Cuentan que la llamada opera flamenca nació porque los empresarios quería librar impuestos y todo el mundo dio por buena esa explicación graciosa y juncal pero más falsa que un billete de cinco cincuenta. Describe el flamenco que se desarrolló en teatros y plazas de toros entre los años 20 y los 50 con artistas como Angelillo, Pepe Marchena, la Niña de los Peines, Manuel Torres, Juanito Valderrama y otras figuras. Aquel “flamenco escénico” fue muy popular y arrastraba multitudes hasta que, a partir de los años cincuenta, Antonio Mairena (y seguidores) imponen una visión completamente distinta del flamenco en el que la peñas juegan un papel determinante. Sin embargo, en lugar de explicar que los gustos cambian (y las modas también) se pretendió “vender” saberes milenarios procedentes de las cavernas. De momento, no han aparecido evidencias de cante jondo en Atapuerca.
Así que, se abre el telón y aparece Diego del Morao vestido con elegancia añeja sosteniendo la guitarra y, al lado, Israel Fernández de pie. La estampa es de foto antigua, el cante remite a esa época de discos de pizarra y voces agudas. Tras las primeras interpretaciones Israel se va al otro lado de la escena para sentarse en el piano y ofrecernos una nueva faceta de su personalidad artística. El juego escénico de pasar de un lado a otro del escenario quedaba muy vistoso desde el patio de butacas y algo más engorroso para la visión desde los laterales superiores. Creo que estaban en el centro del escenario cuando interpretaron unas “guajiras” con letras clásicas y picantes de negras y mulatas.
El mayor mérito de mi generación ha sido ser contemporáneo de Camarón, Paco de Lucía, José Antonio Galicia, Morente, Jorge Pardo, Ketama y Moncho Chavea, por citar algunos referentes. Así que el debate “operístico” es de otra época y en los últimos años se han rescatado y revisionado a Marchena, Niña de los Péines o Juanito Valderrama al que le mencionabas el barrio de Vallecas y suspiraba por Angelillo, el más famoso de los cantaores durante la república y cuya memoria se ha perdido por culpa del exilio.
Apareció en escena el compás de Pirulo y Marcos Carpio, también elegantes y añejos en el porte y ahí destacaba el anacronismo de la vestimenta del cantaor con una melena difícil de encontrar en personajes de la época y un traje amarillo con pantalón campana muy en la onda de los Chichos. Siguieron con un repertorio antiguo hecho a la manera contemporánea. Diego del Morao e Israel Fernández son portentos en capacidades y estudios y aunque Israel cante a la manera de los años treinta no puede evitar redondear los cantes desde el aquí y el ahora. Lo de la guitarra de Diego es otro lío, por mucho que se empeñe en tocar como los antiguos le sale tocar como los ángeles y eso no tiene remedio (afortunadamente).
No sabemos si la propuesta tendrá recorrido con disco y gira, quizá deberían escudriñar por qué tiene menos “peso” que un concierto “normal” de estas dos figuras y reflexionar sobre lo que aporta esta “ópera flamenca”, quizá uno de los puntos débiles sean las letras que nos llegan desde otra sensibilidad y otro siglo.