Anatomía del límite
Teatro Apolo – 4 de abril 2025
Ayudarme a conectar con todo lo que he ido enterrando. Yo era consciente de que mi cuerpo no estaba gestionando bien algunos asuntos, pero mi mente decía ‘no te puedes parar en esto ahora’ porque puede que se ofenda alguien o porque no hay tiempo o yo qué sé, la vida, ¿no? El cuerpo me ha mandado muchas señales. Y tengo empatía a nivel mil, pero no conmigo misma. Aitana Rousseau Cañadas (Almería, 2000), pone sobre la mesa con honestidad su sentir en los últimos tiempos. Así que, para armar Anatomía del límite, que presentó en el Teatro Apolo de su Almería natal el pasado viernes, ha tenido que crear desde la vulnerabilidad.
Y aunque está muy de moda últimamente hablar sobre salud mental (o, más bien, sobre la ausencia de ella), no suele hablarse tanto ni con tanta libertad en los círculos flamencos o danzaores. Por eso, la valentía de esta aguadulcina de casi veinticinco años al decir y decirse con franqueza resulta tan magnética y, sobre todo, tan humana. Encontrar la creatividad en el límite no es lo más cómodo -aunque a veces sea una de las pocas salidas-, pero rodearse de un equipo con el que no tener que hablar necesariamente con palabras, ha sido clave. La acompañan Óscar Lago a la guitarra y composición musical original, José Manuel Posada Popo al bajo eléctrico y Kiko Peña al cante, guitarra y percusión.
Así, Anatomía del límite ha funcionado como detonante y disparador para explorar, desde ese lugar de fragilidad, las costuras con sus líneas, márgenes, fases, recodos, bordes y posibilidades. Porque esto va no sólo de poner límites -entendamos lo que entendamos con ello-, sino de averiguar de qué material están hechos; de qué me dice mi cuerpo cuando no están o de qué excusas arguyo para no usarlos, mirarlos, imaginarlos. Va de eso, pero nunca es una sola cosa. También va de desarraigo, de la infancia como edad sagrada y de calibrar un eje propio. Casi nada.
Articulado en cinco momentos, este estreno absoluto comenzó con Salir del nido, una intro musical y dancística que va del lirismo al acelere con yuxtaposición de melodías y ritmos, dejándonos una sensación de no poder seguir esa apisonadora frenética. Ya de rojo para bailar por bulerías en Vorágine, donde se amplía el ritmo vertiginoso salvo en un pequeño oasis de bulerías al golpe con un polifacético Kiko Peña en pie al que Aitana le baila con todo gusto, recreándose en el sabor distinto del zapateado tecnicista frente a la curva sinuosa, sabrosísima y placentera, del baile más doméstico y popular. Será entre El Entre y El Límite cuando la bailaora dé el puñetazo en la mesa. Y no porque pegue a nadie, sino porque escorada a un lado del proscenio y con el bajo eléctrico de Popo como bordón, se aparta para que podamos acceder a su mundo y leer el texto de su hermana Candela Rousseau:
(…) Dice Louise Gluck que miramos el mundo una sola vez, en la infancia. Pero Louise, me han dejado sin espacio. Me han dejado sin espacio. Ya no hay ni un solo hueco donde pueda mirar así, con ojos infantiles, de memoria. Ya no hay memoria. Sólo un saco cargado de cosas que no sé dónde dejar. Sólo la palabra seguir, seguir a toda costa. Ir de un lado a otro exhausta, comprometida, intentando no caer y, sin embargo, cayendo. Cada vez más rápido, más ficticio, más vacío. ¿Dónde se va cuando te han dejado sin horizonte? ¿Dónde? (…).
Son tres minutos de parón en seco, de tajo a sangre. Tres minutos donde oímos su respiración desigual, galopante. Tres minutos donde quieta, erguida, agotada y sudorosa pero firme soberana, interrumpe el sentido lógico de un recital de baile para clavar su mirada en un público que parece asentir y entender, quizá cabizbajo, quizá avergonzado. Puede que identificado. Los tanguillos de después, que hará en Déjà Vu en un tierno, vibrante y divertido dueto con Peña, contrastan con esa escena anterior en la que Aitana dice y se dice, en la que abre una ventana para parar y tomar aire, y nosotras con ella. Que levante la mano si alguna no se ha visto en su piel alguna vez. Adoloridas todas pero con coraje, será en la soberbia soleá de El Límite donde la de Almería consagre su propuesta al borde de las lágrimas: la de conectar con lo que ha ido enterrando dentro. Quizá no para hacer algo con eso, quizá sólo para saber que está ahí y hacerle hueco, acaso nombrarlo. Pero sobre todo, no hacer como si no estuviera. Eso no. Ya no. Nunca más. Además de poner sobre la mesa su sentir, ella le baila a sus entrañas haciendo gala de unas facultades técnicas y expresivas prodigiosas: velocidad, precisión, pulcritud, originalidad, limpieza y resistencia. Tenemos contenido y continente.
Sostenida por la fortaleza de poder parar y la posibilidad de cambiar el modus vivendi, pero especialmente por una composición musical de Óscar Lago con colores canallas y libertarios, llena de fuerza y carisma que la empuja a atravesar el abismo, Aitana se despeina, se quita las quinientas cincuenta horquillas del pelo tirante sobre el occipital y rockea liberada con sus compañeros de viaje, que no se van sin ella. Baja las revoluciones y con las suyas, las del Apolo entero, que recoge sobrecogido la textura del baile de su paisana, para terminar con una pieza que no es una pieza, aunque tenga nombre y se llame La Reconciliación, sino una joya-caramelo con letra de la creadora gaditana Julia Acosta: le bailaré a la vida…
Yo sé que no estoy en mi momento más contundente ni pretendo que esta sea la propuesta que diga “ésta soy yo”. No. Es reconciliarme conmigo misma. “Sólo” eso. Ahí tienen ustedes otro puñetazo. Y otro más, el que ha hecho posible el primero: el de Trasladanza, proyecto ideado por Butaka 13 Producciones para remarcar Almería sobre un mapa flamenco y dancístico que suele olvidarla, a ella y a sus creadores. El de Aitana es el tercero de cuatro, pero las dos citas anteriores dieron los primeros palos: Tocar a un hombre, de Julio Ruiz, y Que tus ojos miren lo recto de Raúl Heras y Santi Rivera, que también culminaron con un coloquio entre elenco y público para intercambiar sensaciones tras cada propuesta escénica. Veamos dónde asesta los golpes Puta, madre y loca de Mariana Collado el 23 de mayo. En Almería, claro.
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