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EL seguimiento diario de la Bienal de Flamenco es patrocinado por: |
Texto : Kiko Valle
Mis Cuerdas
La Bienal se relaja. Gualberto llega al Lope de Vega y
crea un ambiente de intimidad entrañable que huele a Triana
y a otras músicas. Pero el respeto, la tradición,
la vanguardia, el experimento están presentes en sus cuerdas.
Con unos cuantos años a sus espaldas ya le da igual que le
cuestionen si es o no flamenco. No sé si en algún
momento le ha preocupado. Él disfruta con la púa,
clavando las yemas de sus dedos en el mástil, contorsionando
sus piernas y quitándose los zapatos para no estropear el
sitar. Es casi un ritual. La India, los gitanos, su barrio… parecen
llenarle la mente de sensaciones que provocan emociones diferentes
pero con el sabor a Zurraque, a “clavo y canela”.
Principia un repertorio corto que apenas duró una hora.
¿Para qué más? No tiene la intención
de cansar a nadie. Mejor así. Son inaguantables los espectáculos,
casi siempre de poca calidad, que por no tener recursos para levantar
el vello le dejan a uno planas las posaderas y el carácter
agrio. La pluma lista para ser más sincera que nunca. Pero
Gualberto nos invita a “su casa” y se entrega sin reservas,
con la pasmosa tranquilidad del que no tiene nada que perder y mucho
que decir.
“Levante”, una obra inspirada en los cantes por cartageneras
es uno de los tramos de su recorrido. Se desdibuja el palo y se
hace difícil la identificación, aunque los ecos están
en la memoria. Tantea las seguiriyas en “Recuerdos”
y Triana puede enorgullecerse de haber parido a este hombre porque
es una abanderado más de sus formas flamencas. A su manera,
no propongan ahora comparaciones con el Arenero, al que precisamente
rinde homenaje en una de las piezas del concierto.
Para los gitanos de Hungría: “Zíngaro”.
“El ritmo de esta obra está entre el swing y los tangos
flamencos” y la escala es la utilizada por los gitanos centro
europeos. La orquestación le sigue. Violonchelo, piano, percusión,
guitarra flamenca… contestando a las falsetas de Gualberto que
“se divierte como un enano”. El programa termina con
“Compadre”, que consta de “una introducción
libre o rubato equivalente al Alap o parte lenta en la música
clásica india; exposición y desarrollo del tema (raga)
y final por bulerías. Modo frigio”, según dice
el folleto, a cuyo orden no le hizo ni caso.
Varios bises no ensayados fueron el regalo. Y es aquí donde
el respetable pudo disfrutar aún más de un Gualberto
flamenco que tocó por soleá de Triana, tangos y bulerías.
El artista rockero y flamenco sevillano congregó a un público
que no colmó el teatro. La gente sabe a lo que viene, el
grupo es selecto. Gualberto se paseó por el escenario tocando
la guitarra eléctrica, se descalzó para tocar el sitar
y arremetió con la zítara. Sus falsetas son la melodía
del cante de su barrio, las que le hacen soñar, las que nos
gustan a todos (permítanme generalizar). Quiere a sus músicos
y lo demuestra en las presentaciones, juega con el intercambio y
aunque no domina a la perfección ningún instrumento
de los que toca tiene las virtudes, sensibilidad y originalidad
suficientes como para no cuestionarle demasiado el que figure en
muchas de las programaciones de flamenco que aspiran a fomentar
la fusión delicada. El flamenco no es un coto cerrado para
la libertad creadora de artistas como Gualberto, que sabe conjugar
con un enorme respeto la ortodoxia y vanguardia del arte jondo con
otras manifestaciones musicales.
Ricardo Miño & Gualberto |