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Texto : Estela Zatania
Baile: María Pagés, María Morales, Sonia
Fernández, Mar Jurado, Cristina Tomé, Guadalupe Torres,
José Barrios, Emilio Herrera, Abel Harana, Alberto Ruíz,
Joaquín Mulero. Cante: Ismael de la Rosa ‘Bolita’.
Guitarra: José Carrillo ‘Fyty’, Rubén
Lebaniegos, Isaac Muñoz. Percusión: Chema Uriarte,
Francisco Alcaide. Colaboración especial de Tsidii Le Loka
y Paco del Pozo.
Con esta obra hemos perdido definitivamente a la Pagés.
Y es una pérdida importante para el flamenco, con lo que
hubiera podido seguir aportando esta mujer. Ya se ha entregado en
cuerpo y alma a la danza contemporánea, al teatro, al mundo.
Siempre se ha destacado por su visión vanguardista inteligente,
sus coreografías y su excelente sentido teatral, pero hasta
ahora el flamenco había seguido teniendo una presencia fundamental
en su persona y obra.
En “Canciones
antes de una guerra” cante y guitarra ocupan un lugar tan
marginal que se podrían eliminar por completo y nadie se
daría cuenta – el flamenco ha sido enviado a su cuarto
sin cena, como un niño travieso querido por sus padres pero
cuyo alboroto ha llegado a incordiar. Hay pinceladas de cante y
algún que otro taconazo o lunar se escapa pero lo que domina
es la música retro de la cultura popular, especialmente la
de los años treinta, cuarenta y cincuenta – Angelillo,
Concha Piquer, Louis Armstrong – en grabaciones debidamente
vestidas de ‘fritura’ y coreografiadas con un sentido
estético que complementa y hace juego. El vanguardismo anclado
en el pasado, sólo María Pagés sería
capaz de hacerlo funcionar, porque sin duda funciona espléndidamente
como teatro. No tiene nada que ver con ciertas obras de dudoso gusto
que se han presentado en esta Bienal de Flamenco donde algunas figuras
destacadas se han parecido al rey desnudo del famoso cuento, con
espectáculos cuidadosamente elaborados sobre temas rebuscados
que al final no convencen o lo que es peor, huelen a oportunismo.
María Pagés es artísticamente sincera, sus
coreografías son precisamente eso, carecen del lamentable
efecto “clase de baile” en que caen otros y la obra
en general es dinámica, fresca y entretenida. Como es típico
en esta bailarina – las teclas se están negando a escribir
“bailaora” – se emplean elementos incongruentes
y surrealistas para sacudir los sentidos y hacernos reir de vez
en cuando. Un falso “intermedio” no es más que
la canción de Cola Cao, “Yo soy aquel negrito, del
África tropical”, coreografiada con movimientos que
ilustran las palabras del antiguo anuncio. Pero no todo es superficial,
hay un trasfondo de seriedad. Las obras con pretensiones sociopolíticas
están de moda y la Pagés ha querido expresar un mensaje
antiguerra y antiterrorismo, de paz y solidaridad, y remata la obra
moviéndose (más que bailar, esta mujer esculpe) a
la música de Imagine de John Lennon mientras que un mapamundi
es proyectado al fondo.
El vanguardismo anclado en el pasado,
sólo María Pagés sería capaz de hacerlo
funcionar
Menos acertada es la inclusión de la cantante sudafricana
Tsidii Le Loka, veterana de Riverdance igual que Pagés. Cuando
suya es la voz encargada de llenar el compás para el baile,
no con cante sino con su música, sonreímos complacientes
ante tal osadía. Pero la cosa no se queda allí. La
despampanante estrella étnica de Broadway pasa de su pincelada
de “atrás” a cantante de “p’alante”
como se dice en el flamenco de los que cantan como solista, de pronto
estamos presenciando “El Show de Tsidii Le Loka” y es
entonces cuando uno empieza a preguntarse si no existirá
libro de reclamaciones para las musicales, o si no hay porcentajes
mínimos legalmente establecidos de contenido flamenco en
las obras presentadas bajo la bandera del flamenco. Preciosa voz,
de acuerdo, pero las contorsiones africanas, ojos desorbitados como
los antiguos cantantes de jazz y gritos inesperados sólo
han inspirado una profunda sensación de vergüenza ajena
en la que escribe. El público la adora, pero se supone que
la presencia de Bisbal o Madonna provocaría espasmos de deleite
aún mayores.
Salimos del teatro de la Maestranza y sabemos que no es Broadway
porque el Guadalquivir y la Torre del Oro siguen en sus respectivas
ubicaciones habituales. María Pagés ha querido demostrar
que el flamenco puede existir sin los elementos que algunos consideramos
fundamentales, pero la ausencia de un sentir flamenco en esta presentación
confirma lo contrario, que el flamenco puede existir sin baile y
sin guitarra, pero sin cante, jamás.