El flamenco y el jazz entran en el Ateneo en el emotivo homenaje a Mario Pacheco y Cucha Salazar fundadores del sello Nuevos Medios
Entrar en el salón de actos del Ateneo de Madrid es como sumergirse en una película de época. Es un recinto que ha sido trinchera de librepensadores desde los tiempos en los que no había ni flamenco ni jazz, ni Picasso, ni cubistas, un tiempo en el que a la constitución le llamaban “la Pepa”.
La galería de retratos a la vista es una muestra de los hombres masculinos que intentaron alumbrar el siglo XIX con ideas frente a monarcas tan patéticos como Fernando VII. Cuesta dar con los tres retratos de mujer que figuran en las paredes; y así lo primero que destaca en la web de tan ilustre recinto es la campaña para elevar a un buen número de damas a la categoría de seres memorables: Rosa Chacel, Carmen de Burgos, Blanca de los Ríos y Nostench, Elena Fortún, Almudena Grandes, Victoria Kent, María Lejárraga, Carmen Llorca, Madame Anselma, Ana Mariscal, Carmen Martín Gaite, Margarita Nelken, Hildegart Rodríguez o María Zambrano.
Mientras el Ateneo se pone al día en cuestiones de género en el escenario entraban por alegrías de la mano de Javier Colina, Josemi Carmona y Bandolero que tienen un sonido a madera, muy a tono con el local, que es como esa librería vieja que va cediendo ante el peso de las ideas encuadernadas. A veces crujen… pero suena tan, ¡tan bonito!. Colina repasa las cuerdas del contrabajo con “pizzicato” que no es algo que se pide en los restaurantes italianos sino una manera de acariciar y pellizcar las cuerdas.
Ah…los cambios de siglo nos sientan bien.
Josemi canta con los dedos y aborda el “Spain” de Chick Corea a tiempo lento, donde todo es más sexual, más difícil y más -¿bonito?-. No, no es eso, es mucho mejor, es placentero e intrigante; a ratos orgásmico. Estábamos en esas cuando salió Silvia Pérez Cruz y se cantó “la Violetera” como si el compositor José Padilla y Charlie Chaplin (que le intentó birlar la canción) estuvieran presentes. ¿Recuerdan lo del orgasmo? Pues eso fue el cigarrito de después, aunque lleves unos años sin fumar.
Apareció Carles Benavent y el bajo eléctrico tardó unos instantes en tomar el pulso. El trío con Jorge Pardo y Tino DiGeraldo se convirtió en cuarteto con Bandolero, luego se metieron en unas bulerías (por soleá añadió Tino).
Y entonces salió Pepe Habichuela. “Suena como un árbol que llora” dijo Don Cherry del sonido de su guitarra. Yo estaba allí cuando Mario Pacheco hizo aquella foto histórica en la que Don Cherry y Pepe Habichuela se miran y se reconocen. Dos revolucionarios frente a frente: Don Cherry mandó al carajo la tradición para buscar las raíces y Pepe Habichuela partió de la escuela del Sacromonte para refrescar el sonido de la guitarra y aliarse con Morente en una aventura donde la creación es el medio y el mensaje..
Silvia Pérez Cruz entonó la “Elejía a Ramón Sijé” de Miguel Hernández:
“Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano…”
Pepe Habichuela buscaba las notas adecuadas a cada verso como hizo en su momento junto a Enrique Morente, le dejó el testigo a su hijo Josemi para arropar a Silvia en los versos más tristes de la noche. Luego ella cantó como un “ruiseñor” pero ya estábamos en otra cosa y salieron todos a tocar juntos “Alegría de vivir” la composición de Ray Heredia que Silvia cantó de arriba abajo, quizá ahí se hubiera podido hacer un arreglo en el que cada uno de los músicos pudiera expresar individualidad y talento, dado el nivel de excelencia sobre el escenario esas son canciones que pueden durar veinte minutos.
No había tiempo para más y ante la insistencia de la afición concluyeron con una de Pata Negra: “Ay José, yo te canto Camarón/ te canto pa que me cantes y me alegres el corazón” no fueron más allá del estribillo pero no importaba. Esa era la noche para recordar a Mario Pacheco y Cucha Salazar que montaron un sello Nuevos Medios para alegrarnos la existencia y, de paso, contribuyeron a cambiar la anquilosada mentalidad de la industria musical española que había arrinconado el flamenco para intentar parecer “modernos” cuando se trataba justo de todo lo contrario. Reivindicar el flamenco para la modernidad. Merece la pena volver a visitar la exposición de las fotos de Mario Pacheco.