A pesar de cerrar este año la trilogía con la que la cita navarra responde a ¿qué es el flamenco? dedicando esta edición a la Planta-tacón (el baile), lo cierto es que desde sus comienzos el Flamenco On Fire ha mostrado su debilidad por la guitarra de concierto, a la que ha concedido siempre un lugar especial con el que trata de rendir tributo a su impulsor, el maestro Sabicas.
En esta línea, parecía natural que el salto a la producción propia que inició el pasado año el festival diese comienzo con Alzapúa, un espectáculo que tuvo como protagonistas a los jóvenes David de Arahal, Alejandro Hurtado, José del Tomate y Víctor Franco y que colocó la guitarra -¿del futuro?- en el epicentro de los Grandes conciertos. Y, por lo mismo, tampoco ha sorprendido que se repitiera formato esta vez con Alzapúa II, una segunda revisión de la idea que llegó este sábado al Baluarte de Pamplona para unir a cuatro de las sonantas de concierto más sólidas y personales del flamenco, o mejor, de la música, actual: Josemi Carmona (director musical), Rycardo Moreno, Diego del Morao y Dani de Morón.
Músicos, como decimos, de primera categoría que, como señaló José Manuel Gamboa en su presentación hacen flamenco, “pero del mundo mundial”, y demostraron una vez más no sólo la calidad del instrumento jondo sino su universalidad y la infinidad de lugares y espacios que puede dibujar desde sus seis cuerdas.
En este sentido, el gran acierto de la propuesta es, sobre todo, el confiar en la capacidad de la guitarra, y de estos geniales guitarristas, para generar un discurso diverso, amplio y multisensorial. Que lo mismo invita a soñar y provoca fantasías, como sucede cuando Rycardo Moreno hurga por el mástil despertando emociones; que propone vivir experiencias fascinantes, como hace Diego del Morao con su guitarra vibrante, colorista y vital; que brilla con la sencillez, el gusto y el pellizco del toque de Josemi Carmona; que sugiere ideas y cuenta cosas, como la de un Dani de Morón cada vez más sintético y profundo.
Se agradece igualmente verlos conversar, jugar y compartir locuras en el diálogo por cantiñas que mantuvieron Rycardo y Dani de Lebrija a Morón, sosteniendo el compás sin prisa y metiéndole los dedos a las tripas de la guitarra, o en el que hicieron Diego y Josemi por fandangos en un alarde de improvisación y flow. Y también que juntos alienten, desde el ritmo, la melodía, la armonía o el compás, a un siempre arrollador Farruquito que, arropado por las magníficas y compactas voces de Lela Soto y Delia Membrive (¡qué alegría estos ecos femeninos arreando el baile!), regaló su vertiginoso, elegante y enérgico baile por soleá y bulerías antes un público completamente eufórico que vitoreaba sin parar al inigualable genio.
Es decir, Alzapúa permite que nos adentremos en un mágico universo sonoro en el que, lejos de los efectismos, se busca el disfrute del sonido natural de la sonanta que aquí, además, se entiende y se expande.
Lo que no se perdona, por contra, es que la idea y el talento se desluzca por la imperdonable ausencia de una dirección artística imprescindible para dar coherencia y sostener el ritmo de un espectáculo de estas características. Así, no sólo tuvimos que capotear las molestas, innecesarias e incomprensibles transiciones, sino que la ausencia de un diseño de luces o de un planteamiento escénico (que, por ejemplo, invitara a jugar con el espacio y no nos obligara a dirigir la mirada siempre en la lateralidad) rompía constantemente la concentración del espectador, obligándolo a cada rato a reconectar con lo que estaba sucediendo, pieza tras pieza.
Es una pena, sentimos, que un espectáculo que busca darle entidad a la guitarra de concierto no utilice a su favor los recursos escénicos (también de ritmo y repertorio) para hacer crecer el relato y permitir que el espectador forme parte del viaje de principio a fin, sin tener que bajarse del vagón en cada estación.
Vídeo
Fotos: Susana Girón (Flamenco on Fire9