Como
tapita de lujo antes del comienzo del Festival Caja Madrid,
algunas de las figuras más importantes del flamenco han
acudido a este teatro madrileño que, a juzgar por su
fachada, aspira a penitenciaría. No obstante, la calidad
del sonido y la blandura de los asientos eran lujos pocos flamencos
pero bien agradecidos – el flamenco está de moda amigos,
y ya no hay que aguantar las sillas plegables de madera ni los
pitidos de una amplificación de segunda. En fin, a lugares
menos apropiados ha asistido el duende, y el cartel rebosaba
de posibilidades:
Viernes, 10 de
mayo:
Chocolate Vicente
Soto 'Sordera'
Macarena de Jerez
Antonio Carrión
José María Molero
Inmaculada Aguilar
El Boquerón
Manolo Cortés
Manolo Flores
Ramón Rodríguez
José 'El Pipa'
Impresionante despliegue de talento para un lugar tan al norte
de Despeñaperros, y más difícil aún,
todo 'cante a guitarra' como hoy en día se denomina la manifestación
cultural/musical que antes simplemente se llamaba 'flamenco'. La
noche del viernes tuve el placer de visitar la Peña El Duende
en las afueras de la capital por lo que sólo he asistido
a la actuación del sábado, y aquí ofrezco unas
impresiones, sin ánimo de reseñar…
Como es habitual en él por elección propia, Juan
Villar abrió la noche. Fue acompañado por ese veterano
tocaor jerezano del doble apodo, Niño Jero, El Periquín.
A pesar de lo que a veces parece un deseo consciente por parte de
Villar de no entregarse, su cante valiente, auténtico y eminentemente
gaditano no quiso contenerse. Balanceándose precariamente
en las patas delanteras de su silla, el cantaor recorría
las rutas conocidas de la soleá, de los fandangos y de las
siguiriyas, agregando su inconfundible sello y, con la complicidad
del Periquín, haciendo gala de los silencios. Se me ocurre
que es clara señal de madurez artística cuando los
silencios son tan elocuentes, o más, que el mismo cante.
Cerró, cómo no, con bulerías y su emblemática
«Ya todo acabó…». Juan Villar es un cantaor de
mucha fuerza, pero a veces se ahogaba sensiblemente en el momento
de acabar los tercios – 'los años no pasan en balde' como
nos dicen hasta la saciedad, y confío en que Juan sepa adaptar
sus facultades a las realidades. Otro detalle que a mi juicio disminuía
el efecto global: el cantaor inyecta una sobredosis de semitonos
bemolados de los que se hicieron tan populares en los años
setenta, y que a estas alturas prestan un aire caduco, un descuido
poco perdonable en un cantaor de la talla de Villar.
Fue seguido por Chano Lobato, el gran patriarca de Cádiz.
Si Villar es eminentemente gaditano ¿qué calificativos
quedan para describirle al Chano? Al ser mayor que Villar, ha alternado
con Manolo Vargas, Aurelio, Pericón y el Beni, y habla del
Ignacio [Espeleta] como los demás mentamos al vecino de enfrente.
Con 75 años Chano se encuentra en su plena vejez, y la lleva
con absoluta elegancia y aplomo. De hecho la sutileza y delicadeza
con la que ahora canta (a diferencia de años anteriores cuando
quizás exagerara una mijita), encaja perfectamente con el
carácter antiguo del cante gaditano. Le acompañaba
a la guitarra ese joven que tan sabiamente abriga a estos cantaores
veteranos: Antonio Carrión. El público le adora a
Chano… no hay otra manera de decirlo, por muy tópico que
suene. Y es momento oportuno para añadir que a esta noche
de flamenco sin cajones ni artimañas había acudido
un amplio surtido generacional y cultural, entre jóvenes
y mayores, gitanos y no gitanos, nacionales y extranjeros. Chano
logró cerrar esta primera parte poniendo de pie a tan amplia
representación humana.
Después del descanso tuvimos fuerzas para recibir la
casi excesiva energía de Miguel Flores, el Capullo de Jerez.
Espiritualmente es un festero, por mucho que se le presente como
cantaor. Capaz de cantar con pericia los palos más duros,
es por fiesta donde siempre se destaca brillantemente. Confieso
que este artista me chifla, (porque todo hay que decirlo), haga
lo que haga, se llame como se llame. Sin lugar a dudas es la prueba
viviente más contundente de que no hay que ser gitano para
cantar gitano, pero, parafraseando la letra que siempre canta Vicente
Soto, sí ayuda mucho si eres de Jerez y del barrio Santiago.
Aunque su arrollador magnetismo a veces roza los límites
de lo aceptable, es bien difícil no encariñarse con
su forma irreverente y totalmente flamenca. Con sus divertidas muecas
y posturas, el Jerry Lewis del flamenco cantó soleá
por bulería, fandangos (por medio), tangos y bulerías.
Le acompañaba de nuevo el Periquín.
La noche fue dedicada al bailaor jerezano, Antonio 'El Pipa'
que al comienzo de la velada recibió una estatuilla que representaba
la VIII Distinción Flamenca Peña Chaquetón.
Ahora llegaba al escenario con su cuadro al completo para demostrar
in situ el motivo de tal honor. El Pipa no es el mejor bailaor hoy
en día, pero sí, uno de los más creíbles,
un hombre joven que no se ha dejado seducir por 'las nuevas tendencias',
ni falta que le ha hecho. Es señal de los tiempos flamencos
que corren, que un bailaor que se limite a los caminos tradicionales
sea la excepción. Tiene muchos detalles modernos, no os equivoquéis,
pero en este bailaor están felizmente casados con la vieja
usanza. Se ha criado dentro del ambiente, y el buen gusto flamenco
corre por sus venas. Su estilo es puro Jerez – hasta su cara es
jerezana, no por las facciones, sino por como es reflejada en ella
esa ironía contenida e incontenible tan simbólica
de su tierra. No acaba de convencer la rebuscada interacción
con su tía Juana, la de la voz de gravilla, un detalle que
rompe con absoluta eficacia la ilusión de estar presenciando
una fiesta de familia. Pero tampoco estábamos en el salón
de su casa, ni se repartían copitas de aguardiente, así
que un poco de teatro era de esperar.
En resumen, noche flamenca de gran altura. Después de
la última cortina los artistas se congregaban en el bar de
en frente – muchos autógrafos y fotos, pero nada de fiesta.
Sólo entonces me acordé de que esto no era Andalucía….