|
EL seguimiento diario de la Bienal de Flamenco es patrocinado por: |
Texto : Kiko Valle
Bailaora.
Pepa Montes (baile), Ricardo Miño (guitarra), Vicente
Gelo (cante), José Jiménez ‘Bobote’ (palmas
y baile), Rafael Serrano ‘el eléctrico’ (palmas
y baile), Antonio Barrull (percusión), artistas invitados:
Manuel Molina, Fernando Terremoto, Segundo Falcón, y la colaboración
de Pedro Ricardo Miño (piano), Jesús Vigorra (voz
en off).
En los últimos coletazos de la Bienal ya se echaba
en falta. Pocos han sido los momentos, a pesar de la guasa, la gracia
y el arte de muchos de los que han desfilado por las tablas de los
distintos escenarios del festival, donde la magia nos ha embargado
el alma. Las propuestas y estrenos elaborados, la “perfección”
en algunos casos y su ausencia en la mayoría de las ocasiones,
sumada a la escasa calidad interpretativa y al montaje fácil
para el beneficio rápido del escaparate flamenco más
importante del mundo, no terminan de convencer. Sin embargo “Bailaora”,
fue algo distinto, visceral, íntimo, flamenco, mágico….
y largo.
Los parentescos tuvieron parte de culpa. Ricardo Miño a
la guitarra; su mujer, Pepa Montes, la protagonista de la noche,
al baile; Pedro Ricardo Miño, su hijo, al piano. Los demás,
como de la familia: a las palmas “El Eléctrico”
y Bobote, al que Ricardo le dedicó “El Morapio”,
unas bulerías que sonaron añejas, donde primó
más el afecto que el virtuosismo del guitarrista; al cante
Vicente Gelo, a la percusión Antonio Barrul y como artistas
invitados Fernando Terremoto, Segundo Falcón y Manuel Molina.
Jesús Vigorra prestó su voz para introducir la segunda
parte del espectáculo, donde dio lectura al “Código
de la Escuela Sevillana de Baile”, de Matilde Coral, a la
que Ricardo y Pepa dedicaban su actuación “con cariño
y respeto”. Tampoco se olvidaban de Rafael el Negro, el marido
de la ilustre bailaora sevillana.
Comienza Falcón a palo seco y se erizan los vellos de Pepa
con el calor de su lamento. Se levanta de la silla y el drama puede
respirarse cuando llena de movimientos y poses, sin más música
que le acompañe que el latir retenido del respetable, los
recovecos de cada uno de los corazones que atienden sin concesiones
el pie delicado que pisa, la mano que se agita lenta, el torso que
se tuerce, el gesto profundo. El tacón le pide la entrada
a la sonanta y obedece sumiso Ricardo. Pepa Montes acaricia elegante
y deja los excesos para otros. Mide cada paso y baila con finura
entregándose en cada uno de ellos. No hay artificios innecesarios.
La sensibilidad tiene nombre y nace en Triana. Manuel Molina se
acerca al piano y Pedro Ricardo se crece. Con los brazos abiertos
raja su voz el de las barbas, provocando emociones inefables, uno
de esos momentos mágicos de los que marcan y por los que
se cambiarían espectáculos enteros, de esos que la
Bienal compra seguramente a precios desorbitados. Que esto no es
el “me lo llevo”. Que aquí sobra el “lo
doy todo”. Y eso se nota. Pepa se regodea y se arropa en las
arremetidas del cante de Manuel en esta Imaginaria. Manuel le hace
compás con las palmas sordas y Pepa ensordece quejándose,
con el grito de sus brazos. La tibieza y el cariño rebosa
por los filos del entarimado.
Por malagueñas se templa Fernando Terremoto y su voz redonda
es plomo en el patio de butacas. El acompañamiento al piano
de Pedro Ricardo es un sueño. Y todavía hay gente
que no le ven a este instrumento sus entrañas flamencas.
Pero flamenco es el que lo toca. Otra cosa es a lo que estemos acostumbrados.
Por bulerías se rompe y el compás se queda a vivir
en la caja de resonancia de su piano, el más enraizado de
los que venimos escuchando en la actualidad.
La bata de cola se hizo de rogar. Termina la primera parte con
la caña. Segundo Falcón liga los ayes y Pepa se enciende
marcando. Domina, se contonea, se quiere…
Arranca después la segunda parte. La voz de Jesús
Vigorra en off sentencia los preceptos de la escuela sevillana de
baile mientras Pepa no se inmuta en la silla guardando la estampa,
con bata blanca y su mantón. Por alegrías. Y se derramó
la sal. La bailaora sedujo haciendo que “cada movimiento y
cada gesto sea una promesa”. El movimiento de sus brazos fue
“como un grito callado de libertad” Los proyectaba “hacia
el cielo de los elegidos, modelando sin gubias ni cinceles la más
perfecta escultura”. Fue “mujer en todo momento, hasta
el arrebato”. Se entregó “en cuerpo y alma a
la vehemencia de un amante imposible”. Cuidó, “hasta
la exquisitez, la rotación de los brazos”; por alegrías
hacia fuera. Hizo suyo el “Cíñete en tu cintura
y que cada quiebro se convierta en un esguince de sensualidad oculta
y cómplice”. Se insinuó, pero sin que la exhibición
fuera demasiado explícita y se desbordara en grosería.
Fue femenina, “voluptuosamente femenina: con la mirada un
poco altiva, las manos acariciantes, la boca entreabierta, la cintura
juncal y los pechos retadores”. Despreció con el pie
la cola de su bata. “Sin miedo. Porque la cola de la bata
sólo se les enreda a las que no saben”. El zapateado
con medida, porque “En el Baile de la Escuela Sevillana están
de más las especies agresivas”. “Las manos, como
palomas en vuelo”.”Los hombros, bien encuadrados. Ni
muy arriba, como si tuvieses frío, ni muy abajo, como si
estuvieras a punto de desmayarte”. Almíbar.
Después la bulería. Canta Falcón, y El Eléctrico
se pega la pataíta. “La estética de lo jondo”,
por soleá, los aires de Triana ponen fin al espectáculo.
¿Qué queréis que os diga? El bis para Manuel:
los momentos mágicos.
Pedro Ricardo Miño |