Rocio Molina 'Vinática' – Suma Flamenca 2011

Texto: Manuel Moraga
Fotografías: Rafael Manjavacas

«AUTORA»

FESTIVAL SUMA FLAMENCA 2011

ROCÍO MOLINA
“VINÁTICA”

10 de junio 2011 – Teatros Canal – Madrid

 

Baile, idea, coreografía y dramaturgia musical: Rocío Molina; Guitarra y música: Eduardo Trassierra; Cante y mandolina: Jose Ángel Carmona “Carmona”; Palmas y compás: José Manuel Ramos “El Oruco”; Asesor dramatúrgico: Roberto Fratini.

Hace ya mucho que Rocío Molina inició la transformación de bailaora a autora, que dejó de ser una mueve-cuerpo para hacer obra. Durante un tiempo, en el mundo de la danza se hablaba de su perfección interpretativa. Hace ya bastante que Rocío Molina es artista del baile  en el sentido más amplio que puede tener esta expresión. “Vinática” abunda en esa dirección.

Desde que conozco a la Rocío Molina biográfica –la autora, la que hace obra- tengo la sensación de que estoy ante un abanico y mi pregunta antes de abrirse el telón es ¿qué varilla de ese abanico nos va a mostrar hoy? Y casi siempre se sitúa en la última: en la que acaba de añadir, que es la más extrema, la más arriesgada. La pregunta es, por tanto, ¿hasta dónde es capaz de llegar? Dicho de otra forma ¿Qué se permite hacer? Porque el límite está en ella misma. “Vinática” indaga en la Rocío Molina biográfica a través –sospecho- de su propia autobiografía.

Dicho esto, y entrando en el análisis puramente textual de la representación, he de decir que bajo mi punto de vista el espectáculo adolece de una lenta –lentísima hasta la exasperación- puesta en marcha. No termina de arrancar. O, quizá sea más exacto decir que la obra arranca, sí, pero a un paso todavía más lento que al que va el espectador perfectamente acomodado en su butaca. Un desarrollo lánguido, espeso y plúmbeo termina por incomodar y propicia la desconexión. Solo cuando, bien rebasado el primer tercio del tiempo escénico, las velocidades empiezan a equipararse y ahí es cuando, en mi opinión, nos vamos reincorporando a una narración más ágil en la que nos reconciliamos con lo que ocurre en el escenario. Encontramos, por tanto, dos partes emocional y formalmente bien diferenciadas: la segunda, en mi opinión, mejor resuelta y donde realmente se disfruta del cuerpo y del lenguaje de nuestra protagonista.

La creatividad de Rocío Molina va apareciendo, eso sí, desde el principio aunque se prodigue más en la segunda mitad del espectáculo. Hay momentos muy interesantes como la bulería de percusión dialogada en torno a una maleta, el baile de la siguiriya, los ecos de su propia baile, su infinidad de detalles que habitan en los movimientos de su cuerpo, así como el número final de una Rocío Molina al borde del abismo, donde –dicho sea de paso- creo que ese es el lugar que más busca Rocío Molina. De ahí que vaya sumando varillas a su propio abanico. De esta forma, en esa tensión creativa, nos vamos topando con cada vez más “Rocíos Molinas” que amplían la superficie del abanico, que nos descubren nuevas dimensiones y, por ende, que multiplican el efecto del batir del aire. No es fácil, desde luego, la transmisión de sensaciones  y de conceptos con pocas facilidades para la definición. De ahí que este “Vinática” transite fundamentalmente por la simbología y la metáfora: ese es, al tiempo, el reto y el riesgo.

Para ir terminando, apuntar también que el escenario, en ocasiones, se me antojaba demasiado grande para las exigencias naturales de la propuesta. Tuve la impresión de que el baile quedaba a veces demasiado disperso justamente por esa amplitud de metros que recorrer. Y no podemos dejar de destacar el excelente trabajo musical de Eduardo Trasierra y los firmes apoyos de Jose Ángel Carmona “Carmona” y José Manuel Ramos “El Oruco”.

En definitiva, Rocío Molina pertenece a esa estirpe de artistas que no son espectadores de sí mismos, por muy autobiográficas que sean sus propuestas: nada tiene que ver una cosa con otra. Pero  –y enlazando con la idea del principio- opino que el artista que hace obra es decir, que hace biografía, debe apartarse, más temprano que tarde, de su propia historia. Rocío Molina seguirá siendo Rocío Molina incluso haciendo una versión de Blancanieves: simplemente añadiría una varilla más a ese abanico de personajes que habitan en ella. Porque, efectivamente, como recuerda Ana Olabarría en el dossier del espectáculo, el término bailaora ya no define a Rocío Molina. Técnicamente puede ser danzaora. Yo prefiero llamarla autora.

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