Espectáculo: Manuela. Baile: Manuela Carrasco. Dirección escénica: Antonio El Pipa. Cante: Enrique ‘El Extremeño’, Jesús Méndez y Antonio Reyes. Compás y cante: Ezequiel Montoya y Juan Tomás. Guitarras: Joaquín Amador, Ramón Amador, Pepe del Morao. Violín: Samuel Cortés. Violonchelo: María Lomas de Goñi. Lugar: Teatro de la Maestranza. Bienal de Flamenco de Sevilla. Fecha: Miércoles, 28 de septiembre. Aforo: Lleno.
Nombrada este año Hija Predilecta de la ciudad, protagonista del cartel de esta Bienal, única bailaora del programa que supera los sesenta y una de las pocas representantes de esa tradición de donde ha bebido directamente la generación del presente que abarca esta edición de la cita, Sevilla esperaba a Manuela con los oles guardados y muchas ganas de disfrutar su baile atávico y único.
Por eso, cuando apareció en escena, levantó los brazos y abrió sus enormes manos, “magnánima, ancestral, noble, universal, esencial, libre y auténtica”, como la define Antonio El Pipa en el programa de mano, supe que iba a escribir pocas notas en la libreta que llevo al teatro.
Apunté exceso de reverb, acoples y un sonido molesto (que deslució el cante de El Extremeño, Jesús Méndez y Antonio Reyes). Mala iluminación. No podemos vislumbrar el rostro impenetrable de la bailaora. Ella. Sabia, poderosa, firme. La incontestable.
Así con ocho músicos y los tres mosqueteros que llevaba a sus espaldas, y entre los que destacó un pletórico Antonio Reyes sobrecogedor por seguiriya, Manuela Carrasco volvió al Maestranza con una honorable propuesta que le sirvió para revalidar su maestría y defender un flamenco añorado y en vías de extinción.
De esta forma, más íntima y menos excesiva que otras veces, la bailaora se mostró luminosa y natural por cañas, ruda e invencible en la seguiriya y rotunda en la soleá. Su soleá. Recordándonos que el flamenco reclama verdad y que en el baile jondo el cuerpo se mueve al compás de la emoción.
Disfrutamos, por tanto, de una Manuela fuerte, precisa y consciente de que atesora un misterio inimitable. Ése es su legado. Y ahí está la Sevilla del pasado, del ahora y del futuro.
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