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Texto : Estela Zatania
Baile: Eduardo Serrano ‘El Güito’, Maripaz
Lucena, Eliecer Truco ‘La Popi’, Maribel Espino, Maribel
Agámez, Miguel Téllez, Rafael Peral, Niño de
los Reyes, Jesús Carmona. Cante: José Jiménez,
Antonio ‘El Porras”, Leo Triviño. Guitarra: Felipe
Maya, Juan Serrano, Pepe Maya ‘Marote’.
El Güito ha dejado de ser bailaor y ya es una institución,
un mito incluso. Es necesario comprender la cosa de esta manera
para no criticar injustamente. A sus sesenta y dos años Eduardo
Serrano es el mayor bailaor en activo, pero está físicamente
en forma. Lo que ha quedado desfasado, no es su apariencia, ni sus
conceptos siquiera…de hecho, no es ninguna exageración
decir que junto con Mario Maya y Manolete revolucionó el
baile flamenco masculino hace más de treinta años
con líneas austeras, elegancia y una proyección rigurosamente
varonil.
El estancamiento está en el formato de la presentación
y en las coreografías, todas firmadas por el Güito.
El baile tradicional ha evolucionado, y esa afirmación no
es ninguna contradicción. El compás y las formas no
han cambiado, pero hay un universo de nuevas posibilidades, rítmicas
y visuales, que estamos acostumbrados a ver en otros grupos actuales,
y que aquí se echan en falta. Hoy en día la postura
de L invertida (torso erguido, brazo extendido al nivel del pecho)
sólo es un punto de partida, para Güito es su identidad
y el bailaor parece prisionero de ella. Individualmente el grupo
es competente, pero en conjunto les falta disciplina. Aquí,
como en los bailes del protagonista, un coreógrafo de marca
podría hacer maravillas.
Foto: Alain Daumalle
Líneas austeras, elegancia y
una proyección rigurosamente varonil.
La farruca del Güito funciona dentro de dichas limitaciones,
luego taranto de las cuatro mujeres, y alegrías de los cuatro
varones…el formato cansa. En la siguiriya que Güito baila
con Maripaz Lucena vemos un arte casi en desuso: el de los contrastes.
Las coreografías modernas están repletas de movimientos
increíbles y faltan los silencios que pocos saben manejar.
El cantaor repite el cambio de Manuel Molina (el viejo cantaor,
no el de Lole) que se empleó para la presentación
por seguiriyas, un descuido que no tiene excusa, y en general los
cantaores se destacan poco.
Milagros Mengíbar aparece como una visión de luz
con su bata de cola blanca, mantón rojo y generosa sonrisa.
El pasado se convierte en presente gracias a su arte y sensibilidad.
Hermosa mujer madura, esencia de la escuela sevillana, imposible
caminar con más garbo. Elegante braceo, experto manejo de
la bata, elocuentes movimientos de cabeza, andares de mujerona andaluza.
La soleá es el baile que identifica al Güito y cierra
el programa, pero el cantaor camaronero añade otro toque
desfasado. Hay breves momentos geniales en el fin de fiesta y al
final el público agradece haber podido ver una leyenda viva.
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