Rocío, Riqueni, Mayte…sutilezas que duelen

Mayte Martin - Rocio Molina - Nimes - foto: Sandy Korzekwa

Mayte Martin - Rocio Molina

FESTIVAL DE FLAMENCO DE NIMES
Rocío Molina y Rafael Riqueni “IMPULSO”
Mayte Martín “MEMENTO”
Viernes, 17 de enero, 2020. Nimes (Francia)

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Estela Zatania

MAYTE MARTÍN “MEMENTO”
Voz: Mayte Martín. Guitarra: Alejandro Hurtado.
2100h  Teatro Bernadette Lafont

Mayte Martín, cantaora singular a la vez que rigurosamente clásica.  Logra esa difícil condición de ser original, alcanzando algo personal suyo, partiendo de formas que hoy en día muchos llamarían históricas.  La gran máquina del flamenco cumple su misión cuando esta mujer contemporánea, de carrera impecable, nos conmueve sin más “adorno” que un guitarrista hecho a su medida, Alejandro Hurtado, otro color, maestro de la sutileza, sin armonía contemporánea y que golpea la tapa del instrumento como el de Huelva.

No hay percusión, ni siquiera un palmero.  ¿Quién se atreve a hacerlo en un teatro hoy en día?  En lugar del grito pelado, es una exquisitez agridulce que nos invita a caminar por un sendero alternativo donde asimilar el dolor de la condición humana.  Mayte posee una voz blanca que gusta también a los que suelen preferir el cante rancio.  Porque no es dulzura melindrosa, sino doliente.

Interpretó las letras más clásicas…no sé los demás, yo le tengo cariño a esa poesía tan bella que ha aguantado el paso de los años…por granaína, peteneras, siguiriyas con la cabal del Pena, tientos tangos preludiados por la zambra caracolera de la Salvaora.  Uno del público gritó “Mayte, no sólo eres una gran cantaora, sino una gran aficionada”. 

Terminó el recital con una serie de “ida y vuelta”: la milonga del Marchena, colombiana y guajira de Valderrama, cantiñas y un bis de bulerías igualmente clásicas con el Padre Nuestro de Manolito de María, María de las Mercedes o El Compromiso entre otras. 

Mayte nunca imita el pasado.  Lo venera y lo recrea a su manera, sin perder el sabor.  Su obra es un monumento a la grandeza del flamenco, y a su propia inteligencia y capacidad.

ROCÍO MOLINA y RAFAEL RIQUENI “IMPULSO”

1800h. Teatro Odéon

Esta obra de Rocío Molina tiene historial. Al menos cinco años hace que salen referencias asociadas y vemos fragmentos y transformaciones de una complicada performance siempre en evolución, medio improvisada…o quizás cuarto y mitad.  Como espectadora y cronista, me siento libre de acercarme a esta actuación sin más bagaje obligatorio que tener abiertos ojos, oído y mente, dispuesta a recibir el mensaje de Rocío.  Así que ya saben, hay cuatro salidas de emergencia y no está permitido fumar.

El escueto reparto se compone de dos artistas sobresalientes que suelen sorprender, cada uno a su manera.  Una, por su valentía y su ánimo de desafiar las normas con la inocencia de una niña chica.  El otro, Rafael Riqueni, por la extraordinaria sensibilidad y belleza de la música que fluye de su mente y manos a través de un trozo de madera con cuerdas tensadas. 

“Impulso” no es para cualquier aficionado al flamenco.  De hecho, los de gusto clásico lo pueden encontrar “difícil”.  Sin cante, sin compás, sin palos.  Lo más duro es la ausencia de una voz humana que hubiera dado calor a una presentación que cultiva una sensación de aislamiento, aunque me consta que Rocío Molina ha construido una obra exactamente cómo ha querido: intimista e inquietante.  Cuarenta y cinco minutos de posturas fascinantes, brazos que se mueven por lo imposible, fragmentos de zapateo, la privación sensorial y una irónica sonrisa cuando menos te la esperas. Es decir, un ambiente onírico, la especialidad de Rocío Molina.   

El público francés se volcó, todos en pie aplaudiendo entusiasmados.  Hay que ver “Impulso” de Rocío Molina, maestra de maestras, qué duda cabe, y cada uno que saque sus conclusiones, porque así es el deseo de esta artista singular.

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