Ficha artística. Cante: Rosalía. Guitarra: Joselito Acedo. Palmas: Los Mellis. Coros: Anna Colom y Claudia ‘La Chispa’. Lugar: Café Alameda. Fecha: 28 de septiembre de 2018. Aforo: Lleno.
Sara Arguijo
Especial – La Bienal de Flamenco – toda la información
Dentro el groupie, la hortera, el rancio, la novelera, el hípster, la pseudo-moderna, el político progre y la adolescente instagramer. Fuera, cientos de curiosos dispuestos a convidar a más de una ronda por conseguir una de las 300 entradas (las primeras que se agotaron en la Bienal) y poder así ser voz autorizada en el que es el debate mainstream del flamenco desde hace meses. El caso es que, más por esnobismo que por interés real, nadie quería perderse el primer concierto que ofrecía Rosalía en la cita sevillana ni desperdiciar la oportunidad de presumir del yoestuveallí.
Así, conocedora de esto que genera y completamente consciente del hueco que quiere y puede ocupar, la catalana ofreció un recital estudiado al milímetro pero pasado -o mejor, posado- por el filtro de lo natural. Contando una storie en la que se coloca en el punto preciso entre la altanería y la ingenuidad, entre la dulzura y el arrojo, entre la seguridad y la vulnerabilidad, entre la seducción y el desapego.
Exactamente igual que hace con su música “que pueden llamar cante, canción, o como quieran porque yo no sé muy bien cómo decirlo ya”, dijo sonriendo con la misma inteligencia con que otros cantaores relatan sus temores antes de abrir la boca para allanar las expectativas del oyente. Es decir, para la artista el flamenco o la música urbana son recursos en los que encuentra detalles con que vestir su rollo y también disimular sus carencias, según el caso.
En este sentido, pasea por lo jondo de forma superficial, acancionando los palos, probablemente para evitar profundizar y que no se noten sus limitaciones, sus vicios vocales o su falta de compás. Por eso, el repertorio ligero (de granaína, tanguillos, guajira, bulerías, rumba, fandangos…) en el que acudió a algunos de sus referentes, como Vallejo, Chacón, Marchena o Pastora Pavón, quedó plano para quienes buscaban un argumento sólido con que defender su supuesta revolución jonda, pese que a la guitara de Joselito Acedo la arropó y le dio un lugar a su cante que no le ofrecía Raül Refree. Y, por otra parte, resultó sosaina para aquellos otros que deseaban verla en su plenitud en un espectáculo trapero-canalla que incluyera su hit Malamente, como le pidió alguno.
En cualquier caso, la artista consigue enganchar y logra un resultado interesante porque lo suyo es fresco y asequible para todos los oídos y, básicamente, porque a nivel melódico suena bonito. Pese a que esto que es lo que más atrae de ella, su voz melismática, sus giros y las variaciones tonales (de factoría Taller de Musics), acaba resultando empalagoso por lo repetitivo. Claro que en una era donde el disco como obra se ha perdido y es el consumidor quien selecciona su playlist esto afecta nada o casi nada, al menos para vender.
Es definitiva, más allá de por el talento, que claramente tiene aún que desarrollar, la catalana conquista porque es lista, intuitiva y se sabe artista. Tiene claro cuál es su target y, como cualquier milenial, ya no carga el lastre heredado de la posguerra de considerar el esfuerzo como virtud y pedir perdón por triunfar. De ahí que se desparrame en la silla, interrumpa el cante para toser, se levante y se siente cada vez que le apetece y cante con el empacho de haberse comido el mundo. Con más pose que tra trá. Dicho de otro modo, da igual lo que pueda haber o no de cierto en las decenas de etiquetas que se le han impuesto porque Rosalía, al final, habla más de nosotros mismos y de nuestros complejos que de ella misma.
Fotografías: Oscar Romero / La Bienal