«Sueños de libertad» ópera flamenca.
Grupo Xeb-Alhamar.
Autor y dirección: Manuel Sánchez Bracho. Dirección
musical: Paco Javier Jimeno
Cuando en una crítica aparece la frase «ambiciosa
obra», normalmente indica que el que escribe pretende
comunicar el hecho de que esa ambición superó
los resultados. «Sueños de libertad» es una
ambiciosa obra, en todos los sentidos. Un reparto que casi
rivaliza Los Diez Mandamientos, una historia de reyes y constituciones,
batallas ganadas y perdidas, amores y desamores, ejecuciones
y la boda que no falte, todo contado a través de 35
cantes especificados en el programa. Pero la obra no acabó
de transmitir su historia ni de satisfacer a gran número
del público.
Empezó por mal pie con una larga narrativa con el
dichoso recurso de la voz en off para contar los antecedentes
históricos que tuvieron lugar en la provincia de Málaga
entre los años 1821 y 1831 en torno a personajes como
el general Manzanares o el rey Fernando VII, y una grabación
que se cortaba continuamente. Sale una chica y baila una seguidilla
bolera sin que parezca tener relación alguna con los
dramáticos hechos que nos había adelantado el
narrador entre corte y corte. Mogollón de gente en
la pista y hacen muy bien aquello de «fingir que estás
en el pueblo hablando de cosas insignificantes con los vecinos».
Pero dura tanto rato que uno se pregunta si llegará
a haber música. Cuando por fin empieza una voz por
mirabrá, no hay amplificación a pesar del antiestético
micrófono de telefonista que luce la que canta. El
sonido se arregla sobre la marcha pero sigue siendo defectuoso
impidiendo que se entienda gran parte de los versos escritos
ex profeso para contar la complicada historia. La que más
canta tiene voz de tonadillera y maneras a juego…otra
tiene un eco más flamenco. Luego la cantidad de fantasía
que hay que poseer para contemplar todo ese abanico de cantes
existiendo a los comienzos del siglo diecinueve, o para asimilar
cantes de trilla interpretados al compás del yunque
y martillo.
A los veinte minutos le invade a uno/a esa molesta sensación
de «¿qué estoy haciendo yo aquí?»
y entonces llega la luz. Esta obra no tenía que haberse
incluido en el este festival, porque es una opereta al estilo
Gilbert y Sullivan, o una zarzuela si preferís, y poco
tiene que ver con el flamenco a pesar de la impresionante
variedad de cantes desglosados en el programa. Los artistas
son aficionados altamente competentes, pero de nivel aficionado,
se mire como se mire, entonces hay que juzgar esta presentación
como obra y no como cante. Para un recital escolar quizás,
un festival de teatro, todavía, pero en un festival
de cante del nivel de La Unión, no, y los muchos asientos
vacíos confirmaron lo dicho.
Puntos a su favor, porque no todo es negro… Exquisito
vestuario que eficazmente evoca la época, intérpretes
«corrientes», gordos algunos, mayores muchos, prestando
cierta autenticidad, y un conjunto de ocho músicos
en la pista que proporcionó algunos momentos de gran
belleza, en particular del guitarrista Paco Javier Jimeno
que también figura como director musical. Momentos
destacables: «Los cuatro muleros» cantado por el
coro con un hermoso arreglo de segundas voces, folclórico
y fresco; una caña que también emplea la segunda
voz del coro en el lamento, además de un violonchelo
que presta drama y peso; la escena de los hombres condenados
que montan su propia cárcel delante de nuestros ojos…
Pero el arte no se logra con sólo buenas intenciones,
novedosas puestas en escena, subvenciones y ensayos. En resumen…una
ambiciosa obra.
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