Espectáculo: Cantes del silencio. Cante: David Lagos. Guitarra: Alfredo Lagos. Piano y clavicordio: Alejandro Rojas-Marcos. Proyecto Lorca. Saxofones: Juan J. Jiménez. Percusiones: Antonio Moreno. Percusión: Perico Navarro. Artista invitada al cante: Melchora Ortega. Colaboración al baile: Isabel Bayón. Palmas: Miguel Téllez. Asesoramiento escénico: David Coria. Lugar: Cartuja City Center. Ciclo: Bienal de Flamenco. Fecha: Domingo 11 de septiembre. Aforo: Medio lleno.
No hay en estos momentos otro cantaor que pueda hacer un recital como el que hizo este domingo David Lagos. Entre otras cosas porque el jerezano no sólo canta, sino que propone un discurso comprometido, artística y políticamente, arriesgado, valiente, serio y flamenco. Envolviendo todo en una dramaturgia (iluminación, escenografía, estructura) y un concepto musical y sonoro completamente distintos a lo que estamos acostumbrados en lo jondo.
Continuando la estética del camino iniciado en su anterior trabajo ‘Hodierno’, un disco sólido y maravilloso que hubiera merecido un mayor recorrido al margen del éxito de ‘Fandango’, Lagos nos sumerge en un intenso y angustioso climax para poner voz a los reprimidos, a los olvidados, a los discriminados y a los silenciados. De manera que, desde su garganta, escarba en la tierra y hurga en la herida para gritar que: ¡no nos quiten la memoria!
Pero si el mensaje importa es porque el artista (los artistas, mejor, porque ¡vaya musicazos!) lo elaboran y transmiten con coherencia y credibilidad. De hecho, basta seguir la trayectoria de Lagos para darse cuenta de que nada en él es superficial. Por eso, quizás, nunca entra en esos rankings mainstream que, sin escuchar los discos, hablan de la renovación del cante jondo desde los piercings o el peinado.
Es decir, la soleá apolá El Sur tiene un guernika, la malagueña ‘invertida’ (dividida primero en unos abandolaos en tono jocoso y luego en la malagueña) o las seguiriyas a Queipo de Llano, interpretadas con el clavicordio por Rojas-Marcos como si fuera una guitarra, nacen necesariamente de un profundo trabajo de investigación y de búsqueda.
Es verdad que, probablemente por las circunstancias que obligaron a cambiar la ubicación del espectáculo dos días antes, no fue la mejor noche de Lagos y que, a pesar de su oficio y su excelencia, se le vio constreñido prácticamente hasta las cantiñas (lo mejor del recital), donde por fin lo vimos dejarse y gustarse. Es más, creemos que la propuesta le permitiría explorar aún más en lo vocal para llevar su eco a los extremos y buscar los jipidos, aunque eso signifique sacrificar la perfección técnica.
En cualquier caso, insistimos, hablamos de un espectáculo original, bien construido, musicalmente brutal, en el que también hubo espacio para la distensión, gracias al desparpajo de Melchora Ortega que por rumbas dio ‘Medicina para la guerra’. Y también para la emoción. Especialmente con la reaparición de Isabel Bayón que tan sólo con sus suspiros y golpes de pecho recordó lo necesaria que es su presencia en la escena. Qué alegría recordar en esa danza del silencio lo importante que es saber bailar desde el corazón, sentir el latido caliente del cuerpo. ¡Qué Giraldillo al momento mágico hemos perdido!
Fotografías: La Bienal / Claudia Ruiz Caro
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