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EL seguimiento diario de la Bienal de Flamenco es patrocinado por: |
Texto : Estela Zatania
Baile: Manuela Carrasco, Rafael del Carmen, El Torombo, El Bobote,
Luis Peña, Javier Heredia. Cante: Antonio Zúñiga,
La Tobala, La Nitra, Samara Carrasco, El Barilla. Guitarra: Joaquín
Amador, Pedro Sierra, Antón Jiménez, Juan José
Amador, Agustín de Morón. Percusión: José
Carrasco. Artistas invitados: Juana la Grande, El Extremeño,
Arcángel.
La última noche de la Bienal de Flamenco de Sevilla
antes de la clausura fue dedicada a una de las más grandes
figuras del baile femenino actual: Manuela Carrasco. La adolescente
que se destacaba en el cuadro del tablao Los Gallos hace más
de treinta años, que puso un toque racial y oscuro al clásico
estilo de la escuela sevillana y triunfó en la última
Bienal bailando por siguiriyas al cante del maestro Chocolate, volvió
dispuesta a repetir aquel éxito, y en la Maestranza no cabía
un alfiler.
La primera ovación de la noche llega a menos de cinco minutos
de la subida del telón con un breve solo de guitarra de Pedro
Sierra que abre la presentación. Después de otro solo
menos afortunado de Antón Jiménez, sale ella. Presencia
de diosa y faraona, facciones fuertes, proyección flamenca…todo
impacta visualmente antes de que la señora realice el primer
movimiento por taranto al cante de Enrique el Extremeño.
El telón de fondo es una gigantesca reproducción de
un cuadro a lo Julio Romero de una mujer andaluza con guitarra,
y parece una declaración de respeto por la tradición.
Antes, los grandes bailaores simplemente bailaban, pero estamos
viviendo la edad de las “obras” y no se libra ni la
Carrasco. Su espectáculo “Tronío” es poco
más que un pretexto, un marco para que la bailaora salga
al escenario y haga lo que siempre hace, moverse majestuosamente
por los compases del flamenco. Los intentos de ambientar o escenificar
no fracasan del todo e incluso son divertidos, pero se ven amateur.
El Torombo detrás de una barra llenando las copas de Enrique
el Extremeño y Arcángel, equipo cantaor de lujo que
se turnan por fandangos, del Gloria, del de la Calzá, fingiendo
una espontaneidad que claramente no hay, con charla superficial:
“hombre, a ver si conoces este fandanguito…”. En la
mesa de la taberna otros componentes del grupo hacen compás
y se turnan por bulerías así saliendo del engorroso
asunto del fin de fiesta cuando el espectáculo sólo
ha comenzado.
Como ocurre con las grandes figuras,
esta mujer no puede bailar con nadie porque cualquiera queda menguado
a su lado
Unas alegrías empiezan con Arcángel a palo seco y
en solitario antes de que aparezca Manuela vestida de blanco. Su
dulce voz fascina y seduce pero luego es tan poco acertada para
el baile temperamental de Manuela, que verlos juntos en el escenario
roza lo ridículo. Las tres cantaoras, Samara Carrasco, hija
de Manuela y de Joaquín Amador, La Tobala y La Nitra, sentadas
en una mesa cantan por tangos con un exceso de “nayno”
y de armonía en segunda voz que resta dignidad al espectáculo.
Un baile por seguiriya empieza con la pareja Rafael del Carmen
y Manuela. La bailaora lleva un batín color dorado y en general
el que haya elegido el vestuario se gana un insuficiente tirando
a suspenso: rara vez se ha visto ropa menos acertada y peor ajustada.
No obstante, otra vez la bailaora absorbe toda la atención
– como ocurre con las grandes figuras, esta mujer no puede
bailar con nadie porque cualquiera queda menguado a su lado. Pronto
se retira dejando a Rafael su baile que como es habitual en él,
muestra un desorbitado desgaste vitamínico sin comunicar
gran cosa.
Un hermoso solo de cante de Arcángel, malagueña con
abandolao, es seguido por la soleá a ritmo de soleá
por bulería. Aquí estamos agasajados con la imagen
de Juana la del Pipa, “Juana la Grande” como figura
en el programa, cantándole a Manuela, y en este caso el equilibrio
funciona perfecta y extraordinariamente. Se unen el Extremeño
y Arcángel y por fin estamos inmersos en el baile abanderado
de la Carrasco que ha evolucionado con los años para convertirse
en sinónimo de ella. El baile llega a su clímax cuando
tiene que llegar, y en ese instante todo lo demás queda justificado.