Una obra estimulante, exquisita y sutil
Conforme pasa el tiempo, cada vez huyo más de las grandes certezas y de los éxitos rotundos. De aquellos que lo dan todo por sabido y de quienes se creen iluminados. No ya sólo porque el arrojo les convierta en insensatos o se instalen en la inerte comodidad, sino porque lo que hacen me resulta intrascendente. Me gustan, en cambio, los que dudan, recelan y se (nos) cuestionan. Primero, porque entiendo que de la contradicción nace la búsqueda; y, luego, porque en esa vulnerabilidad que tratamos de esconder tantas veces está lo que nos hace humanos.
Por eso me gusta Gautama del Campo. Porque en su música encuentro la convergencia de nuestras dudas y algunas conclusiones que serenan. Me interesa porque en su saxo percibo curiosidad, inquietud y perspicacia. Me cala porque sus melodías transitan desde la nostalgia a la esperanza, desde lo que me sujeta a la tierra a lo que anhelo.
Este Salvaje Moderado propone un viaje sensorial y profundo por lo que más duele y lo que más libera. Gautama, asumiendo sus extensas influencias del blues, el jazz y el flamenco, coge aire y exhala un sonido propio que es cálido pero contundente. Cauto pero valiente. Idealista pero reflexivo. Un repertorio vitalista, enérgico y sensible en el que sentimos que su saxofón canta letras tan antiguas como cercanas, grita quejíos rotos que aún sangran, llora recuerdos cargados de melancolía y jalea alegre en pleno éxtasis musical.
Es decir, lo que nos presenta tras tres años de concienzudo trabajo es una obra estimulante, exquisita y sutil, donde el músico es capaz de acudir de Mairena al Lebrijano o de Paco de Lucía a Diego del Gastor con asombrosa naturalidad y flamencura. Con un lenguaje que, lejos de invadir, acompaña y abriga.
No nos engañemos. Más allá de la creatividad de sus composiciones, del virtuosismo que revela o de quienes le acompañan (Rafael Riqueni, Jorge Pardo, Pedro María Peña, Cristian de Moret, Inma la Carbonera, El Galli), si Gautama nos conmueve o nos agita es porque se desinfla en cuerpo y alma.
Pues sí. Conforme pasa el tiempo, cada vez tengo más claro que un artista es lo que transmite y que para un músico no hay mejor aval que el de los compañeros que le siguen. Y de todo esto puede presumir aquí Gautama.
Disfruten, que de eso se trata.
Sara Arguijo