Rocío Molina. Una improvisación de… La Bienal

Rocío Molina - Una improvisación de ...

Rocío Molina - Una improvisación de ...

Texto: Silvia Cruz Lapeña

Fotos: Oscar Romero / La Bienal

4 horas de improvisación. Teatro Central – Sevilla. 1 de octubre 2016.

 

Rendidos ante Molina

La bailaora malagueña ejecutó cuatro horas de improvisación en el Teatro Central con la participación del público e invitados sorpresa como Lole o La Chana.

 

Rocío Molina se enfrentó al público de La Bienal en el Teatro Central, en un cuadrilátero como los que usa la gimnasta Simone Biles para mostrar su carne fibrada, y todas sus cualidades, las nacidas y las forjadas. Pero al contrario que la deportista, no fue atleta ni fue acróbata. Fue bailaora, bailarina y artista sin descansar y sin renunciar a ese don y a ese peso. Lo bailó todo desde el inicio y quien pensara que la malagueña escatimaría algo para aguantar las cuatro horas de improvisación que prometió, erró en el tiro. 

Entre el público, muchos compañeros de Molina entregados y también algunas caras de escepticismo. Molina arrancó sincopada, con esa parte de su baile más enlazada a la danza contemporánea. Fueron dos minutos, un calentamiento, porque luego vinieron 20 de tonás en los que la bailaora sacó un repertorio que ya quisieran para sí todos los que han bailado en esta Bienal. Todos juntos. Fue flamenca hasta romperse con dos diferencias clave que no abundan en el panorama: es lista y sabe lo que quiere. Y lo que quiere es búsqueda, no meta. Por eso brilla en el formato de la improvisación, porque se hace preguntas y no le importa no hallar respuesta. 

 

Cante de altura

Después de la paliza a la que sometió a sus piernas y su cintura, sacó a Rafael Rodríguez “Cabeza” a tocarle, a Nene Escalera, que le dijo unos fandangos con los que ella se vistió de corto y a José Sánchez “Ytoli”, que cantó por Niño Gloria, para que ella bailara sobre una mesa, cuatro pasos, un poco, dejándole espacio a dos cantaores que el público aplaudió a rabiar y demostraron lo mucho que a Molina le gusta el cante. 

Ninguna de las colaboraciones estaba anunciada en el programa. Las sorpresa jugaron a su favor, porque quienes la acompañaron no eran artistas de coro. Por ejemplo, Lole, que radiante de voz y de estampa cantó como hace siglos al toque de Joselito Acedo, que empuñaba la guitarra que fue de Manuel Molina. Y a todos, cantaora, tocaor y fetiche les bailó Rocío con tacón de aguja.

En el show, en el que Molina no paró y demostró que su cuerpo es de una aleación no conocida, estuvieron también algunos de sus incondicionales dispuestos a cuidarla. Eduardo Trassierra, José Ángel El Oruco, Pablo Martín Jones, Pablo Martín Caminero o José Ángel Carmona, que cantó como las fieras. Todos se pusieron a su disposición, a guiarla, a perderla y a seguirla. Ella ejerció a ratos de directora de orquesta, a ratos de inspiración para ellos. No dio un paso en falso y en las dos primera horas apenas repitió un movimiento. Dos horas. 

 

Sin miedo a ensuciarse

El repertorio de Molina es incalculable, como las posibilidades de su cuerpo, al que ahora, además hace bailar tirado en el suelo. Si su vertical ya es admirable, si su tren inferior, sus recursos, su quiebro y su flexibilidad son inasumibles para muchos bailaores de hoy, ahora también danza en horizontal, arrastrándose sin perder el compás. Anoche lo hizo vestida con bata de cola y de blanco, porque Molina, eso está claro, no tiene miedo a ensuciarse.

Desde una pantalla, Israel Galván le mandó un encargo: improvisar a partir de un botín suyo y de la bota de escayola que aparece en Fla.co.men. Rocío la miró, la colocó en el centro, pensó qué hacer. Y de pronto, mirando el zapato arrancó a bailar como Israel. Golpe seco, pierna de hombre, huida de la curva y de pronto, Rocío es Israel y hasta practica su humor. 

Si alguien esperaba un respiro, Molina sacó a La Chana. La barcelonesa se sentó en una silla y recordó la noche en que ella, Molina y Mayte Martín homenajearon en el Teatre Nacional de Catalunya a Carmen Amaya. Sentada en una silla zapateó provocando la ovación más cerrada de la noche. La llamaron de todo y “guapa” fue lo de menos, lo de más es algo que a La Chana habría que decirle con más frecuencia: “Artista.” 

 

Espectáculo participativo

La malagueña también bailó bulerías con bastón y los artistas que ya habían participado se iban agregando a un escenario colocado en segundo plano son sillas, mesas, vino y jamón, emulando una taberna o la casa de un artista, desde donde todos la miraban sin dar crédito. Lo de anoche fue una improvisación y una celebración, la de una carrera ya recorrida y la del futuro. Si unos días antes Pastora Galván recordaba su trayectoria en un espectáculo con poco sentido, ayer Molina hizo lo mismo sin pretenderlo y lo hizo bien. Se vieron piezas de Bosque Ardora, se recordaron detalles de Vinática, se homenajeó a sí misma, no sólo bailando sino recordando lo importante que es para ella la música y los músicos y lo mucho que le gusta y conoce el cante. 

El público participó en la fiesta eligiendo canciones o entrando en un chat colectivo y al acabar, se les pidió que buscaran título para el espectáculo. A las tres horas, la bailaora también rogó que alguien le pinchara una canción y le diera un beso. Enseguida empezó a bajar gente al escenario del Central, dispuesto en círculo para la ocasión. En el ordenador de la mesa de sonido, un espectador pinchó “Breathless” de Nick Cave and The Bad Seeds y no pudo ser más acertado. “Still your hands and still your heart. (…) Still your mind and still your soul.” Calma tus manos, tu corazón, calma tu mente y tu cuerpo, viene a decir la letra y Molina la bailó haciéndole caso.

 

Rendición

Agotada pero entera se entregó a los brazos de Nani Paños y después le siguió los pasos a Rafael Estévez  para luego empezar a preparar el final nada menos que por soleá. Bailó siguiendo el hilo de José Angel Carmona con un remate por bulerías con bajo eléctrico y batería. La sala se convirtió en una discoteca, para pasar a ser verbena, una en la que ella siguió por rumbas, zumbona y sexy, y acabó bailando agarrada a algunos espectadores que ella misma eligió y que bailaron entre ellos y con ella.

La improvisación, dicen los manuales, se hace en silencio y es un acto individual. La que llaman de contacto es también social. Y anoche hubo de todas. Pero sobre todo, hubo una flamenca bailando a un nivel que sólo rozan los genios. Lean de nuevo: “genios.” Porque no es en este caso palabra gastada. Rocío demostró todo lo que se puede hacer casi sin alejarse de las bases y puso en juego un plantel de movimientos, ideas, ritmos y promesas que hicieron imposible dejar de mirarla. 

El programa de mano dijo que Rocío sería generosa. Fue más que eso. Rocío metió a todo el mundo en su mundo e hizo que cuatro horas parecieran cortas. La gente podía entrar y salir de la sala pero si el bar del teatro pensó hacer el agosto, le salió rana. Algunos salieron para ir al lavabo, para tomar algo rápido, pero todos volvían. Y no pestañeaban. Y los que al principio resoplaban, al final lloraron. No fueron cuatro, fueron decenas, y nadie como los escépticos para medir el nivel de rendición que anoche logró Molina.

 

 

 

 


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