Título: Por los siglos del cante. Coordinador musical: Eduardo Rebollar. Idea original: Manuel Curao. Cante: Calixto Sánchez, José de la Tomasa, Juan Villar, Marcelo Sousa y Nono de Jerez. Guitarra: Eduardo Rebollar, Manuel Herrera, Antonio Carrión y Manuel Jero. Lugar: Real Alcázar de Sevilla. Bienal de Flamenco. Fecha: Martes 17 de septiembre. Aforo: Lleno
El hecho de que esta Bienal vire su modelo de escaparate del flamenco actual, que acapara los estrenos absolutos, las coproducciones y grandes espectáculos, hacia otro modelo que busca propiciar el encuentro de los artistas en «momentos únicos» con el fin de que fluya el arte de la forma más natural está llevándonos estos días a asistir a recitales que siguen un formato más propio de festivales de pueblo. Con toda mi admiración a la labor que realizan estos y al papel que desempeñan.
Me refiero a que, como pasó en el Real Alcázar primero con Aurora Vargas y después este martes con ‘Por los siglos del cante’, nos estamos encontrando con propuestas que parten de una buena idea pero carecen de dirección escénica, estructura o guión, por lo que se convierten en una sucesión de actuaciones con transiciones mal resueltas, un trajín de técnicos y de luces incontroladas y repeticiones en el repertorio. Algo que entendemos se debería cuidar más en un foro como el de la Bienal.
Es verdad que en esta ocasión el acontecimiento se sostenía por sí mismo por la oportunidad de ver en el mismo cartel –y seguramente por última vez en un escenario- a cantaores veteranos (por cierto sólo a los hombres) que protagonizaron los carteles de los festivales de los setenta y que hoy juntos suman siglos. Y también por la intención de dar su sitio a los mayores en una sociedad edadista en la que parece que sólo premia la juventud. Igual que es de alabar que desde la Bienal se alce la bandera del cante en estos tiempos donde escasean tanto estas propuestas de corte clásico.
De esta forma, en esta noche disfrutamos de algunas de las máximas figuras de entonces como Calixto Sánchez, primer Giraldillo de la Bienal, y encargado de abrir el recital arrancando sonrisas con sus pregones; José de la Tomasa, el último, que puso la solemnidad con su voz impía en un martinete que cantó desde uno de los balcones del patio de Banderas; o Juan Villar, que recordó por tangos y bulerías parte de las letras de un repertorio que cualquier aficionado se sabe de memoria.
Junto a ellos, y ante la baja de Romerito de Jerez por causa médica, Nano de Jerez asumió la representación de los cantaores para el baile que dieron un paso adelante. Primero con una soleá por bulerías -«A ver cómo me sale este toro para yo lidiarlo», confesó- y luego, ya de pie, con unas bulerías en al que desplegó su arte y desparpajo con sus míticas pataítas. Y Marcelo Sousa como ejemplo de uno de esos cabales imprescindibles de los circuitos estivales que sorprendentemente no había sido todavía anunciado con un sitio propio en la Bienal y que aquí por farruca y por seguiriya evidenció que le sobran facultades para cantar al mañana. ¡Qué facultades!
En este sentido, lo más especial de este merecido reconocimiento fue recordar una época pasada a través de unas voces que, aunque ajadas por los años, desprenden conocimiento y experiencia, y de unas guitarras generosas y espléndidas, como las de Eduardo Rebollar, Antonio Carrión, Manuel Herrera y Manuel Jero, que están curtidas también en mil noches de toque a la intemperie y de tonás a la luz de la luna.
Es verdad que el arte que reivindican estos señores del cante no entiende de más proyectos que sacar de las entrañas un eco rotundo y que su manera de entender lo jondo va a la contra del ritmo actual. Por eso se quedan fuera de cualquier programación y se sienten como unos ‘outsider’ habiendo estado en el star system. «Mi proyecto es una silla de enea», recuerdo que me dijo una vez en una entrevista José de la Tomasa que dedicó a Sevilla «y a esa señora tan altísima y bella que es la Giralda» la seguiriya de su casa que «el director de la Bienal me dijo que no quería que faltara en la cita» antes de seguir por tarantos y fandangos naturales.
Aquí todos se entregaron como si tuvieran aún todo por demostrar hasta las casi dos horas espectáculo en las que, según me contaron (mientras iba ya camino del siguiente espectáculo) Calixto estuvo soberbio en la soleá que dedicó al decano de los cantaores, Romerito, y en sus tientos tangos y bulerías con las que levantó al público.
La pena es que, viendo la edad media del patio de butacas, no se pudiera cumplir el anhelo de que con este encuentro los más jóvenes tuvieran posibilidad de vibrar en vivo con los ecos de otros tiempos (a la vez tan vigentes), y no a través de Youtube. Algo que igual podría haberse conseguido incentivando su acercamiento con algún tipo de iniciativa.
Sí que echamos de menos que se aprovechara el momento para poderlos ver y escuchar juntos, aunque fuera en una ronda final por tonás o un fin de fiesta como es habitual en esos festivales a los que se recordaban.
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