|
EL seguimiento diario de la Bienal de Flamenco es patrocinado por: |
Su camino
Seis cuerdas llenan un patio de vecinos. Seis cuerdas
y mucha gente. Daniel Navarro, “Niño de Pura”,
congregó a un nutrido grupo de aficionados que asistieron
a “Mi camino”, un concierto en el que muestra su trayectoria
como guitarrista de acompañamiento al cante y al baile, y
también como solista.
Seis cuerdas y diez dedos que parecían por lo menos veinticuatro:
sus vertiginosos picados se escapan al oído desacostumbrado
quizás a la semigarrapatea. Pero con limpieza. Podríamos
censurar el exceso pero la calidad melódica de lo que tanto
nos costaba seguir nos obliga a elogiar las virtudes técnicas
del tocaor. La guitarra actual avanza a pasos agigantados y es difícil
superar, no en términos musicales ni de composición,
el nivel alcanzado por los guitarristas actuales.
“Tocando el cielo” por taranta; luego por soleá.
La melancolía y el llanto parecen presentes en el toque de
Daniel. Como el fraseo en el cante, la guitarra trina y es difícil
seguirla: se echa de menos el bordón y algunos rasgueos que
marquen. De compás, fino.
Niño de Pura – Foto: Paco Sánchez
Con percusión y palmas se anima por alegrías. Su
toque se diluye y no luce entre tanto alboroto. Luego sale Rafael
de Utrera y el Niño de Pura lo acompaña. En Triana
la soleá apolá. Parece que no cuadra su primer cante
pero se lleva bien los otros cogiendo el tono justo y atreviéndose
con ellos. Rebajando el listón a niveles de comparación
que dejan fuera a cantaores cuyos ecos incluso aún viven
en las paredes de este patio, Rafael de Utrera no hace una mala
interpretación de este estilo de soleá, cuya ejecución
es complicada. Por seguiriya no destaca tanto, pero su manera de
cantar las alegrías de Córdoba, las cantiñas
de Pinini, acordándose de la tierra de la que toma el joven
su nombre artístico, y los aires de Cádiz, resuelven
su intervención. El Niño de Pura supo acompañarlo
con un toque recortado en el que alternaba silencios cortos con
arranques repentinos y potentes, sabiendo jalear callado, haciendo
cantar a gusto al cantaor, sin estar por encima de él y entrando
en los momentos oportunos insertando facetas y filigranas.
Bulerías por soleá, tangos y después Juan
de Juan al escenario. Sólo dos pies, aunque cueste creerlo.
Su fina estampa irrumpe provocando una estela. Sus destellos no
dejan ver qué hace. Es increíblemente rápido.
Pero muy flamenco. El joven bailaor tiene gestos sugerentes, posturas
estilizadas y elegantes, garra, fuerza: ¿qué duda
cabe? Pero cuando baila menos alocadamente, en el sosiego de la
coreografía, se disfruta muchísimo más de él
porque sabe pararse. Fue el único que puso el público
en pie. Daniel parecía feliz: se le veía en la cara.
La guajira es un guiño. Dulce, tibia, pícara. Una
composición resultona y agradable que alcanza un rango superior
con el toque de Daniel, que va terminando ya su espectáculo
por bulerías, fandangos de Huelva y de nuevo por bulerías.
En el bis, la pataíta de Juan, la salida del micro de los
cantaores, ya casi de rigor también, y el adiós. “Mi
camino” fue largo, pero mereció la pena la espera.
En una Bienal con más pena que gloria…
Texto : Kiko
Valle.
Produtos relacionados:
|