Mercedes Ruiz y Santiago Lara estrenan en Madrid una versión de Tauromagia para todos los públicos
No encontrarán un estilo musical en el que confluyan positivamente lo viejo y lo nuevo, la tradición y la vanguardia. Es parte del encanto del flamenco, que puedes identificarte con la posición (conservadora y estática) de los que defienden los viejos valores sin dejar de valorar la innovación. En esto hay grados e intensidades o como dijo el otro:
-Hay gente pa tó
Sin embargo, no somos conscientes del paso del tiempo. Manolo Sanlúcar publicó en 1988 “Tauromagia”. La bailaora y coreógrafa Mercedes Ruiz era una niña de ocho y el director musical de la obra el guitarrista Santiago Lara tenía cuatro años. En esa época este cronista había abandonado cualquier interés por los toros, y remitían los focos sobre el rock y el jazz para ¿concentrarme? en las músicas del mundo. En pocas palabras a mí “Tauromagia” se me pasó y cuando quise recuperar el tiempo perdido ya había sido proclamada: “una obra cumbre en la historia del flamenco y es, por lo tanto atemporal e indeleble” (Claude Worms).
La mayoría de los flamencos llegan tarde y mal a cosas así y uno también; entonces (en 1988) pugnaba por ver y reconocer a los grandes titanes de la música del siglo XX que estaban en la recta final de su carrera: Camarón, Miles Davis, Fernanda y Bernarda, Machito y Mario Bauzá… Había conocido en 1983 a Manolo Sanlúcar en su casa de Madrid en el barrio de Tetuán, me llevó José Antonio Galicia y pude hacer una entrevista fuera del periodo de promoción. Aún no sabía lo complicado que puede ser conseguir algo así. Era un novato. Aquel era un tiempo de renovación y de revelaciones “Tauromagia” es el segundo trabajo flamenco de Tino Digeraldo y ahí confluye en palmas y percusiones con Diego Carrasco y el añorado Manolito Soler.
MERCEDES RUIZ Y SANTIAGO LARA
Buena entrada en la sala roja de los teatros del Canal. La banda de músicos está al fondo del escenario velada por una cortina. Se distingue un teclista que tiene el engorroso papel de sustituir los arreglos orquestales de José Miguel Evora. El cantaor David Lagos, dos guitarristas y dos percusionistas. El espectáculo había sido estrenado en 2018 como una reivindicación de la obra de Sanlúcar y ya ha pasado por importantes escenarios de todo el mundo.
Lo primero que sorprende a la hora de convertir en baile esa obra es que apenas se reconocen los elementos taurinos. De vez en cuando un mantón se convierte en capote pero nada, o casi nada, remite a una corrida de toros. A pesar de los títulos de las composiciones. No hay banderillas ni tercio de varas. Ni cuernos, ni sangre. Un descanso. Sin embargo, el guión remite, tema a tema con el disco tal y como fue publicado. Las bailaoras llenan el escenario y es ahí donde el cronista echa de menos el programa de mano. ¿Quién es el guitarrista? Uno se maldice a sí mismo por ir a los conciertos -“tabla rasa”- sin prejuicios y sin información. Ahí es donde te dejas llevar por el baile y por la obra que camina “in crescendo” trasladando sentimientos y la belleza de las coreografías, magnífico el baile de las chaquetillas, fabuloso el dueto en blanco y negro entre Mercedes Ruiz y Ana Agraz. Veo la foto en la que Mercedes Ruiz entra a matar, yo estaba mirando a los músicos. El espectáculo es también un recital de guitarra, un homenaje a Manolo Sanlúcar que se ve remozado por Santiago Lara, un creador capaz de llevar la obra de Pat Metheny al flamenco y luego seguir con su carrera.
Todo conduce hacia “La puerta del príncipe” la composición que recuperó Carlos Saura para su “Flamenco” (1995) en el que comprobamos como se abre paso el compás de Diego Carrasco por alegrías. La voz de Manolo Sanlúcar se despide con el espectáculo. Una guitarra sobre la silla de enea. El homenaje.
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