras localistas de muchas mentes. Hace sólo un par de años, quién fuera a decir que un no andaluz llegaría a ser el cantaor más admirado y cotizado del país. Poveda ha logrado este milagro, y en cada actuación que realiza en escenarios andaluces, el público se rinde a sus pies. No como curiosidad pasajera, sino como cantaor por derecho, porque en él se aúnan facultades, capacidad, sensibilidad, inteligencia, humildad y una afición sin límites. Con su compacto grupo habitual – Juan Gómez “Chicuelo” a la guitarra y Carlos Grilo y Luís Cantarote a las palmas – el catalán, igual que el jerezano, hizo “lo de siempre”, con ese arte que tienen algunos de hacer que lo conocido sorprenda. Malagueñas de Chacón y Peñaranda, trabajando los contrastes con maestría, rematadas con rondeña. Cantiñas apoteósicas con bulería autóctona en el remate – es posible que Miguel sea el máximo intérprete actual de esta rama del cante a la que da todo el sabor sin mimetismo, y aporta versos originales: “Fue el orgullo de Cái / Chano Lobato en gloria esté / porque allí nació La Perla / Pericón y Aurelio Sellé”. El soberbio toque de guitarra de Chicuelo, con el perfecto equilibrio de clásico y contemporáneo, está a los pies del cantaor en todo momento, qué poco se ve esto hoy en día. Luego, ocurre una cosa inaudita; el público lebrijano jalea y aplaude y se pone en pie para la soleá apolá que ofrece Miguel, ni que hubiera cantado el número uno de los diez principales. No he visto semejante reacción al cante clásico desde los primeros años del bum de Camarón. De hecho, es posible que Poveda esté en vías de convertirse en fenómeno social, o quizás ya haya llegado a ello. A continuación, mineras, el cante que le valiera la Lámpara Minera y diera comienzo a la carrera de Miguel Poveda hace 19 años. El duende de la Bética se asoma cuando suena siguiriyas y cabal, se rasca la cabeza, tiene sus dudas momentáneamente, pero al final se une a los demás en su aprobación. Tientos tangos con un admirable recorrido comarcal, y bulerías a palo seco con cantes de Lebrija y mucho más, y un compás, no medidito y aprendidito, sino que emana de cada célula del catalán. Después de un obligado bis, el inevitable final definitivo es Carrasco y Poveda para “Alfileres de colores”, y la estupenda química que comparten sale a borbotones.
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