Texto: Silvia Cruz Lapeña
Fotos: Annemiek Rooymans
Jazz-flamenco desde España y los Países Bajos
creación 2015
Lección de amor
Cuando empezó la actuación de los miembros de Ultrahigh Flamenco con Oene van Geel, Maarten Ornstein y Tony Roe la tarde ya estaba elevada en Utrecht. A saber: master class de Farruquito; actuación del colectivo La Fábrica con Patricio Hidalgo a la cabeza; sesión de ‘neder-flamenco’ a cargo del BvR Flamenco-Jazz Sextet y documental sobre Renaud García-Fons que por si fuera poco, dio un concierto que puso de pie al público holandés, que pidió un bis y recibió una soleá vibrante capaz de derretir la nieve que a esas horas ya caía con furia en la ciudad.
Con ese panorama de música ubicua y palpitante, copos en el exterior y público insaciable, llegaron los de Ultrahigh Flamenco, Oene van Geel, Maarten Ornstein y Tony Roe para cerrar la noche en el Tivolivredenburg. ¿Qué cabría esperar a las diez de una noche helada? Lo mejor, como siempre, es no esperar nada. Porque sólo entonces sucede la magia o se aprende una lección maravillosa.
La de anoche fue de amor. La lección de que no existe ninguno imposible. Siete hombres subidos al escenario, esforzándose, superando barreras, luchando por entenderse, disfrutando del camino, sin prisa ni condiciones. Amor. Que no, que no hay amores imposibles. Como mucho lo parecen.
Los siete gigantes que tocaron anoche trabajaron sin tregua para entenderse. Y el resultado fue un hermoso flujo de música, qué no necesitó calentamiento, pues enseguida se les notó a gusto entre ellos y con el público. Abrieron tantos caminos como quisieron, probaron, se midieron e intentaron el amor de todos modos. Cada senda que marcaron la siguió el público encantado, cada camino lo empezaron despacito y lo acabaron en éxtasis. Que no, de verdad, créanme: no hay amores imposibles.
Un mujer entre el público le preguntó a su pareja: ¿qué palo están tocando? “Qué importa”, le contestó él absolutamente entregado y haciendo con dos palabras el mejor resumen de lo que pasó anoche. “Cantiñas de Utrecht”, informó en algún momento Pablo Martín-Caminero con mucho humor. El humor, ay el humor, ese pegamento que facilita el amor. Y el humor estuvo todo el rato. También en boca de ese músico improbable que es Oene van Geel, que hizo con la viola lo que le dio literalmente la gana, tocó palmas y demostró que la guasa se empadrona donde quiere.
Si había pasión, humor y ganas, ¿de verdad podría pensar alguien que ese amor fuera imposible? Yo lo pensaba, confieso. Pero Alexis Lefevre se metió con sus tanguillos de Cádiz, y gracias a su tacto fino y cuidadoso lo que empezó como flechazo mutó en amor. Ya no hubo dudas. Y si las hubo, se fundieron con la nieve al ver la manera en que Tony Roe se metió en los tercios con su piano a golpes de intuición y mucho ojo; o al escuchar cómo Maarten Ornstein consiguió acoplar su saxo y su clarinete al puro nervio flamenco de José Quevedo “Bolita”. Ay, Bolita, qué bien tejiste anoche, discreto y subterráneo, el hilo de lo jondo.
Oene y Alexis, viola y violín, ejercieron de nervio, de espina común. Pablo Martín-Caminero se abrazó, exhausto y poseído a su contrabajo, y Paquito González ejerció de corazón, marcando sístoles y diástoles precisas y adecuadas a cada situación, porque ni siquiera un corazón enamorado late siempre impetuoso.
Lo de anoche fue un cuento de invierno y una lección. De música, sí, pero también de vida. Esa que dice que, cargada de prejuicios, cualquier existencia puede verse reducida a un único y monótono camino.