Texto: Pablo San Nicasio
Fotos: Rafael Manjavacas Lara
Donde dije Diego, digo SonAires
Son aires de la frontera Sala Galileo. 17 septiembre 2010. Madrid
Guitarras: Paco de Amparo e Ignacio de Amparo. Mandola y guitarra: Keko Baldomero. Cante. Jesús Santiago, Luis Torres y Rubito de Pruna. Percusión: Isidro. Baile: Mercedes de Morón La verdad es que no se sabe realmente por qué se denominan “negros” algunos ecos del flamenco. Es cierto que en determinados casos, los quejíos de ciertos cantaores tienen un metal único, muchas veces gitano, cuyas características sonoras, si tuvieran un color afín, serían más bien oscuras. Pero otras veces, y son las que nos ocupan, los sones de un guitarra cogen una fama que no se corresponde con lo que se oye. Diego del Gastor, maestro genuino y controvertido del toque, era una especie de Tomás Pavón de la guitarra. Grababa y se dejaba ver más bien poco o nada, pero cuando lo hacía la tierra temblaba y salía el sol. Para bien del cotarro flamenco en general, que no sólo eran los cuatro guiris que iban a verle a Morón. No se hacía la oscuridad de lo “incorpóreo”. Más bien al contrario. O sea, que de negro, nada de nada. Es la guitarra de Diego del Gastor también un ejemplo de minorías en el flamenco. Nadie o casi nadie toca ya en su estilo, por mucho que le hagan la pelota y le citen como referente. En primer lugar porque es dificilísimo tocar “contra natura” con la soltura y el donaire del amigo. Con rasgueos “al revés”, con más golpe que picado, con ese soniquete que templa en lugar de acelerar, con ese pulgar sin compasión, esa potencia… y a cuerda pelá… Pero quedan. Y lo sabíamos, eran los amigos de “Son de la Frontera”. Ahora, con el cambio en los componentes de la banda, nos topamos con “SonAIRES de la Frontera”, que viene a ser una continuidad en la apuesta de Paco de Amparo por tributar impuestos artísticos al estilo de sus ancestros. Rendir de continuo un homenaje que, nadie lo duda, se merecen. Y “Moroneando” es el disco con que inician nueva andadura. De nuevo bienvenidos. De blanco ibicenco, como su flamenco inmaculado, salió la tropa a las tablas de Galileo. Noche de reencuentros con los viejos conocidos e incondicionales del “sonido Morón” que deparó importantes momentos. Nueve temas y bis por bulerías donde predominó el compás. Esta guitarra no era muy libre en ese aspecto. Viejos temas de la antigua formación junto con las novedades que vienen en el presente álbum. Todo el mérito del mundo por seguir sacando petróleo del limitado repertorio y posibilidades que ofrece un estilo tan peculiar. Pero los Amaya Flores sin embargo siempre supieron exprimir a la guitarra las posibilidades sonoras más primitivas que se pueda imaginar y la cosa sigue funcionando. Otro tanto, la mandola. Si antes era el tres cubano el compañero de la sonanta, ahora, la mandola ofrece una nueva visión, antigua, más morisca, añeja y flamenca del soniquete. Y parece una obviedad, pero frente a otros instrumentos mucho menos flamencos y más potenciados, la mandola, el laúd y sus derivados europeos, acercan una estética que, ya les adelanto, causa furor entre los aficionados a la guitarra. Y no se tiene en cuenta. Es cierto que esta guitarra se tiene que servir en cazuelitas de barro pequeñas porque si se abusa puede empachar y pierde su gusto. Pero de eso saben los hermanos De Amparo y lo bueno fue breve. Llevando algunas melodías clásicas y exóticos “dejes” flamencos a su terreno, el oyente puede encontrarse con una música mucho más antigua que lo que pregonaba la guitarra del último mito de Morón. En Galileo se llegó sin problemas la otra noche hasta finales del XVIII. También es cierto que el baile primitivo, agachao y fuerte de Mercedes de Morón y los jaleos ensordecedores de la trouppe dieron un toque festero, de tablao, al concierto, pero no venía del todo mal dado que, repetimos, la estética en cuestión es sobria por naturaleza y no siempre asimilable durante más de una hora. Cumbres resultaron los toques por soleá mano a mano de los hermanos y los dificilísimos y bien conocidos “Tangos de mi novia”. Cerrando con su “A los Maestros”, bulerías “collage” de diversos autores, que no sólo se vive de Diego, echamos a andar con los primeros fríos del otoño. Aunque en Sevilla se cocía lo más apetitoso del flamenco por esas fechas, Galileo fue una islita calentita, flamenca, en medio de Madrid. Lo de la estética ibicenca tenía su sentido. |