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Guitarra: José Fernández «Tomatito», |
Anunciado como «todo lo que toca se convierte en flamenco»,
las expectaciones fueron elevadas. Como guitarrista aficionado,
me acerqué al teatro con la esperanza de aprender algún
detallito del «rey de los tocaores gitanos». Me conformaba
con cualquier cosa, incluso una migajita del dichoso duende. Con
el grupo flamenco Alegría (guitarrista, Ismael Heredia y
cantaor Juan Manuel Carpio de Jerez) ocupando la primera parte,
la noche prometía una rica mezcla de estilos tradicionales
y contemporáneos.
El Albert Hall de Londres tiene unas dimensiones olímpicas;
de hecho ha sido empleado para campeonatos de ténis. Mientras
nos lleva a nuestros asientos, el acomodador murmura «esta
noche, tranquilito». Esperaba que no fuera a ser así.
La puesta en escena es
austera, de hecho no hay ninguna.
Pero tenía razón; hay menos de medio aforo. Seguramente son miles
de personas, pero parecen motas de polvo en una vieja sombrerera
forrada de terciopelo. Todo es negro o rojo oscuro excepto por las
letras iluminadas en verde y blanco indicando la salida de emergencia
a mi derecha. Esto no presagia nada bueno.
La puesta en escena es austera, de hecho no hay ninguna. Sólo
las ubicuas sillas de enea dispuestas en curva obtusa. Se las llevarán
a cuestas en las giras? Unos micros, monitores plegables y en un
rincón, lo que parece un colchón. Cuatro focos de
luz roja…mi invitada y yo tenemos frío. No tenía
idea de qué podía esperar, ya que hasta la fecha sólo
había visto el flamenco en lugares pequeños e íntimos.
De alguna manera la fama de Tomatito me hizo esperar una presentación
más vistosa. Pensé «¿dónde está
el conjunto de percusión, los altavoces de doce metros?»
El grupo Alegría ocupó el escenario dando la impresión
de sentirse algo cohibidos o intimidados en tan grandioso espacio,
y tardaron bastante en arrancar. Había españoles dentro
del público aquí y allá y desde las butacas
se escucha gritar «¡Viva Jeré!» provocando
el asentimiento agradecido del guitarrista. Siguen otras voces con
«!Viva Jeré y Algeciras!». El público es
todo oídos cuando por fin arrancan con una corta y sombría
presentación que incluye siguiriyas, soleá por bulerías
y soleá, cerrando por bulerías; sólo están
calentando motores.
En el flamenco tradicional,
el tocaor ocupa el último peldaño después del cantaor y bailaor,
lo cual puede resultar decepcionante para los aspirantes a 'tomate'
.
La diferencia entre el estilo de tocar para baile, y el estilo de
concertista que define a Tomatito es impresionante; mucho más
rasgueado y poco arpegio o picado. Dar el trasfondo de compás
es su trabajo. En el flamenco tradicional, el tocaor ocupa el último
peldaño después del cantaor y bailaor, lo cual puede
resultar decepcionante para los aspirantes a tomate.
El grupo Alegría consiste en dos guitarras, bailaor y bailaora
y una superflua representación india con violín y
tablas. Éstos parecían algo fuera de lugar en sus
colchones y no estoy convencido de que haya funcionado, pero sí
prestó cierto aire exótico.
Sus arpegios con golpe, lanzados
como
misiles, son tan escuetos que se siente
el impulso de agacharse cuando pasan.
Bailaor: Joselillo Fernández
El baile por siguiriyas es intenso. El bailaor Arroquero causa buena
impresión en mi invitada, una no iniciada que empieza a coger
afición con esta, su primera experiencia con el flamenco
en vivo. Observa que el ambiente no es lo ideal, pero que le gustaría
ver más, en algún lugar más adecuado, más
recogido. La bulería acaba de la manera movidita que es habitual,
con la pataíta de la que apoyaba con sus palmas y jaleo.
Movimientos de cadera provocativos en la retirada con mirada de
desdén por encima del hombre; qué impertinencia más
rica.
Después del descanso con copa y puro le toca el turno a
Tomatito. Sorprendentemente, el escenario se deja sin cambios, con
los focos de un color azul aún más frío. Más
monitores indican más instrumentos, y ya está. Nada
espectacular, ningún destello de color; tan oscuro y triste
como la noche londinense fuera del teatro.
Aparece Tomatito proyectando confianza en sí mismo, seguido
del grupo con el cantaor Potito cuyo rostro reconozco tan bien de
la clásica película «Flamenco» de Saura.
Los artistas reciben la recepción estruendosa y gritos de
«¡el Papa!» con saludos de cintura entera, pero
pronto cae el silencio, y el público espera embelesado, atento…
No alcancé a ver qué marca de guitarra estaba tocando,
esa eterna obsesión del guitarrista de flamenco. Sólo
puedo decir que parecía una blanca (fondo y laterales de
ciprés) lo cual indicaría un sonido brillante de menos
duración para acompañar el cante.
Arranca un trémolo
sorprendente
una fracción de segundo antes de
dejar caer un portentoso rasgueado.
Tranquilamente afina su instrumento entre números, o mejor
dicho, vuelve a afinar completamente, pero no podría decir
a qué tonos. Se ha marchado el grupo para esta introducción.
Con su camisa blanca, melenas rizadas que le identifican, y la cejilla
al uno, empieza a tocar. Cambia el programa para interpretar alegrías.
Es un alivio detectar una nota fuera de sitio y una postura fallida
mientras se calienta y sus dedos pegan grandes saltos arriba y abajo
del diapasón. Interesante observar su postura de barra que
sólo pisa cinco cuerdas dejando la sexta para descansar el
pulgar…sólo en las alegrías. Arranca un trémolo
sorprendente una fracción de segundo antes de dejar caer
un portentoso rasgueado, lo cual me deja incrédulo, boquiabierto
de admiración. Queda bien el «martillar y tirar»
que realiza con el dedo índice más arriba de la cejilla.
Este calientamiento prepara el público perfectamente para
lo que sigue. Después de una hermosa taranta, el hombre a
mi derecha comenta a su señora «me está gustando
este joven». Vuelve el conjunto con cajón, bajo y violín.
Tomatito tarda siglos en volver a afinar su guitarra, como hace
para casi cada composición porque está empleando varias
afinaciones, pero al final queda perfecto. No soy partidario del
violín en el flamenco, pero tengo la mente abierta. Por desgracia,
no acaba de funcionar por mucho que se esfuerce el violinista.
No puede evitar hacer
música maravillosa.
Si se le cayera la guitarra al suelo, saldría música.
Tocan una bulería muy airosa y me encuentro aplaudiendo una serie
de rasgueados dramáticos casi sin darme cuenta. Las cuerdas dentro
del cajón suenan claramente en la mezcla global. Como un snare-drum,
marca el corazón del ritmo del flamenco. Diego Amador «Churri» toca
el bajo con púa con gran habilidad, quizás más cómodo que con los
dedos, pero lo dudo.
Se mete dentro de ese espacio en
tu cabeza
que provoca la sonrisa y te da ganas de bailar.
Tomatito no mira sus manos, ni una sola vez. Ligeramente inclina
la cabeza, entrecierra los ojos y se mete en otra dimensión.
Es obvio que él es el centro, el motor del grupo – y del
compás. No puede evitar hacer música maravillosa.
Si se le cayera la guitarra al suelo, saldría música.
Y es una música que se mete dentro de ese espacio en tu cabeza
que provoca la sonrisa y te da ganas de bailar y celebrar. El público
le pertenece y ruge su admiración como una sola voz.
Acordes increíbles por los
que guitarristas
de menor nivel darían un ojo o dos.
A continuación, tangos. Tomatito lo organiza y lo pone en
marcha, rasgueando las cuerdas ensordecidas. Es un sonido más
al gusto norte europeo; marcan el ritmo con los pies y asientan
con la cabeza. Tomatito sabe, pero es que sabe exactamente lo que
hace. Sus arpegios con golpe, lanzados como misiles, son tan escuetos,
que se siente el impulso de agacharse cuando pasan.
El Potito tiene una cara simpática y cuando canta, sonríe
como un triángulo de queso holandés. Se sienta inmóvil,
rodillas separadas, suavemente marcando el compás, deslizando
sus manos una encima de la otra, mirando la guitarra. Su voz no
es suave pero tampoco irrita, ni dulce ni chocante. Encaja perfectamente,
elevando la música a su justo lugar.
Hagamos caso omiso del tango argentino y baste con decir que fue
terminado con un despampanante dúo entre violín y
guitarra y s'acabó, afortunadamente…demasiado «café»
para mi gusto.
La soleá sobresale de manera
sublime – triste
y solitaria entre todo el alboroto.
La
soleá sobresale de manera sublime – triste y solitaria entre
todo el alboroto. Tomatito se concentra intensamente en el cante,
ahora no es el jefe. El cante manda y nos llega el chispazo del
'cante jondo', los cantes serios flamencos.
Sin esfuerzo derivan a una soleá por bulerías. Estupendos
acordes, acordes fantásticos por los que guitarristas de
menor nivel darían un ojo o dos. Tanta música saliendo
de tan pocos. ¿Dónde está el resto de los músicos
entonces, en mi cabeza?
Tomatito nos presenta a sus compañeros y El Potito recibe
una estruendosa ovación. Es bueno ver cómo se le aprecia,
y se le nota un poco sorprendido – puede leerse en sus labios, «pero
si no he cantao»
Tomatito
Tanta música saliendo
de tan pocos. ¿Dónde está
el resto de los músicos entonces, en mi cabeza?
El 'set' acaba con una rumba, por lo que nos encontramos camino
a Suramérica y de regreso. Una re-entrada al repertorio flamenco,
esto es un favorito británico después de tantas fiestas
en compañía de los Gypsy Kings. No es para los puristas
y se va transformando en un 'jam session' con el violín llegando
a molestar.
Después de un bis similar el show termina. Tomatito, el
Potito y Alegría intentan traer un poquito de sol en la gris
noche otoñal de South Kensington. Se hallaron con las puertas
abiertas contra un edificio victoriano dedicado a las artes clásicas.
Hasta cierto punto tuvieron éxito. Tomatito fue, sorprendentemente,
más flamenco que jazzista, epíteto que rozaba con
su costumbre de estirar las cuerdas en lugar de subir uno o dos
trastes al estilo Paco de Lucía. El tipo es una central de
técnica rítmica.
¿Vale la pena dejar la comodidad de su casa para acudir
a este espectáculo? En general, actuaciones flamencas a este
nivel, no hay tantas – no se sentirá decepcionado.
Simon Shearston en Londrés
con agradecimiento a Melchor de Jerez
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