La cuadragésimo tercera edición del festival
de La Unión se inauguró oficialmente el miércoles
día 6 de agosto, y al día siguiente los ganadores
del concurso del año pasado volvieron a pisar el escenario
del mercado central conocido como la Catedral del Cante, pero
la noche de viernes 8, con las formalidades solventadas, el
festival soltó el embrague y tomó su rumbo.
La primera gala de las cinco programadas antes de la recta
final del concurso corría al cargo de cuatro voces
femeninas flamenquísimas.
La alicantina Encarnación Fernández que rompió
el silencio con las primeras notas de la primera gala acompañada
a la guitarra por su hijo Antonio Muñoz Fernández
es muy conocida y querida en La Unión. En dos años
consecutivos, 1979 y 1980, se llevó la codiciada Lámpara
Minera y es especialista en los cantes mineros. Pero dice
sentirse más a gusto con la soleá y efectivamente,
cantó una redonda selección de estilos con obvia
predilección por los de Utrera y Lebrija, y cierto
soniquete a la Fernanda…¿qué sería
la soleá hoy en día de no haber sido por la
fenómena de Utrera? La novedad de unos tientos tangos
con un discreto laúd apoyando la guitarra resultó
francamente agradable, y con la despedida por fandangos doña
Encarna nos dejó bien a gustito.
Encarnación
Fernández
María
Vargas
Hace tiempo que la trianera Esperanza Fernández dejó
de ser la joven promesa del cante, hija del cantaor Curro
Fernández. Ahora al Curro le presentan como el padre
de Esperanza, porque la señora es una de las más
soliticitadas del género, y muy justificadamente. A
pesar de la inquietud artística que le ha llevado a
participar en proyectos relacionados con la música
contemporánea, ha tenido el impecable gusto de seguir
el ejemplo de José Mercé y no abandonar ni deformar
las formas a la vieja usanza. Con el toque del joven maestro
José Antonio Rodríguez, cantó reposadita
por soleá demostrando nuevamente la deuda con Utrera
y Lebrija, que le viene además de lazos familiares.
En la misma línea ofreció un completísimo
surtido de las cantiñas de Pinini «con sabor doble»
como dice el anuncio de la tele. Siguiriyas valientes y correctas
a pesar de algún que otro acorde de guitarra quizás
demasiado vanguardista para el caso. Tientos tangos terminandos
con los de su Triana, y bulerías donde también
volvía a recordar Lebrija con «el pollito que
piaba». Esta cantaora no tiene reparo en rendir homenaje
a sus raíces.
Esperanza Fernández
La veterana María Vargas es prácticamente desconocida
para la nueva generación de aficionados, pero los de
su generación la recordamos como gran conocedora del
cante gaditano, poseedora del compás y de la gracia
de su tierra de Sanlúcar y de una belleza física
casi excesiva para el flamenco. Entonces ha sido un honor
volver a descubrir a esta mujer, ya madura y con el natural
desgaste de los años, pero aún interesantísima.
Acompañada por el tocaor Antonio Jiménez «El
Chispas» aplicó su voz metálica y llena
de tensión a unos cantes por soleá al tres por
medio (las voces femeninas rara vez encajan por soleá
por arriba), luego por alegrías con romeras, siguiriyas,
un sabroso surtido de tangos, fandangos (fue de los pocos
individuos que desafió a Antonio Mairena atreviéndose
a cantar fandangos en los festivales de los años setenta),
terminando por bulerías, entre letras muy clásicas
y otras muy personales, pero todas con sabor a la antigua.
Remedios
Amaya con su grupo sirvió de broche de oro con Juan
Diego al toque y las hermanas e hija de la cantaora haciendo
de coro. Se presentó vestida de negro riguroso con
largos pendientes y un moño prieto, hermoso retrato
de gitana antigua. Después de unos cantes mineros se
metió por bulerías incluyendo algunas extremeñas,
influencia que le viene de familia. Y más bulerías,
siempre con ese aire canastero, «la Camarona» dicen
algunos, pero tiene personalidad propia. Un 'casi solo' de
guitarra adornado por el coro femenino, y vuelve Remedios,
ahora descalza, para cantar y bailar con cada vez más
entrega llenando la catedral del cante con su voz salvaje
aterciopelada. Admirable compenetración entre la carismática
cantaora y los del grupo, y hasta el más exigente se
puso de pie para el saludo final.
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