Texto y Fotos: Antonio Conde
XII Encuentros flamencos de Granada.
XII ENCUENTROS FLAMENCOS |
Está claro que la cultura de hoy en día no pasa por su mejor momento. Y menos la cultura del flamenco, algo que debería ser de obligado estudio en el sistema educativo, en cualquiera de sus etapas, y sigue estancado en el más absoluto anonimato. Que un sábado por la noche, en pleno centro de la capital granadina, abarrotado de gente, no se llene el teatro Isabel La Católica con el cantaor Arcángel, es porque no hay cultura, o más bien la cultura del futbol está dañando seriamente a lo nuestro. Se sumó que en una peña de la capital, Pepe Habichuela acompañaba a la joven Tamara Escudero. Dos acontecimientos, sin duda, que restaron importancia a la presentación del último espectáculo de Arcángel.
No más de media entrada, eso sí, repleta de aficionados que disfrutaron de un recital de corte clásico con elementos vanguardísticos renovados y con sello propio. Uno de los renovadores del flamenco, le pese a quién le pese, adapto lo viejo y lo hizo actual, sin desligarse de la tradición. Su musicalidad y su registro melismático ligan a la perfección con el arcaísmo del cante. Un repertorio clásico en toda su dimensión, desde la caña hasta la soleá apolá, de la malagueña del Mellizo a la de La Trini, y terminando con unos sutiles abandolaos de aroma albaicinero, a todo esto, sentado en un cajón flamenco. Los arreglos musicales en las manos de Miguel Ángel Cortés y Dani Méndez brillaron con luz propia. Dos formas de entender la guitarra. Dos conceptos semejantes pero alejados a la vez, dos maneras de fundir las notas. En tanto que Cortés mantenía la línea argumental del toque, Méndez jugaba con los tiempos, con los silencios, y todo a ritmo de tangos, entre Granada y Extremadura, con multitud de variaciones rítmicas. Los guiños al maestro Morente no cesaron durante la noche. El ‘Ronco del Albaicín’ puso de moda las seguiriyas aceleradas, buscando el tiempo aplicado al baile, amoldando el cante a la velocidad de éste, pero sin perder jondura. Arcángel terció de igual forma, siguiendo el compás marcado por Antonio Coronel, hasta que entró de lleno en ‘Santiago y Santa Ana’.
El toque por soleá arribó de nuevo, esta vez con Dani Méndez en la dirección musical, y letras clásicas del onubense. Y la guitarra volvió a destellear. Esta vez en sincronía y por levante, la solución fue la disposición de falsetas entre el granadino y el moronense, dándose la vez, hilvanando las notas, en una yuxtaposición mimética magnífica. Para entonces el público estaba en el bolsillo de Arcángel, por cierto, con la etiqueta ‘Morente’ en la pechera, y un graffiti en la parte posterior, y apostó por bulerías; letras modernas, temas de actualidad mezcladas con clásicas coplas como la ‘bien pagá’. Dentro de unos años, amén de hablar de las alegrías de Pericón, de Aurelio, o de Manolo Vargas, se hablarán de las alegrías de Arcángel. Lo viene haciendo desde sus primeros discos: un cuerpo musical clásico, y otra forma de desarrollar el cante. Los fandangos de Huelva, (dedicados a la familia de Enrique) fueron la antesala de una innovadora experiencia del cantaor. Una pedalera, con la que se grabó asi mismo haciendo palillos, haciéndose compás, y con repeticiones sistemáticas le dieron el soporte musical para entonar una ‘toná’, ciertamente parecida a la que nos tenía acostumbrados el maestro Morente, y que finalizó con ‘La Salvaora’ y ‘La niña de fuego’ finalizando con un escueto fin de fiesta que adoleció de eso, de fiesta.
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