Un concierto bellísimo del guitarrista lebrijano clausura la 25ª edición del Ciutat Flamenco de Barcelona.
Silvia Cruz Lapeña
Rycardo Moreno se ha pegado un panzón de trabajar en el festival Ciutat Flamenco acompañando a Arcángel y a las voces búlgaras o a Jorge Pardo en el concierto que dio en la Sala Apolo con su Djinn, pero no hay duda de que anoche era su noche porque el lebrijano se presentó solo, por fin, con su último disco, aGaleano, y se convirtió en el mejor cierre posible de un festival que ha celebrado este año su 25 aniversario.
Lo que Moreno presentaba en Barcelona, también por fin, era un álbum nacido de diez microrrelatos de El libro de los abrazos del escritor uruguayo Eduardo Galeano. Si alguien se pregunta qué hace un flamenco en esas lides que vaya a los conciertos de Moreno pues ahí queda clara la pertinencia de su elección. Porque eso es lo primero que debería preguntarse un artista que se agarra a otro para parir una obra nueva nacida de otra ya con recorrido. Y escuchando a Moreno y a sus compañeros, una tiene la sensación de que aGaleano era una necesidad, pues así como Federico García no necesita excusas para meterlo en sonanta, Galeano podría parecer raro metido por soleá y sin embargo no.
No porque Galeano es un escritor muy admirado y sin embargo, a ratos, muy evidente. Y eso es precisamente lo que Moreno lima con su propuesta porque le saca brillo y nervio, lo pone en otra clave y en otra geografía. Lo que decía Galeano valía para el mundo entero y para cualquier momento, pero la traducción de Moreno lo pone en nuestra década, también en nuestra tierra y en nuestro código y es por eso que lo acerca.
Decir algo distinto
Galeano era preciso y económico, con poquito decía mucho, por eso le va bien al flamenco, pero también es verdad que esa traducción no habría sido posible en otras manos más obvias. Hubiera sido fácil mezclar azúcar con azúcar, pero Moreno optó por acompañar al uruguayo con ácido y sal, dándole músicas difíciles a los versos más dulzones y ponerle calor, incluso risa, cuando el mensaje era duro. Lo que ha hecho Rycardo es eso que comúnmente se conoce como complicarse la vida, gracias Moreno, es dar un paso al frente, hablar con palabras de otros, como hacemos todos, y conseguir decir algo distinto. Ese milagro.
“Sueña las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadie con salir de pobres”.
Así dice uno de los versos escogidos por el guitarrista a quien le cantó, y cómo, Lela Soto. Quién mejor que una mujer gitana para cantar las miserias del mundo que Galeano narró con aspiración universal pero con acento del Río de la Plata para convertirlas en lamento que en casa se interpreta de otro modo. La jerezana se descubrió ante el público barcelonés como una cantante, porque cantaora ya lo es, y estuvo delicada, afinada y comunicativa, lo mismo que Dani Bonilla, que acompañó a Moreno con la guitarra y a Lela con la voz, marcándose incluso un detalle de crooner-cantaor y seductor que arrancó un aplauso del propio Rycardo en el que el público le acompañó sin hacerse esperar.
Adiós temporal
El show, divido en tres partes, contó en las dos primeras con la batería de Marc Miralta, que quizás no quiera o no le surjan, pero debería regalar más actuaciones a los aficionados flamencos. La tercera parte fue la más flamenca, aunque decir eso es ofender a Moreno, que por más que use la púa o se enchufe a la corriente, es y suena jondo en todos sus movimientos. A esas alturas del show, Rycardo ya se había adueñado de Galeano y de toda América Latina, sobre la que parecía caminar de puntillas con su púa a golpe de verdial o bulerías, con aires caribeños y siempre tan sugerente como un buen tango.
“El pulpo tiene ojos del pescador que lo atraviesa.
Es de tierra el hombre que será comido por la tierra que le da de comer…”
Así cantaba Lela Soto mientras Rycardo ya no daba abasto contando los espectadores que tenía en el bolsillo. Porque a veces no hace falta más que música, hacer música, pensarla un poco, parirla bien y con sentido y si en la boca y en los dedos un verso te queda grande, déjalo correr y que lo traduzca otro. No fue el caso de Rycardo, menos mal, que se agarró a las yemas las palabras de Galeano sin caer en lo ñoño, lo fácil, ni lo evidente. Y si el mensaje era cenizo porque cenizo es el mundo y eso lo sabía bien el uruguayo, también es amor y con amor acabó la actuación del lebrijano. Casi por alegrías porque hay motivos, porque criticar y señalar no es olvidar que el mundo gira, que siguen naciendo niños y hay que darles, no sólo de comer, sino también esperanza.
Si alguien le busca nombre a lo que hace este hombre, que no lo busque: es flamenco, idioma que domina y al que traduce a Galeano o lo que se le antoje. Por eso su concierto se convirtió en el mejor cierre posible de un festival que ha tenido sabor casero, no sólo porque ha ocupado la ciudad sino porque ha tirado mucho de artistas locales, ole, y porque el guitarrista lebrijano ya es de esta casa, de Barcelona, donde ha estado viviendo y trabajando y de donde ahora anuncia que se va por un tiempo. Sólo por un tiempo, asegura. Ojalá, Moreno.
Galería fotográfica por Maud Sophie Andrieux