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Texto : Estela Zatania
Cante: Juan Peña “El Lebrijano”. Guitarra:
Pedro María Peña, Michel Laccarino. Violín:
Alexis Lefevre, Faical Kourrich. Saxo soprano, clarinete turco,
lera y midi: Nacho Gil. Buzuki y glisentar: Mangu Díaz. Bajo:
Manuel Nieto. Percusión: Tete Peña, Antonio Coronel.
Coros y palmas: Rosario Amador, Ana González, Lucía
Montoya, Morenito de Coria.
Desde los años sesenta Juan Peña ‘el
Lebrijano’ ha sido figura indiscutible del cante flamenco.
Admirador y protegido del maestro Antonio Mairena y uno de los miembros
más destacados de una familia flamenca destacada, el Lebrijano
dejó huella en los festivales de los años setenta
con su cante rigurosamente tradicional justamente cuando Camarón
de la Isla estaba empezando a explorar otros caminos que conducirían
a una mayor popularidad del flamenco con el gran público.
Juan Peña no tardaría en seguir el ejemplo con una
serie de experimentos musicales, especialmente con la música
árabe, para satisfacer su inquietud musical.
“Lágrimas de cera” es otra manifestación
de aquella inquietud. A partir del disco del mismo nombre grabado
en 1999 y basado en temas relacionados con la Semana Santa, sale
esta obra original, en directo, con una docena de músicos,
algunos con nombres exóticos tocando instrumentos exóticos,
pero también con la guitarra cada vez más hecha del
joven sobrino de Juan, Pedro Mª Peña y otros dedicados
al flamenco tradicional. Una auténtica fusión, hecha
con amor, alegría y el inteligente gusto del Lebrijano.
Otro Juan Peña, el de las fusiones,
el del gusto impecable y el sentido musical que cruza fronteras
Desde el comienzo, con una austera puesta en escena, luces direccionales,
velas, una enorme cruz en el telón de fondo y un escenario
generosamente esparcido de claveles rojos, se establece un ambiente
mágico. A lo largo del recital los músicos están
dispuestos en semicírculo hacia el público como un
gran cuadro flamenco de world music. El repertorio es variado e
incluye toques puramente flamencos como el ritmo de romance al seis
por medio, especialidad de la casa de los Peña, canciones
en 3 por 4 como la del título, Lágrimas de cera, que
sueñan con ser bulerías pero conservan cierto aire
primitivo, una canción en tono mayor con sonido irresistiblemente
árabe, voces sobrepuestas con proyección religiosa,
ecos de la semana santa, un ritmo de tanguillo pero con algo más,
el sonido andalusí que nunca está lejos y bulerías
por derecho con cantes de alboreá.
El Lebrijano no posee las facultades de hace décadas cuando
dominaba los fines de fiesta de los grandes festivales de verano
con media hora o más de cante y baile por bulería.
Pero su voz sigue siendo fuerte y flamenca y su decir, dinámico.
El flamenco siempre está en él, y es otro Juan Peña,
el de las fusiones, el del gusto impecable y el sentido musical
que cruza fronteras. El coro de voces femeninas es administrado
con mano sabia, la percusión de Tete Peña y Antonio
Coronel es debidamente discreta y dentro de lo que puede entender
una flamenca vitalicia, los diversos músicos con instrumentos
normalmente no relacionados con el flamenco, son magníficos.
El medio aforo de la Maestranza respondió entusiasmado con
gritos de “¡Juan eres el mejor!”, “¡Vivan
los gitanos rubios!”, “¡Viva Lebrija!” Después
del inevitable bis, los componentes del grupo lanzaron los claveles
rojos al público cerrando así este rito musical religioso.
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